'Orfeo se muda al infierno', una perfecta radiografía social

PILAR M. MANZANARES.

El periodista, filósofo y editor Ignacio González Orozco publica su último libro, Orfeo se muda al infierno, obra muy diferente Rapaces, con la que consiguió un nutrido éxito. Sin embargo, la esencia que desprenden ambas es la misma, embriaga al lector de principio a fin y eso, en una época dónde la literatura puede correr el riesgo de dejar indiferente al público, es digno de agradecimiento.

Con su nueva creación el autor dirige nuestra vista a la recreación libre del mito clásico de Orfeo, en esta ocasión trasladado de un modo simbólico a los ambientes marginales que pueden encontrarse en cualquier ciudad contemporánea.

La gracia y belleza de esta novela no reside en las palabras bonitas, en un lenguaje grandilocuente, sino en la estructura que conforma toda la trama, en el ritmo marcado que el escritor desarrolla página tras página y, por supuesto, en la creación de una atmósfera tan fantástica y real al mismo tiempo que encoge el corazón de quienes se atreven a sumergirse en tan deliciosa historia.

El narrador presente en el texto presenta su preocupación por cuestiones literarias y por dejar testimonio de unos personajes que se mueven entre la verdad y la ficción. Es difícil asegurar cuáles de ellos se encuentran en uno y otro bando, y esa peculiaridad permite una mayor conexión con los mismos, porque reales o no, sus pensamientos son los nuestros. Justamente, el hecho de que los actores de esta lectura sean narrados en algunos pasajes, más que presentados, con diálogos y acciones, puede hacernos dudar si estamos ante una novela o una narración, mas este hecho no resta valor a semejante reflejo de la sociedad actual y su deteriorada situación.

Desde el primer minuto, la obra transmite la pasión que los protagonistas muestran. Existe amor y hay cariño hasta las últimas consecuencias, hay dolor y este golpea desde el principio. Esa variedad sentimental, también se refleja en esa dualidad constante entre la realidad o la fantasía, y es aquí dónde el lector debe prestar más atención, porque si de verdad se quiere disfrutar de esta historia, como en casi todos los aspectos de la vida, deberá tomar partido.

Ignacio González Orozco sorprende, vuelve a demostrar su calidad literaria, y regala al lector un tesoro convertido en reflexión.

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