Todos tus nombres

Todos tus nombres

 Fernando García Pañeda

SUMMA DE LETRAS

Marzo 2018

«UNA MAGNÍFICA NOVELA DE ESPÍAS. Un laberinto de espejos donde nada es lo que parece.»
Javier Castillo, autor de El día que se perdió la cordura

Verano de 1944. Monique de Bissy, una joven de la resistencia belga, ha logrado escapar de los alemanes y ha sido rescatada por la red de evasión Comète. Con un estado de salud precario, es acogida por Martín Inchauspe, un aristócrata sospechoso de traficar con obras de arte expoliado por los nazis.

Entre ellos pronto se forjará una conmovedora relación, fruto de una atracción irrefutable, que se verá azotada por la complejidad y la ambigüedad de las circunstancias, ya que nada ni nadie es lo que parece. Inmiscuidos en dos complejos entramados, el del contrabando de arte y el del armamento biológico promovido por los alemanes, deberán mostrar sus cartas y descubrir sus verdaderos propósitos.

Fernando García-Pañeda construye con pericia una novela que no es solo una gran historia de espías, sino que es reflejo de una época de penumbra, conspiraciones, expolios, contrabando… en la que lo más importante es mantenerse a salvo.

Fernando García Pañeda nació en Bilbao en 1964. En 2002 publicó su primera novela, Viento de Guerra (reeditada en 2007 con el título Las lágrimas de Eurídice), a la que siguieron la intriga contemporánea de Kismet (2005), y las intimistas Tres Gymnopedias (2008) y Sueño y azar, con la que resultó ganador del Premio Alhóndiga de Narrativa Breve 2014. También ha publicado el libro de relatos de humor british-styleGentes del Club (2012). La crítica le ha señalado como un escritor polifacético que maneja con destreza distintos géneros, y que posee un estilo propio, culto y elegante.

La blogosfera ha dicho…
«Una novela de ficción histórica muy bien documentada de espías, aventuras, historias de amistad y de amor. Una novela interesante y entretenida que no puedes para de leer».
Blog Libros que hay que leer
«Todos tus nombres es una novela que se disfruta por la excelente ambientación con la que cuenta que convierte la lectura en una experiencia visual».
Blog El universo de los libros
«Una historia muy bien escrita y perfectamente documentada. Muy certera es también la impecable ambientación de la burguesía de la época».
Blog Cuéntame una historia
«Todos tus nombres es una novela impecable, muy atractiva, que esconde una buena historia de espionaje, contrabando y amor».
Blog El rincón de una cantina
«Una novela original, diferente».
Blog Adivina quién lee

Prólogo

30 de septiembre de 1943

Los dos hombres que salen del Hotel Hamdorff, en la villa holandesa de Laren, se suben el cuello de sus abrigos y se los abrochan justo antes de abrir sus paraguas.

Un día lóbrego. Llueve. Hace frío, como en cualquier país alejado del hogar. Pero solo uno de ellos está lejos: un hombre joven, alto, que viste un traje oscuro bajo una trinchera Burberry. Ase un portafolio de cuero gastado con su mano derecha y ha venido desde España. El otro, de mayor edad, ataviado con un gabán demasiado amplio sobre un arrugado traje claro y un sombrero fedora a juego, procede de la vecina Ámsterdam. Intercambian un par de frases en francés sobre el camino que han de seguir y se ponen en marcha.

Dejan atrás el gran edificio blanco del hotel y su casi vacío aparcamiento. Enfilan una calle solitaria y encharcada, casi un camino rural, con algunas casas sueltas que no llegan a flanquearla. Después de atravesar la plaza de la iglesia y la calle Naarden, siguen hacia la salida de la villa. En las afueras llegan a una casa de campo muy grande, de ladrillo rojo, ventanales enmarcados en blanco y tejado típico de caña.

Les abre la puerta una mujer muy mayor, caricaturesca, con un delantal y una especie de cofia antigua. Como salida de un cuadro de Brueghel el Viejo. Confirma que el señor Van Meegeren y su esposa les esperan. Recoge sus paraguas y abrigos y les conduce hasta un salón amplio con grandes ventanales y decoración recargada. Sentada en una butaca, Jo Oerlemans —cabello corto, vestido gris perla— les saluda intentando mostrar una sonrisa en su semblante agradable y triste. El hombre del traje arrugado hace las presentaciones. Aclara que su acompañante no conoce el idioma neerlandés y que él acude como mero intérprete.

