Fábula, ensueño y violento realismo en "Fedra", de Paco Bezerra

Por Horacio Otheguy Riveira

Durante los cinco días de rigor, del 1 al 5 de agosto, en Mérida reapareció la legendaria Fedra como una mujer de armas tomar, capaz de tratar cara a cara con el infortunio, dueña de insólita valentía. Una creación original de Paco Bezerra, dirigida por Luis Luque, con Lolita Flores, Juan Fernández, Críspulo Cabezas, Tina Sáinz, Eneko Sagardoy, y escenografía de Mónica Boromello: todos vestidos por Almudena Rodríguez Huertas, y agasajados por la iluminación de Juan Gómez Cornejo. Todas las funciones a sala llena, con más de 3000 espectadores en cada una. Ahora, excepcional paso por Madrid del 13 al 30 de septiembre.

Foto: Sergio Parra.

Una nueva energía, una apuesta singular frente a la clásica tragedia con una sorprendente transformación del personaje en escena, quien va de la depresión a la aceptación de «un amor maravilloso», y de frustración en frustración ante la constatación de que «el amor es una trampa que hay que aniquilar». El resultado es un texto con estructura clásica sostenido con un ritmo cinematográfico de teatro histórico de hoy, reinterpretando con inusual belleza la agonía de amar sin ser correspondido.

Ya en las primeras líneas se advierte la tonalidad en la que se moverán sus personajes:

Lugar: Isla del Volcán.
Tiempo: El suficiente como para recomponer los pedazos de un corazón roto. 
 

Lo que hemos querido con esta Fedra es sacar al personaje de ese letargo en el que siempre se ha encontrado para crear una mujer más combativa y con menos miedo; una persona que, huyendo de la tragedia, se sumerja de lleno en ella y pelee frente a frente; una mujer capaz de luchar por lo que quiere, y que, ante todo, se atreva a amar. Una puesta en escena donde las artes visuales y la música serán vehiculares de esta historia violenta. Una Fedra contemporánea que nos venga a hablar sin tapujos y sin temor de la libertad de amar. Entender las razones de su corazón para aprender a respetarnos y, de esta forma, mejor amarnos. Convertir el gran teatro romano de Mérida en el pecho de Fedra y refugiarnos en él. El volcán está a punto de entrar en erupción. (Paco Bezerra, Luis Luque)

 

Paco Bezerra, Lolita Flores y Luis Luque(Foto: Javier Naval)

Foto: Jero Morales/Festival de Mérida

 
En su obra Hipólito es Eurípides (480-406 a.-C.) quien pone en escena por primera vez a Fedra, y esta absorbe todo el interés frente al mito del joven héroe, víctima del influjo de diosas y hombres, indiferente a la  poderosa atracción que ejerce en su madrastra. Numerosas versiones teatrales han rondado esta historia cuyo origen es mitológico; autores de personalidad muy diversa amaron al personaje —o se compadecieron de él— con avidez de renovación y rendido homenaje a una doliente enamorada de quien no debe.
Dramaturgos muy distintos entre sí se ocuparon de ella: Séneca (4 a.-C.-65 d.C.); Jean Racine (1639-1699); Miguel de Unamuno (1864-1936); Gabriele D´Annunzio (1863-1938) y Salvador Espriú (1913-1985), entre muchos otros, donde destaca el monólogo del poeta griego Yannis Ritsos (Monemvasia, 1909-Atenas, 1990) quien habla desde Fedra y la defiende, presentándola como una mujer enamorada, exiliada y rebelde. Es en esta línea donde podemos hallar una intención común con el vibrante texto de Paco Bezerra (Almería, 1978), quien se aleja con voz propia del poeta griego, embelesado en conmovedores versos (Fedra, Editorial Acantilado), pero muy lejos de una sólida estructura teatral. Bezerra avanza sobre un desarrollo atípico de la historia, ubicándola en un fantástico reino donde el personaje asume una voluptuosa necesidad de ser ella misma, enfrentada al desinterés del objeto amado en un contexto perfectamente adaptado a comportamientos y constantes atemporales.
En definitiva, fábula, ensueño y realismo en un valioso texto teatral muy integrado a un lenguaje audiovisual de fascinante lirismo poético. Sin duda, una obra mayor del autor de El pequeño poni Dentro de la tierra.

