'Crónica de una explosión', de Yan Lianke

Crónica de una explosión

Yan Lianke

Traducción de Belén Cuadra Mora
Automática
Madrid, 2018
477 páginas
 
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

¿Qué ocurriría si preparáramos un cóctel con lo que nos queda en la memoria de Macondo, Mo Yan y el desastre del neoliberalismo en los últimos diez años? ¿Y si nos propusiéramos que el resultado pareciera inverosímil, pero cada pieza por separado fuera real? En Explotia, la ciudad que Yan Lianke (Henán, 1958) ha creado, lo posible se impone a lo mágico, aunque estemos siempre sospechando que algo de fantasía está en los cimientos de esta obra, pura imaginación. Y es la imaginación la herramienta que distingue a los narradores. La presencia, por ejemplo de constantes como el dinero y la procedencia sucia del dinero, no puede ser más realista, como es la costumbre de escupir a los pies de quienes desprecias, metafórica y literalmente. Y están las apariciones estelares de Clinton y Obama, que nos hablan del presente, en una ciudad, una megalópolis, que crece desde la aldea en un periodo de diez años. Un número curioso de vida para el proyecto, una décima parte de los cien años que sobrevivió Macondo, del que Explotia parece ser, por momentos, una caricatura hiperrealista. En Explotia, pervive la vida popular, las costumbres, al tiempo que la metáfora política y económica del desastre, de aquello que nos llevará al colapso. Sin embargo, la ciudad no se vendrá abajo de la manera en que prevemos. El final es sorprendentemente corto y, de otra manera diferente a la que hemos presenciado en las actitudes beligerantes de los demás protagonistas, impuesto por la codicia.

La novela comienza con la nueva República Popular China, tras un brevísimo repaso a la historia de Explotia dentro de China. Estamos en el tiempo en que se inaugura el libre comercio, vinculado, en este país, a las altas cortes, a las figuras dominantes en términos políticos. La fórmula del crecimiento económico se impone, frente al maoísmo, pero el poder no cambia de manos. En este caso, es el viejo alcalde quien se alía con la nueva potentada económica de la aldea para permanecer en el cargo. Y será esa mujer, con la que contraerá matrimonio tras una extorsión que es una ironía del sistema democrático, quien traiga grandes cantidades de dinero a Explotia. Ese dinero proviene de la prostitución. Y será la prostitución el imán con el que atraigan a los grandes inversores al lugar. Mientras uno lee de forma literal prostitución, no deja de pensar en que la forma en que se va vendiendo todo el mundo, desde la repartición de territorios a la explotación del campesino y el destrozo de la tierra, es otra forma de prostitución. En lugar del sexo, el sacrificio es la salud y el medio ambiente.

La prosperidad de que goza Explotia, sospechamos a lo largo de la novela, tiene pies de arcilla. Nada puede incrementar su riqueza de esta manera de una manera seria. Sin embargo, en la China del neoliberalismo hemos visto surgir grandes fortunas desde la nada. Lo que comienza con dinero real, con billetes, va cambiando a esa forma de dinero actual, la del que no existe, al del que los Chicago Boys llamarían confianza. Pero la novela no se centra en eso. Lo que vamos leyendo es un juego de tronos. Un tipo siniestramente burdo se hace con la alcaldía, y quiere ser faraón. Su mujer le odiará a muerte, pero se beneficiará de la posición política del marido. De esta manera, él será el loado y el que se cree enemigos, el que tenga que pagar precios. Regala títulos a sus hermanos, uno de los cuales será su perdición. Presos de trastornos obsesivos, los protagonistas se aprovechan del dinero que entra a espuertas para llevar a cabo unos sueños que no tienen límites. Excepto el hermano que tan solo pretende ser un buen profesor, en los demás no leemos ninguna forma de humanidad. El tema del libro es si el destino está escrito o lo hemos escrito. De hecho, el autor recurre a un manuscrito intencionado, en sustitución del clásico manuscrito hallado. Para las previsibles traiciones y el desgaste físico que sufren los protagonistas, siempre se recurre al dinero como medicación. Los síndromes que padecen son tan grotescos, que permiten que los sueños se cumplan. Y no son banales los sueños. En los últimos diez años de China, como ha sucedido en Estados Unidos a lo largo de cientos de años, para ser político hace falta ser millonario. Esa codicia y ese destino que van escribiendo, solo puede tener un final. Pero Yan Lianke se aprovecha de los distintos centros de las paranoias para ir cambiando el destino, los destinos, hasta revocar todos los sueños a la manera de Napoleón. Esta gran novela nos habla de un imperio bajo el que estamos viviendo. Esta forma de humor, que, ya lo hemos dicho, nos recuerda a Mo Yan, es algo muy serio.

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