—Podía haberse ahorrado la molestia. No hay mucho que entender en esta vida —interpela Han van Meegeren desde una esquina en penumbra del salón.

Se repiten las mismas presentaciones. El anfitrión responde con un indolente movimiento de mano y prosigue:

—Lo único importante es que traiga el dinero. —No detiene su discurso mientras vierte licor abundante en un vaso, y por el tono de voz, el aspecto y su precario equilibrio, se deduce que ya ha realizado varias veces esa maniobra—. Lo demás: el arte, la gloria, la vida, todo lo demás es una mierda.

El intérprete, cortés, reconduce el asunto: él y su acompañante han venido a adquirir una serie de cuadros. También informa de que, según el visitante español, se ven obligados a cerrar el negocio con una cierta celeridad.

—Los cuadros están en el piso de arriba. Sírvanse una copa… o las que quieran, a su gusto, aquí tienen. Les dejo al cuidado de Jo, ella les atenderá con la amabilidad que a mí me falta. Ya no me interesa nada de esto —dice Van Meegeren, y sale por una puerta hacia una estancia oscura, añadiendo—: Y no saluden de mi parte a ese condenado alemán. Solo me importa su maldito dinero.

La señora Oerlemans les pide que disculpen a su marido, mejor dicho, exmarido (se acaban de divorciar, aunque solo como una treta legal para salvar su menguante patrimonio). Está atravesando una mala racha en todos los sentidos.

—Pero no quisiera aburrirles con vacuidades de artistas. Acompáñenme y les enseñaré los cuadros —prosigue de repente más animada.

Al subir a la primera planta les guía hasta una habitación sin amueblar. Está oscura, pero ella descorre las cortinas. Con la luz aparecen decenas de cuadros apoyados en el suelo y recostados sobre las paredes, algunos incluso formando pequeñas filas. Pinturas extraordinarias con el estilo e incluso la firma de Vermeer, Hals, De Hoogh, Van Dyck, Ter Borch, Van Uden. Los visitantes apenas pueden disimular su asombro ante ese museo de maestros holandeses y flamencos de valor incalculable. O, más bien, de un valor que sería incalculable si fueran auténticos. Pero no lo son. Todas esas obras son falsificaciones; soberbias, perfectas falsificaciones perpetradas por Henricus Antonius van Meegeren, que le sirven tanto de venganza contra el vano y farisaico mundo del arte como de caudalosa fuente de ingresos.

—Son todos los que tenemos disponibles —explica ella cuando los visitantes empiezan a examinar los lienzos uno por uno, aunque sin excesivo detenimiento.

De regreso al salón, la señora Oerlemans les entrega unos pliegos de papel que contienen la lista de dichos cuadros con sus títulos y sus supuestas autorías, fechas de ejecución y descripciones.

El hombre más joven extrae del portafolio unos documentos, se los entrega a su colocutora y explica a través del intérprete:

—Aquí tiene la minuta del contrato de compra-venta. Redactada en su idioma, por supuesto. Añadiremos como anexo este listado de los cuadros, si no le importa. Como verá, figura el precio convenido, quinientos cincuenta mil florines. Y este otro documento es un aval de la Société de Banque Suisse por el importe total, que el día 4, o sea, el próximo lunes, será transferido a la cuenta bancaria que nos facilite, si estamos de acuerdo. Ese mismo día vendrán a recoger los cuadros unas personas de confianza debidamente acreditadas.

Ella cabecea con una expresión mezcla de estoicismo y complacencia.

—Si está de acuerdo con los términos del contrato puede contactar con nosotros en el Hamdorff. Tómese el tiempo que necesite.

—Muchas gracias —corresponde ella—, repasaré los términos del contrato. Pero no creo que me lleve demasiado tiempo. Mañana mismo podremos firmar los documentos necesarios y el lunes podrán pasar a recoger los cuadros. Si no estoy equivocada, ambas partes tenemos cierta prisa, ¿verdad?

Los dos hombres regresan al hotel. El día oscurece rápidamente. No deja de llover.

En la habitación del joven español redactan el pertinente informe para Grosvenor Street, sede europea de la OSS, la Oficina de Servicios Estratégicos.

 

TAN ALTO EL SILENCIO

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