22 de julio (2018), de Paul Greengrass – Crítica

 
Por Jaime Fa de Lucas.
Lo primero que sorprende de 22 de julio es que la versión original no es en noruego sino en inglés. Supongo que en términos comerciales funcionará mejor así, pero esto hace que pierda mucha autenticidad. Incluso tiene algunos momentos que chirrían: los jóvenes en el campamento que se saludan en inglés y luego cantan en noruego; o los discursos patrióticos de Breivik rechazando la multiculturalidad… en inglés.
El segundo problema básico es la estructura que plantea Paul Greengrass, así como la excesiva duración que la acompaña. Si bien la primera media hora es potente, ya que presenta el suceso principal con bastante agilidad e intensidad, después de la tragedia la película va perdiendo fuerza, ya que pone casi todo el peso del relato en la recuperación de una de las víctimas, con situaciones que se acercan peligrosamente al melodrama y que por momentos desvían la atención de lo ocurrido –uno duda si está viendo una película sobre el atentado de Noruega o sobre la recuperación de un chaval–.
Sin embargo, lo más decepcionante de todo es que 22 de julio dura más de dos horas y uno se va con la sensación de que no ha descubierto nada nuevo sobre el tema. De hecho, un vistazo rápido a la Wikipedia es mucho más informativo y útil, al mismo tiempo que desvela que Greengrass ha omitido hechos que son relativamente importantes.
Habría que destacar por encima de todo la gran actuación de Anders Danielsen Lie en el papel del terrorista y la de Jonas Strand Gravli en el papel de Viljar. El reparto en general está correcto y la fotografía es competente. Una lástima que el aspecto narrativo no esté a la altura. Seguimos esperando que Netflix acierte con sus propuestas de ficción.
 

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