América Jova, una vida de culebrón venezolano

Por Aashta Martínez.

Hablar de América Jova es hacerlo de la que probablemente es la madre de artista más conocida del país. Un país, España, al que emigró desde México en 1973 y donde hoy vive tranquilamente. América es una mujer abierta y luchadora, que ha plasmado algunas de sus experiencias vitales en su autobiografía Memorias de América: De Cuba a Alaska, publicada por Ediciones Martínez Roca.

Nacida hace ochenta y ocho años en La Habana, en el seno de una familia acomodada, América se marchó a México, donde se casó dos veces; primero con el torero Jesús ‘el Potosino’, y después con Manuel Gara ‘Manolín’, el padre de la conocida Alaska. Siempre fue una mujer adelantada a su tiempo y trabajó en todo lo que se terció: ayudando en la Renta de la Lotería, vendiendo joyas y bolsos, teniendo bares y restaurantes, y hasta montando una peluquería en Nueva York. Un espíritu rebelde que luchó por no convertirse en una esposa sumisa con su segundo marido, un exiliado republicano natural de Gijón. Sin embargo, reconoce que, junto a Manolín, perdió parte de su lado de mujer liberada.

A lo largo de 232 páginas, América desgrana con gracia y un estilo directo algunos de los episodios más memorables de su vida. Una vida que, como ella misma señala, ha sido como una montaña rusa. Cuenta lo mucho que confió en Fidel Castro cuando este llegó al poder en su Cuba natal, y lo decepcionada que se sintió al poco tiempo al ver que nada de lo prometido se llevaría a cabo. O lo desesperada que se sintió cuando su hija empezó a actuar a los catorce años, o lo horrorosa que le parecía que vestía entonces.

Habla de lo difícil que le resultó criar a su hija, con la única ayuda de su madre, ya que su marido decidió regresar a México al ser incapaz de adaptarse a una España distinta a la que un buen día había dejado atrás. Y también revela cómo vivió la muerte de este, hace diez años. O la buena relación que mantiene con su yerno, Mario Vaquerizo hasta el punto de haberle prohibido a Alaska que se separe de él, al menos mientras ella viva.

El libro es un compendio de anécdotas contadas con mucho sentido del humor y con la sinceridad de quien ya no tiene por qué someterse a la dictadura de lo políticamente correcto. Ni a esa, ni a ninguna otra. Es lo que tiene ver el mundo que te rodea, ese que un día te pusieras por montera, a los ochenta y ocho años. Y sin ningún miedo a la muerte. A América, mujer vitalista y creyente, le va mejor celebrar la vida, ya que uno no sabe el tiempo que le puede quedar en este mundo. Por eso, se resiste a perder las buenas costumbres y organiza cada semana una sesión de póker con sus amigas en casa. Siempre con una sonrisa en los labios y negándose a pensar aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

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