Picasso resiste los embates de Boadella en una brillante ópera de Juan J. Colomer

Por Horacio Otheguy Riveira

Un gran músico, prolífico y ecléctico como el hispanoestadounidense Juan J. Colomer compuso una ópera fabulosa en la que muy diversos registros se dan cita para crear una intimidad tortuosa que avanza hacia una épica igualmente atractiva. Sin duda, Colomer corona de gloria un texto de casi inverosímil pobreza argumental, apoyado en arias y diálogos reiterativos con el único fin de desacreditar a Pablo Picasso.

 

 

El trabajo de Boadella como autor del texto y director del espectáculo dista mucho del talento pergeñado cuando estaba al frente de Els Joglars, y su capacidad crítica cercana a la farsa encontró momentos sublimes en los que se unía la ácida visión de personajes históricos o actuales, dentro de una filigrana exquisita de creación teatral. Así, Josep Pla convertido en un Doctor Jekyll y Mister Hyde, o Jordi Pujol en un monstruoso Ubú Rey, versión del clásico surrealista de Alfred Jarry. También jugó cartas polémicas con Salvador Dalí, el líder anarquista Durruti (este en televisión), y el propio mundo del teatro en El Nacional. Valga este recuerdo rápido, a vuelapluma, para señalar que esta ópera titulada El Pintor se encuentra a años luz de aquel pasado largamente ovacionado.

 

 

Es tan magnífica la creación musical de esta ópera que vale la pena hacer un esfuerzo de imaginación para aislar el texto del privilegiado aporte de la Sinfónica del Teatro Real: compositor y músicos conforman cierto universo que sobrecoge por su belleza, su candor o su apasionado encuentro con las contradicciones humanas. Algo en lo que Boadella no se interesa nunca, pues el desarrollo del texto resalta una animadversión hacia el personaje de tal calibre que omite lo que con tanto esmero elaboró en anteriores biografías sui generis donde sus personajes expandían contradicciones, luces y sombras con las que cualquier gran personalidad escénica admite toda clase de críticas, pero que en este caso no hay más que un berrinche interminable al que músicos, cantantes y coro dan inmerecido realce.

Atacado por el virus de la falta de imaginación y la vulgaridad, Albert Boadella se entrega efusivamente al odio a Pablo Picasso, poseedor de «un alma comerciada», vil comunista que pacta con Mefisto, quien le brinda toda clase de riquezas rumbo a un infierno indeseado: patética versión de la leyenda de Fausto —que dicho sea de paso cuenta con una ópera de Gounod, realmente extraordinaria—; es, en todo caso, el malagueño un pobre tipo capaz de entregarse a los más bajos instintos como un sátiro que desprecia a las muchas mujeres con las que se acuesta, además de llenarse de oro, gracias a una élite de intelectuales comunistas en rara alianza con una élite de burgueses millonarios.

El propio Boadella deja claro su objetivo en el programa de mano: «Con su prodigiosa astucia y el apoyo fiel de sus cofrades políticos logró ser ensalzado por los medios como el genio supremo. Fue el hombre anuncio de sus propios éxitos pero la culminación de su gloria llegaría con la apoteosis de lo monstruoso. Un aquelarre de formas descarnadas y desmedidas, regodeándose en un delirio de feísmo. ¿Existió alguna inspiración divina o diabólica que guió al Pintor hacia un éxito tan duradero? Esta ópera se adentra en estos momentos cruciales de su vida. Allí donde un artista decide entre la entereza o la declinación hacia oro y la fama”.

 

Cuando pintas bien, eres uno de tantos. Cuando pintas mal, eres el mejor

 

Lo malo no es lo que piensa Albert Boadella de Picasso, sino la manera en que lo cuenta. Si a lo largo de tres actos bastante breves, con dos intermedios de veinte minutos, se repite machaconamente lo horrible de todo lo que hace «el maestro», en el tramo final se le hace responsable de la fealdad que ha invadido el mundo con los grafitti que todo lo ensucian, hasta llegar a la apoteosis final al cantado grito de: «¡Nicasso! ¡Nicasso! ¡Nicasso!» (¡Sic!). A esto se reduce una personalidad de las artes cuya vida y obra, controvertidas por igual, dan para mucho en todos los aspectos, políticos, artísticos y meramente humanistas. Desde luego se han escrito multitud de libros, entre ficciones y biografías, testimonios e interpretaciones de todo tipo. Quince películas, y una valiosa obra de teatro que protagonizó y dirigió José Sacristán, Un Picasso, del estadounidense Jeffrey Hutcher, representando un hecho real del artista en el París ocupado por los nazis.

Se estudia en las grandes y pequeñas escuelas, y se disfruta o detesta en múltiples museos y exposiciones internacionales. Aquí y allá, senderos por los que Picasso se asoma con fuerza suficiente como para resistir el desprecio descomunal que le profesa Boadella, una penosa pataleta de enfant terrible venido a menos.

 

 
Compositor: Juan J. Colomer
Libreto y dirección escénica: Albert Boadella
Director musical: Manuel Coves
Escenógrafo: Ricardo Sánchez Cuerda
Figurinista: Mercè Paloma
Iluminación: Bernat Jansá
Coreografía: Blanca Li
Imágenes: Sergio Gracia
Pinturas: Dolors Caminal
Orquesta titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid) 
Coro de la Comunidad de Madrid. Director: Félix Redondo
ELENCO
El pintor: Alejandro del Cerro
Mefisto: Josep Miquel Ramón
Fernande: Belén Roig
Apollinaire/Velázquez: Toni Comas
Gertrude Stein: Cristina Faus
Jefe de tribu: Iván García
Producción: Teatros del Canal en colaboración con Teatro Real
Teatros del Canal, Sala Roja, del 8 al 11 de febrero 2018.
 
 

2 thoughts on “Picasso resiste los embates de Boadella en una brillante ópera de Juan J. Colomer

  • el 9 febrero, 2018 a las 11:54 am
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    ¿Pero de qué odio habla? Yo lo único que he odiado siempre es el esnob y el progre y creo que aquí se dan los dos especímenes. Picasso no era ni una cosa ni la otra pero fue un Atila pictórico en su madurez. O sea, de odio nada. Lo que este escrito refleja es el odio al Boadella cuando no dice lo que se espera ¿Le ha herido que toque su mito? De eso se trata.

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    • el 9 febrero, 2018 a las 2:56 pm
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      No me ha dolido que toque un mito que no tengo. Me ha dolido ver que un maestro del teatro como usted escribiera este texto tan pobre. Como muestra de mi admiración cito en el segundo párrafo algunas de las obras extraordinarias creadas hace tiempo, y más abajo, insisto: «Lo malo no es lo que piensa Albert Boadella de Picasso, sino la manera en que lo cuenta». Es usted, sin duda, un grande del teatro con el que esta vez, y alguna otra, como el Don Juan/Arturo Fernández, no estoy de acuerdo.

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