Voluptuosa soledad de arena y viento

La primera vez que Fedra aparece en escena se presenta como un ser desvalido, atormentado, víctima de una depresión de la que intentan liberarla con toda clase de atenciones. Con una breve introducción a la manera clásica, para ponernos en situación, recibimos a la mujer triste y la seguimos de cerca, vivamente interesados por sus revelaciones; la palabra escénica tiene claridad, sencillez y vigor desde el comienzo y montamos en ella como si fuera una de las aves que varias veces se mencionan en el texto; sobrevolamos la isla, nos instalamos en la belleza artística de un dolor agazapado que expande sus alas:
Fedra: … de golpe toda la naturaleza se espesa, la sierra se llena de árboles y la cima de la montaña se convierte en un bosque por el que vuelan cientos de pájaros, aves silvestres que trinan melodías que parecen venidas de otro mundo. Y, allí mismo, sin que te lo esperes… 
[Fedra comienza a caminar al frente].
… un camino de agua va descendiendo hasta que se introduce suave por una grieta, una
especie de abertura que hay entre dos rocas, y que, directamente… comunica con el interior
del volcán…  
El mundo ancho y ajeno se le antoja mera exposición de un entrelazado de arena y viento por donde circula libremente el dolor de amar sin ser correspondido. La energía de la mujer que se coge de la mano a sí misma y deja de lamerse las heridas implica una gran violencia alrededor y en ella misma. Todos en su contra, y ella que ya no está dispuesta a retroceder, pase lo que pase: «¡Porque lo que no se dice, se pudre; lo que se pudre se descompone; y lo que se descompone ya sólo tiene un camino, que no es otro que el camino de la muerte!».
A partir de este enfoque, las situaciones dramáticas se expanden con un texto que nunca se detiene en densos monólogos explicativos (terrible enfermedad del teatro de todas las épocas), pues cada situación brota naturalmente de la orgánica respiración de los personajes metidos a fondo en sus creencias y sentimientos, ya que todos han sido cuidados con especial interés y delicadeza.
Fedra tiene vigoroso protagonismo, y sin embargo discurre sin divismo alguno, tan entrañable como temible, rodeada de seres de carne y hueso muy bien delineados para alimentar la tragedia, y servir a la primera actriz en igualdad de condiciones. Se respetan los nombres del origen mitológico-teatral, pero se les facilita el camino hacia una prospección actual con la que el público de hoy puede empatizar fácilmente.
Eneko Sagardoy, Juan Fernández, Críspulo Cabezas, Lolita Flores y Tina Sáinz.
Todos los personajes tienen interés, con definida psicología y buenos conflictos, al servicio de una historia que sorprende, por mucho que se conozcan sus históricos perfiles: el manto tierno de la bondad de la nodriza, temerosa ante los peligros de su protegida (Enone: Tina Sáinz); la prestancia del guerrero que deambula con arrojo, pero se rompe ante el desafío del nuevo amor de su esposa (Teseo: Juan Fernández); el hijo biológico de Fedra, un Acamonte sobrecargado de celos ante su «perverso» amor: «eres igual de obscena y deleznable que todas las mujeres» (Eneko Sagardoy); y, claro está, el ardiente objeto de su deseo, Hipólito (Críspulo Cabezas, en la foto), príncipe acomodaticio que ansía huir de responsabilidades, nada interesado en formar parte de las fantasías de una madrastra sencillamente sensual, apasionadamente voluptuosa, rabiosamente humana.
Hipólito.- A mí jamás se me ocurriría mirar a una mujer de forma semejante, y menos a la esposa de mi padre.
Acamante.- Ya, pero y yo ¿por qué tendría que creerte?
Hipólito.- ¡Porque, siendo tú diez años más joven, has estado con infinidad de mujeres y a mí no se me conoce ninguna! ¡Piensa, si no, en el motivo de por qué me paso todo el día metido en ese bosque, rodeado de caballos y de perros!
[No hay réplica].
Yo nunca he estado con ninguna mujer, Acamante. ¿O tú me has visto con alguna?
[Silencio].
Acamante.- ¿Qué insinúas?
Hipólito.- Que ese tipo de placeres, yo… ni los busco… ni los conozco.
***
Fedra de Paco Bezerra se instaló en Mérida durante cinco días para luego partir hacia una larga gira, ofreciendo al mayor público posible la entrega absoluta de personaje y actriz en inédita hermandad. La originalidad del personaje enriquece la trayectoria de la actriz, ya que ni una ni otra habían logrado antes semejante trascendencia (interesantes, pero muy distintas las últimas en Mérida: una adaptación de Juan Mayorga en 2007, y una versión de ópera-danza flamenca dirigida por Miguel Narros en 2009). Se juegan en escena muchas cartas sorprendentes por las que avanza una acción siempre ascendente, con buena dosis de intriga en un insólito marco audiovisual.
Foto: Jero Morales/Festival de Mérida

