En las ciudades escondidas

En las ciudades escondidas

Natalia Cerezo

Rata Books
Barcelona, 2018
173 páginas
 

Hay una rareza minimalista que queda sostenida en el alma de quien lee las historias que Natàlia Cerezo recoge en su primer libro de cuentos, En las ciudades escondidas. Una intimidad oculta, que se intuye intensa en todos sus personajes, solitarios y profundos, que se definen por lo que callan y lo que han perdido. Viven sin más, y ella lo cuenta. Nos cuenta la vida que transcurre en un verano caluroso y apacible, la del entorno rural y tranquilo donde nunca pasa nada, la de los vecinos que aparentan no conocerse y se desean con la fuerza de un temblor, la de la niñez rota por la pérdida y la enfermedad, la de padres que no supieron ser hijos e hijos que no querrán ser padres, la de los meses transcurridos en ciudades que siempre nos serán ajenas.
En las ciudades escondidas contiene quince historias que reducen la vida a su unidad de comprensión mínima, quince miniaturas donde el detalle y la esencia se tocan.

Inés Martín Rodrigo
ABC Cultural

¿Cuáles son tus intereses como escritora?

Hacerlo porque me gusta y porque me apetece, sin pensar. Conseguir contar algo sin decir demasiado, de la manera más sencilla posible, sin que la forma se imponga.

¿Y como lectora?

Me gusta mucho el cuento norteamericano, pero leo de todo.

¿Sobre qué temas sueles escribir?

No tengo un tema específico. Normalmente parto de una emoción que quiero transmitir, y a partir de esta construyo el cuento.

¿Dónde has publicado hasta el momento?

Hay algún cuento en un par de recopilatorios de algún concurso pequeñísimo. A veces me presentaba a modo de entrenamiento, para ver si podía escribir un relato en dos semanas, por ejemplo. No ganaba casi nunca. Supongo que por eso me sorprendió tanto que Iolanda Batallé le diera una oportunidad al libro, realmente no esperaba nada. Y de repente, todo esto. No podría estar en mejores manos, Iolanda es especial, puro amor.

¿Con cuál de tus «criaturas» te quedas?

«Incendio» y «¿Cómo puede ser que este hombre sea mi padre?» son los cuentos que más se acercan a lo que quería transmitir. «¿Cómo puede ser que este hombre sea mi padre?» fue especialmente agradecido. Normalmente, tardo meses en escribir un solo cuento porque borro constantemente. Pero ese solo tardé tres semanas en terminarlo.

Supiste que te dedicarías a esto desde el momento en que…

Es una historia bonita. Me costó aprender a leer. Mi madre me ayudaba, pero yo no hacía nada más que quejarme y decirle que lo que quería era viajar. Estaba tan obsesionada que incluso cuando veía un avión, a la hora del recreo, me ponía a gritar que me llevara lejos. Entonces mi madre me dijo que, si aprendía a leer, viajaría lo que quisiera. Y tenía razón, por eso empecé a devorar libros. Luego lo intentó con mi hermano, que también es muy cabezota, pero con él no funcionó. Es geólogo, prefiere los mapas y las guías de supervivencia.

¿Cómo te mueves en redes sociales?

Fatal. No me cuesta dar «me gustas», pero me cuesta muchísimo participar, hacer publicaciones. En las redes sociales se grita demasiado, en los libros se está más tranquilo.

¿Qué perfiles tienes?

Instagram y Twitter. Instagram la tolero mejor: a veces hago fotos de libros que me gustan, y no me siento como si me exhibiera.

¿Cuentas con un blog personal?

Me creó uno mi pareja, que es informático y supongo que quería apoyarme a su manera. Quería que escribiera sobre los libros que leo. Pero hace mucho que no lo actualizo, me da pereza. El tiempo que tardaba en escribir un post podía usarlo para leer.

¿Qué otras actividades relacionadas con la literatura practicas?

Me gusta mucho el cine. Y leer sobre cine. Se pueden aprender cosas interesantes para contar historias. Y me encanta ir de librerías. Si un día estoy triste me anima ir y pasear entre los libros. La mayoría son muy silenciosas.

¿Formas parte de algún colectivo/asociación/club?

Soy socia del APTIC, la asociación de traductores de Cataluña. Y del club Nintendo.

¿En qué estás trabajando justamente ahora?

Siempre tengo algún cuento entre manos, pero nunca más de uno a la vez, porque me absorben demasiado.

¿Cuáles son tus referentes?

Uno de mis referentes más claros es jl badal (escribe su nombre así, en minúsculas). Es poeta y era profesor en el instituto. Nos conocemos desde que yo tenía quince años. Él me enseñó a volver a leer, a escoger y a tener criterio. Y luego están todos los demás maestros: Sylvia Plath, Virginia Woolf, Alice Munro, Ray Bradbury, Claire Keegan… ¡Creo que no terminaría nunca!

¿Y a qué otros colegas de generación (o no) destacarías?

No estoy muy al día de la literatura actual. Creo que tanto da de la generación que seas; si eres bueno, eres bueno. Da igual que tengas treinta años u ochenta, que vivas hoy o hace cien años. Lo bueno de los libros (además de la compañía que dan y del olor a papel y tinta) es precisamente eso: nos acercan, estemos donde estemos y seamos quien seamos.

¿Qué es lo que aportas de nuevo a un ámbito tan saturado como el literario?

No sé si aporto nada nuevo, la verdad. De hecho, puede que lo que aporte sea algo viejo. Volver a contar cuentos por el placer de hacerlo, sin grandes aspavientos, sin gritos y sin ese «yo» tan molesto que parece estar por todas partes.

¿Qué es lo más raro que has tenido que hacer como escritor para sobrevivir?

Una vez, hace muchos años, las amigas de mi abuela me pidieron que escribiera una poesía sobre el encaje de bolillos para la hoja de la parroquia. Me invitaron a un trozo de bizcocho, fue una tarde agradable.

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