Eleazar Ortiz en Yago, un malvado recalcitrante

Por Horacio Otheguy Riveira

Yago, personaje ilustre gracias a Shakespeare y su Otelo, el moro de Venecia, destruye al objeto de su odio y le destruye poco a poco, como si lo amara, transitando por el filo de la navaja, ese extraño ámbito en el que el más profundo deseo de venganza se une al más oscuro amor. Y lo hace minando su autoestima, su moral, su capacidad de resistencia ante la divulgación de sus temores y debilidades, hasta tenerle tendido a sus pies convertido en un guiñapo que asesina a quien más ama.

En esta ocasión, a poco de aparecer en escena, trajeado, copa en mano, ligeramente achispado, Yago se dirige al público y le advierte: «No tengo motivos para no odiar al moro».

Yago, el verdadero adalid de la obra de William Shakespeare, es un formidable arquetipo de vengador en el que a lo largo del tiempo todos los espectadores han podido reflejarse, empatizando sin remilgos en la oscuridad de la sala, a solas consigo mismos, aliándose al deseo de vengar el momento crucial en que todos, al menos una vez en la vida, se han sentido marginados, humillados, o simplemente considerados con menos valía de la que se consideran merecedores. Visto así, es en la primera parte de la obra donde Yago cuenta con nuestro apoyo. Pero siempre llega el momento en que nos vemos obligados a abandonarlo, temiéndolo y despreciándolo al mismo tiempo. Cada espectador puede escoger el instante en que de tanto disfrutar de las artes maliciosas del personaje decide abandonarle e identificarse con el gigante con pies de barro, ese Otelo que de tenerlo todo se queda completamente derrotado.

Para atravesar este campo minado de emociones encontradas, surge esta función para una sola voz, La parte de Yago:

Que salga Yago de la sombra de Otelo y se adjudique los derechos que le corresponden como protagonista oculto, como autor de la trama. Sin criminal no hay caso. Sin Yago no hay Otelo. Parece un malo de serie moderna, uno de esos conspiradores impíos que se cargan a todo el que se les pone por delante y ni ellos mismos saben muy bien por qué.
El interés artístico está asegurado por Shakespeare, desde luego, el texto es completamente suyo. Nuestro interés es este juego de malabarismo escénico que consiste en ocultar los demás personajes por el escenario y el patio de butacas y dejar a Yago solo, contando el asunto a su modo. Quizás nos agrade su punto de vista.

Tales las palabras de la autora y directora de una obra donde con las palabras de Shakespeare en su mayor parte, ella apunta maneras diferentes, sobre todo en el final, que no desvelaré. Sin embargo, lo más importante es el modo en que, con una puesta en escena muy atractiva en luces y banda sonora, un actor carismático de probada versatilidad, asume lo más interesante del personaje: su teatralidad, su capacidad de transformación, pues todo su plan es digno de un guión muy riguroso, todo él momento a momento más feliz en la representación permanente de sí mismo y de otro. De él como doliente injustamente tratado, y de él convertido en un monstruo dispuesto a hacer justicia por los peores medios, aprovechando una «modernidad» latente ya en aquel 1604 en que se estrenó: la aniquilación de otro ser humano minuciosamente pensada y llevada a cabo en un proceso de ascendente autoindulgencia.

En efecto, a medida que crece la ignominia y Otelo está decididamente dispuesto a entregarse al convencimiento de que su honesta esposa le engaña con su preferido Cassio, más joven, más guapo, y además blanco… Yago, el hombrecillo que lloriqueaba no haber sido ascendido, se crece y enamora de sí mismo y sus malas artes hasta límites inconcebibles que en esta versión no existen: aquí se ama en su capacidad de perversión de manera ilimitada… y eterna.


Eleazar Ortiz (La mecedora, La punta del iceberg, La sesión final de Freud) pone su talento al servicio de esta novedad escrita y dirigida por María Ruiz (Macbeth, La serrana de la Vera, Una habitación propia) al asumir a Yago en narrador y actor, siempre solo en escena, en un ambiente de época atemporal con gestos contenidos cuando le conviene o extrovertidos cuando toca lo contrario. La evolución del personaje hacia la consagración de una crueldad de la que se enorgullece, está muy medida y resulta especialmente interesante cuando, al contarnos lo sucedido, Yago/Eleazar interpretan a Brabancio, el padre de Desdémona, y a Otelo en la recta final: dos escenas clave de la obra original donde posiblemente Yago triunfe por todo lo alto, y a su vez fracase… porque por mucho que se esmere, luzca, y agudice su ingenio, nada es sin sus adoradas víctimas.

LA PARTE DE YAGO

Dirección María Ruiz
Producción Eleazar Ortiz – Teatro del Olivar – Pérez y Goldstein
Dramaturgia María Ruiz
Año 2018
Reparto Eleazar Ortiz
Ficha artística Escenografía y vestuario: Carlos Aparicio
Diseño de iluminación: Javier Ruiz de Alegría (AAPEE)
Música y espacio sonoro: Mariano Marín
Diseño gráfico: Daniel García Cabaleiro
Producción: Clara Pérez
Sala Mirador. Hasta el 28 de octubre 2018

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