El escritor y su curiosidad (4)

Escribir y beber
La admiración, esa simpatía con lo excelente, nos sitúa en un nivel superior que no siempre vemos la forma de alcanzar. Tratamos de imitar a la persona vía desarrollo de nuestras facultades, dar lo mejor de nosotros mismos y llegar a la cima admirada. Sabemos que allí arriba la perfección no admite debilidades ni disculpas y aunque el camino deje un rosario de cadáveres, la posibilidad del triunfo compensa cualquier esfuerzo. Y si las capacidades –o la falta de fe, de confianza en uno mismo- no da para llegar a la meta y hay que buscar ayuda, se busca..
¿Es esta la razón por la que el alcohol está presente en la vida de tantos escritores? Chibcha, sake, vino, cerveza, whisky… el alcohol es una constante en la humanidad. Ni hay ni ha habido cultura en el mundo que lo haya dejado de lado; por tanto, no vamos a caer en fariseísmos baratos ni demonizarlo como hacen las llamadas buenas gentes, esas que luego, en la intimidad de sus farras, se cuecen como cangrejos sin tomar el sol. Es algo cercano a nuestra cultura occidental desde los tiempos de la revelación hecha Biblia. Baste recordar la cogorza de Noé o la última cena, regada con vino, por supuesto. Si luego Pedro no escuchó el canto del gallo a pesar de repetirlo hasta tres veces, ¿resulta muy aventurado pensar que dormía la mona?

Nada tiene de extraño, por tanto, que muchos escritores se sienten junto a un vaso en demanda de las musas cuando estas se muestran renuentes a su cita con la pluma. La mayor parte de la sociedad bebe. Por placer, por desesperación, por la necesidad de un impulso extra que suelte la lengua del enamorado o achante la timidez. Hasta por salud: un vaso de vino tinto en cada comida es ponderado por la medicina. Su riqueza en polifenoles, sobre todo el resveratrol -una sustancia química rica en antioxidantes ayuda a cuidar de nuestros vasos sanguíneos, reduce el colesterol y no sé cuántos beneficios más que la prudencia me lleva a callar, que ya veo al personal en busca del sacacorchos. Otro tema es la cantidad. Allá cada uno.
La comunión entre el alcohol y la literatura ha creado un listado extenso y sirva como ejemplo esta muestra. Faulkner le daba al whisky y Heminway, al mojito. La absenta, quizá por unas propiedades psicoactivas que incentivaban la creatividad de los artistas –eso se decía- era objeto de atención permanente por parte de pintores, escultores y gentes de pluma. Entre finales del XIX y principios del XX, la nómina de escritores con un vaso de absenta en las manos es amplia y nos lleva a gente tan conocida como Victor Hugo, Rimbaud, Verlain, Wilde y muchos más. Entre los nuestros, a Quevedo le gustaba el vino y Ana Mª Matute se arreaba un gin tonic nada más levantarse cada mañana. El vodka, bebida típica rusa, animaba a Dostoyevski. Pero, por lo general, los escritores no se ceñían a una sola bebida, que las musas volaban de un tonel a otro y gustaban de perseguirlas tras las esencias del vino blanco, el calvados, la cerveza o una mezcla de todas ellas. Y si no, que se lo pregunten a Roth, Joyce, Bukowski, Lowry, etc,etc.

Borrachos ilustres, dicho sea sin ánimo peyorativo. Beber para olvidar los fracasos de amor o de papel es la manera legal o legítima, podríamos decir. Pero también había quien necesitaba sus efluvios para empujar las ideas y obligarlas a salir por la pluma, ya dispuesta entre sus dedos. Una forma de agudizar las percepciones, ir más allá de la realidad, brincar al territorio de los sueños. Al beber, decía Ribeyro, “cambiamos de lente y recibimos del mundo una imagen que tiene en todo caso la ventaja de ser distinta a la natural”. Alguien añadió que “la magia de la tristeza nada en el vaso de alcohol que persigue el poeta; para narcotizarla, se supone. O para llamar a las musas que siempre vagan entre brumas y éteres”
Las palabras han de ocupar su lugar ideal, han de ser utilizadas para transmitir ideas y sentimientos, han de hacer vibrar, tocar la fibra, molestar, pinchar. En caso contrario, sobran, son un fracaso. Dicho a la manera de Bukowski: “Ese es el problema con la bebida. Si ocurre algo malo, bebes para olvidarlo; si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo; y si no pasa nada, bebes para que pase algo”.
O como dijo otro, amante de la grandilocuencia: “El alcohol forma parte de mi leyenda y sin leyenda no se pasa a la historia”.
De cualquier manera, el alcohol y su posible influencia en escritores y poetas queda en anécdota y poco más. Lo realmente importante es el talento, y ese no se encuentra en un vaso de vino, whisky o absenta por muchas veces que se rellene. Y hay que deslindar, también, la persona del autor. Lee el libro y olvídate de quién lo ha escrito. Y de si tenía o no un vaso a mano.
Antonio Tejedor García
 
 

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