La Luna ilumina a Fedra, que ahora está en el portón de palacio. Al otro lado todavía del muro, vuelve a pronunciarse.
Fedra: El amor es una trampa. Lejos de ser perfecto, se empeña a toda costa en parecerlo y es una guerra que nunca se gana. Porque a cambio de lo poco que se goza de él, te demanda mucho, y, luego, siempre te atormenta. Brota como el sentimiento más puro e inocente y termina convertido en la peor de las condenas. El amor debería estar prohibido.
Te da muy poco y te lo quita todo, como el ladrón que te seduce mientras te roba, o esa fruta prohibida que, al mismo tiempo que te provoca placer, te va matando lentamente.
Al amor habría que aniquilarlo. Y, a los que amamos, a los amantes, a todos habría que encerrarnos bajo llave porque estamos enfermos. Y los enfermos somos peligrosos. Lunáticos que ignoramos que lo que pretendemos es imposible y en esa ignorancia nos convertimos en auténticos perturbados; locos que pensamos que no vamos a poder seguir viviendo si dejamos de caminar en la dirección de ese espejismo; dementes que sembramos el horror y la destrucción por donde quiera que vamos. El amor es una desgracia y una catástrofe; una epidemia que avanza hacia nuestros corazones y que amenaza con asolarlos para siempre; una plaga que, antes de que sea demasiado tarde, habría que erradicar de la faz de la tierra.
En el siglo XIX, este retrato de una voluptuosa protagonista despojada de abrazos por amar lo imposible. Fedra por Alexandre Cabanel en 1880. Musée Fabre, Montpellier, France.
Foto: Jero Morales/Festival de Mérida

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El público del Festival de Mérida ha presenciado otras seis fedras a lo largo de su historia. Dos de ellas en danza y al resto le han dado vida actrices como Magüi Mira, Ana Belén o Victoria Vera.

Esta supuso además el estreno en este escenario de los actores Tina Sainz y Eneko Sagardoy, último Goya como actor revelación. También fue el debut del dramaturgo Paco Bezerra. En cambio repitieron ‘visita’ Lolita Flores, que cosechó un gran éxito de público en una comedia divertidísima con La Asamblea de las mujeres en 2015, o de Luis Luque, que ya dirigió Alejandro Magno en 2016. Tampoco le fue desconocida la arena emeritense a Críspulo Cabezas o a Juan Fernández.

El estreno en Madrid en un teatro como La Latina implica una revisión muy atractiva para quienes ya la vieron en Mérida, y para la mayoría que no pudo llegar en aquellas escasas funciones, la revelación de una visión muy poética y muy bella del universo trágico de uno de los grandes personajes personajes femeninos de la historia del teatro.
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Foto: Jero Morales/Festival de Mérida

FEDRA

Autor Paco Bezerra
Dirección Luis Luque
Intérpretes Lolita Flores, Juan Fernández, Críspulo Cabezas, Eneko Sagardoy y Tina Sáinz
Escenografía Mónica Boromello
Iluminación Juan Gómez-Cornejo
Música Mariano Marín
Vestuario Almudena Rodríguez Huertas
Video escena Bruno Praena
Ayudante de dirección Álvaro Lizarrondo
 
Una producción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Pentación Espectáculos
Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, del 1 al 5 de agosto 2018.
Teatro La Latina, del 13 al 30 de septiembre 2018

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