Los Relatos de Culturamas: Fotosíntesis, de Pedro Fonseca

Desde Cuba os invitamos a despedir el año con una historia de ciencia – fantástica.
Solamente nos falta otro relato antes de explicaros cómo votar al mejor de este primer año de Los Relatos de Culturamas. Estad atentos.
Seguid comentando las historias.
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Fotosíntesis, Relato Culturamas 31 de diciembre
 

Fotosíntesis

PEDRO RAFAEL FONSECA TAMAYO

Estoy cansado de escuchar el mismo tema por la televisión, la radio y en boca de todos. Qué si el hambre va en aumento. Qué si la crisis nunca se va a acabar. Qué si están usando muchos granos para hacer etanol. Qué si esto que si lo otro.

Es cierto que los seres vivos, sin excepción, necesitan alimentarse, desde los que habitan en el hielo perpetuo hasta los que viven al pie de los volcanes; Los que existen minutos y los que duran milenios; Los inmensos y los minúsculos.

La naturaleza es sabia. Nos hizo omnívoros previendo que nos comeríamos hasta las piedras. Sin embargo el propio hombre se empeña en subdividirse: Qué si soy carnívoro, qué si soy vegetariano, qué si soy comedor de comida chatarra ¡Por favor, déjenme ser lo que quiera!

Unos viven del “aire” o del “invento”, otros de compuestos artificiales y hay quienes comen cualquier cosa que nade, corra o vuele, o nadan, corren y vuelan ellos mismos. Cada quien que viva como pueda y haga lo que más le guste. Si él quiere una araña frita que se la coma, si el otro quiere una sopa de grillos que la disfrute, yo con un poco de arroz blanco y un huevo hervido me conformo.

Llevo meses tratando de escribir y no puedo pasar de la primera página. Mi mujer y mi hijo siempre están haciendo ruido y molestándome. Espero que en estos días de vacaciones pueda dar un buen avance.

– ¿Mi amor vas a comer ahora o seguirás trabajando?

  • Coman ustedes, mi vida.

  • Bueno, te dejaré el plato tapado encima del refrigerador.

  • Gracias mi tesoro.

  • Nos vemos dentro de 15 dias.

  • Esta bien amor…disfruten las vacaciones… yo aprovecharé para darle un empujón a mi novela.

  • No te olvides de comprar más comida.

Al fin unos días solo. Siempre el tema de la comida, pero bueno gracias a mi la humanidad nunca más tendrá que preocuparse por el hambre mundial, ni deshacerse el cerebro pensando en el plato fuerte de mañana o en buscar trabajo de oficina para mantener el trasero ocho horas inmóvil sobre una silla giratoria para ahorrar energía.

  • Te duele de nuevo la cabeza amor.

  • No, solo es un poco de estrés.

El dolor lleva días martillándome en las sienes, solo deseo que desaparezca su voz empalagosa. Es experta en despedidas largas y torturantes.

– Recuerda comprar la leche y los mandados- grita desde la cocina.

– Siiiiiii.

– Mi amor yo te llamaré cada día para recordarte la lista de la compra- agrega en tono más dulzón.

Por fin la puerta se cierra tras ella. Ahora puedo retomar mi monologo interior. Qué era. Ah si. Los árboles siempre han tenido la respuesta a nuestras interrogantes. Solo debemos pegar el oído al tronco y escuchar sus susurros. Ellos han estado ahí por siglos y seguirán ahí cuando el hombre se haya extinguido. Abraza a cualquier árbol y sentirás su energía positiva, su ignorada sapiencia, su consejo oportuno.

Gracias a ellos nunca más tendré que aguantar la voz de mi mujer martillando en mi cabeza: “No hay nada en el refrigerador, ¿Qué vas a hacer para buscar comida?, ¡Oye papito, deja los papeles y busca aceite!, ¡Tenemos los ojos chinos de comer arroz blanco!”. ¡Qué tranquilidad, cuánta paz, cuánta dicha espiritual siento en mi interior al dejar de escuchar las mismas interrogantes día tras día! El silencio es como un bálsamo a mis dañados oídos. Si no fuera por el zumbido dentro de mi cabeza sería el humano más feliz del universo.

Los años de trabajo no fueron en vano. Pase de ser un escritor de novelas de Ciencia-ficción a un visionario que cambiará el curso de la historia. Las noches sin dormir entregadas a la ciencia dieron sus frutos. Qué me iba a volver loco, decían los ilusos. El hambre y la vigilia aguzaron mis sentidos a niveles insospechados y vi con los ojos de la naturaleza.

¡Si me viera el planeta en simbiosis directa con la madre natura! Llevo varios días enterrado hasta el pecho en el patio de mi casa, y todo marcha según mis cálculos. Dejé un mensaje en la puerta de la calle y otro en la contestadora diciendo que estaba de viaje y como precaución decidí grabar mi experimento por si me cae una plaga o me incinera un rayo en una noche tormentosa. Creo que las baterías durarán una semana, por si acaso compré varias de repuesto.

