Al decir Mozart, es probable que la inmensa mayoría de personas piense en una sola persona: Wolfgang Amadeus, a quien la historia se ha encargado de encumbrar como el genio por excelencia, uno que ya a los pocos años de su infancia componía piezas destacadas, y cuya madurez inevitablemente lo llevó a los reinos de lo sublime.
Desconocida es, sin embargo, una vida paralela y en realidad sumamente cercana a la de Wolfgang Amadeus: la de su hermana Maria Anna, mayor que él y que según se ha demostrado en años recientes, también pudo haber tenido el título de prodigio con que su hermano ha sido tan largamente elogiado.
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Entre otros testimonios que apoyan esta premisa se encuentran las reseñas de algunos conciertos que los dos hermanos Mozart brindaron juntos en 1763 en Londres, en donde en particular el dominio de Maria Anna frente al clavicordio y el fortepiano fue elogiado por el público y la crítica, destacando la ligereza y la impecabilidad de su interpretación.

Una de las principales y pocas revisionistas de esta historia es Sylvia Milo, actriz y escritora que pasó algunos años formándose como violinista y que un día, frente al retrato que hizo Johann Nepomuk della Croce de la familia Mozart, se quedó atónita al descubrir que el genio Wolfgang Amadeus había tenido una hermana, a quien nunca nadie había mencionado en todos sus años de clases de música.

A partir de entonces, Milo emprendió no sólo una investigación sobre Maria Anna Mozart, sino también una reflexión en torno al lugar que las mujeres han ocupado en la música occidental, especialmente en la composición de la llamada música clásica. Entre otras cosas, la actriz se dio cuenta de que ni en la historia ni en la práctica parecían existir mujeres compositoras, pues nadie nunca las mencionaba ni las incluía.

En su búsqueda, Milo encontró referencias como la reseña citada y otras que confirman la habilidad de Maria Anna como intérprete. También existen algunas cartas entre Wolfgang y su hermana o con el padre de ambos, Leopold, en donde se hace referencia a alguna composición de “Nannerl” (como se le llamaba cariñosamente), que lamentablemente no parece haber sobrevivido, como ninguna otra pieza de su autoría. Wolfgang, sin embargo, alabó su capacidad y la estimuló a cultivarla.

Cabe recordar que si bien la historia ha sido particularmente adversa con las mujeres, en todas las épocas, el siglo XVIII fue especialmente represivo hacia ellas y el desarrollo social que les estaba permitido –muy limitado, si es posible definirlo brevemente. Pensemos, a manera de ejemplo, en las propias óperas de Wolfgang Amadeus, en piezas como Così fan tutte o Die Zauberflöte, en donde la mujer poco puede ser más allá de ser amante de un hombre, madre o esposa, sobre todo si pertenecía a un estrato social como el de Nannerl.

Con todo, Milo emprendió una labor de reivindicación del genio posible de Maria Anna Mozart. Con la información que pudo recabar sobre su vida y sus habilidades, montó en compañía del director Isaac Byrne y los compositores Nathan Davis y Phyllis Chen una pieza teatral y musical a la que llamó The Other Mozart (La otra Mozart), con éxito notable en las carteleras de Estados Unidos y Londres. El espectáculo es también un intento de llamar la atención hacia esa ausencia improbable de la mujer en la historia de la música.

Así, vale la pena preguntarnos, ¿qué tantos momentos de genio y satisfacción como los que nos provee la música de Wolfgang Amadeus estamos perdiendo por nuestra miopía generalizada frente a la creatividad de una mujer?