Una segunda madre (2015), de Anna Muylaert – Crítica

 
Por Hernán Touzón.
Una segunda madre transita por el espacio intermedio entre el retrato social y el drama familiar. Val (Regina Casé) es la empleada doméstica de una familia acomodada de San Pablo. Su vida gira en torno a una rutina diaria que está dictada por las horas de comida y descanso de los empleadores, situación profundamente internalizada por esta señora entrada en años que puede remitirnos, salvando las diferencias del contexto, a aquel mayordomo cortés interpretado por Anthony Hopkins en Lo que queda del día. La gran cantidad de años que Val lleva trabajando en esta casa la han llevado a establecer un fuerte vínculo emocional con la familia, especialmente con Fabinho, hijo único que, por la falta de atención de su madre Bárbara (una mujer muy pendiente de su trabajo), ha sido prácticamente criado por Val.
La directora Anna Muylaert, consciente de las contradicciones generadas alrededor de esta situación, plantea una puesta de cámara en la que constantemente se subraya la distancia y cercanía de Val con respecto al mundo familiar: si bien, en palabras, Val es tratada como parte del clan, en los hechos se establecen límites precisos que delimitan su zona de participación, siendo la cocina y su habitación en la parte trasera de la casa los espacios donde pasa la mayor parte del tiempo. Una escena que resulta particularmente sugerente tiene lugar cuando Bárbara (Karine Teles) es entrevistada por un canal de televisión y Val espera, detrás de cámara, para hablarle. Se trata de una metáfora visual contundente que pone en evidencia el doble juego de sentido por el cual la protagonista, además de empleada, es espectadora de la vida de otra persona.
El detonante de la historia tiene lugar cuando Val recibe el llamado de su hija Jessica (Camila Márdila), que decide mudarse a San Pablo para hacer el examen de ingreso a la Universidad. Aquí comenzamos a conocer un poco más acerca del pasado de esta madre que no ve a su hija desde hace más de 10 años, tiempo desde el cual se encuentra trabajando como empleada doméstica en la casa. Al no tener dónde hospedarse, Val le pide permiso a su jefa para que su hija se mude con ellos hasta empezar sus estudios. El problema es que Jessica no ve con buenos ojos la situación. Cuando Val va a buscarla al aeropuerto, el primer reproche de su hija es decirle a su madre que no entiende cómo es que la llevará a la casa de sus “patrones”.
La llegada de Jessica supone una revolución, equiparable a lo que sucede con el personaje del visitante en Teorema de Pasolini, aunque sin una carga sexual tan explícita. Haciendo caso omiso de las indicaciones de su madre, quien le dice qué zonas de la casa puede utilizar o qué actitudes debe asumir (que no son más que proyecciones ya naturalizadas de su propia forma de proceder), Jessica se desenvuelve dentro del espacio familiar sin ningún tipo de limitación. Esto produce una escisión en la intimidad doméstica. Si Bárbara percibe las acciones de Jessica como intromisiones fuera de lugar, su esposo Carlos (Lourenço Mutarelli) se ve seducido por su curiosidad e inteligencia.
A medida que avanza la narración, la película explora las tensiones que se manifiestan dentro de la casa, mientras la presencia de Jessica se vuelve cada vez más problemática para la estabilidad familiar. Pero además de la mirada social, la cual está muy presente a lo largo de la historia, la directora hace énfasis en el desarrollo de la relación maternofilial, evidenciando la manera por la cual Val se va transformando gracias a la llegada de su hija, lo que finalmente la lleva a replantearse su rol de madre.
Si bien la historia resulta atractiva por amalgamar conflictos sociales y personales en un ámbito que resulta propicio (el espacio cerrado de la casa familiar burguesa), la necesidad por parte de la directora de remarcar una tesis, sumado a cierto maniqueísmo en las caracterizaciones, terminan quitándole algo de fuerza a la propuesta. De todas maneras, se trata de una película muy interesante que cuenta con varias escenas muy bien logradas, las cuales no solo reflejan el clima social de la actualidad brasileña sino que funcionan a nivel dramático por apelar a sentimientos universales. Desde el aspecto formal, con puestas de cámara precisas que refieren constantemente al fuera de campo (la intimidad de la familia es mostrada a medias, tal como la percibe Val), lo que refuerza nuestra identificación con la situación de la protagonista, la película resulta una brillante reflexión sobre los conflictos de clase y las relaciones de poder en el contexto de la vida privada.

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