Me siento fabuloso, como un mítico centauro, pero en mi la otra mitad es vegetal. El sol dotó a mi piel de un color verdeoscuro preparándola para realizar el proceso de fotosíntesis, y la lluvia al correr por mi cuerpo la mantiene hidratada y limpia.

Mis sentidos se han aguzado: escucho el andar de los coleópteros entre las hojas; huelo el néctar aferrado en las patas de las abejas; y en las noches sin luna, veo con claridad los murciélagos revoleando sobre mi cabeza a la caza de pequeños insectos.

Hace un par de días dejé de expulsar desechos de mi cuerpo: un viejo anhelo de la humanidad. La barba y el cabello crecen de forma natural y no tendré que ir al barbero nunca más, y lo más importante… no necesitaré dinero para sobrevivir.

Desde anoche comencé a extrémeseme de placer al contemplar la luna. No sé si es un proceso natural de transformación de los miembros inferiores en raíces o si es una relación afectiva-incestuosa con la madre tierra. Lo cierto es que me excita el barro húmedo, su olor, su blandura de vagina, su color de mulata.

Tiemblo de frío como las estrellas en lo alto, sé que mi corteza es débil y me avergüenzo por desear mi grueso abrigo. Un gato, en sus correrías, chocó contra mi pecho y se erizó maullando, sorprendido y asustado de mi presencia. Miré sus ojos brillantes y lloré. Era irreconocible para mi antigua mascota.

Algunos roedores, aves e insectos han venido a examinarme y noté alegría en sus ojos diminutos, aun no sé si me consideran su congénere o su comida. En los atardeceres una tórtola canta sobre mi cabeza y tengo la certeza que quiere anidar entre mis cabellos. Un centenar de hormigas locas hicieron su casa cerca de mi ombligo y me recorren a diario provocando en mí un agradable cosquilleo. Dudo en espantarlos, pues podría afectar la cadena trófica de nuestra futura especie homo-arbórea, solo espero que se contenten con alguna parte innecesaria, quizás un ojo, una oreja o la nariz.

El lento paso del tiempo no me asusta, lo dedico a la meditación y al análisis del futuro. Me intrigan muchas cosas, por ejemplo: ¿Cómo será nuestra reproducción? ¿Deberemos sembrarnos por parejas o se esparcirá el semen por las entrañas de la tierra hasta la vulva receptiva? Quizás algún insecto se especialice en la mensajería de fluidos. Quién sabe la alternativa que buscará la naturaleza.

¿Qué pasará con el arte, el transporte, las edificaciones o la comunicación? Imagino que en las fábricas nos sustituirán los robots y los más aventureros recorrerán el mundo sembrados en masetas de colores. Los más ricos usarán embases de porcelana china y los pobres seguirán con el antiquísimo barro moldeado a mano.

¿No sé si daré flores, frutos o si creceré varios metros? El paso de las estaciones lo dirá, aun es muy pronto para atormentarme con tantos detalles. Según Charles Darwin, mi inspirador, el proceso de adaptación de una especie a un nuevo entorno puede durar millones de años. Yo di el primer paso, aunque estoy convencido de que muchos perecerán.

Me paso las horas mirando mecerse al viento mis brazos florecidos y arqueo mis ramas para olfatear sus delicadas fragancias. Envidio a las milenarias secuoyas gigantes de más de 80 m de altura y 10 m de diámetro, porque sé que no creceré más de medio metro.

No entiendo porque el hambre ni la sed desaparecen si siento que mis raíces absorben la vida. ¿Quizás debamos sembrarnos completamente como una semilla o amputarnos las extremidades y plantarnos como un bonsái o amarrarnos a un cedro y vivir de él como una especie parasita? Si aun tuviera fuerzas intentaría otras variantes, pero apenas puedo respirar.

Necesito dormir un poco. Siento mucho frío. Quizás lo mejor sea invernar y a la llegada del verano despertar con el canto de las aves. Soñaré con miles de humanos sembrados unos junto a otros, tomados de las manos, viviendo como árboles. Estoy feliz por mi aporte a la humanidad sin embargo una tristeza abismal me consume y me quita los deseos de continuar al ver que mi mujer y mi hijo no lo lograron. A lo lejos, sirenas de la policía y de ambulancias se acercan.

 
SOBRE EL AUTOR

Pedro Rafael Fonseca Tamayo es Sociólogo, Periodista y Escritor cubano. Ha ganado varios concursos literarios en cuento infantil y para adultos. Tiene varios cuentos publicados por prestigiosas editoriales en todo el mundo, entre ellos, el cuento infantil “Imaginación”, como parte del libro “Microcuentos para niños”, de la Colección Verbum; “El tesoro del Abuelo” en una selección de cuentos sin fronteras de Otxarkoaga; el cuento para adultos “Fotosíntesis” incluido en la antología “De sueños y visiones” de Lunaria ediciones. También ha publicado poesías, epigramas y aforismos en Revistas y Sitios Web.

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