Imponente Silvia Valero en "Cuzco": una mujer ante el abismo

Por Horacio Otheguy Riveira

En Cuzco —escrita y dirigida por Víctor Sánchez Rodríguez— el imperio Inca y la conquista española lloran sobre las piedras de un mundo al servicio de turistas fascinados que aligeran considerablemente la pobreza de sus gentes. La magia de algunos relatos históricos y los deseos de fraternidad con una cultura lejana se entrecruzan con el drama personal de una pareja que ha dejado de entenderse pero que viaja para intentar recomponerse; viaja muy lejos, a una región donde muchos creen que aún existe una poderosa espiritualidad que calmará su ansiedad, que ordenará sus impulsos. Pero estos no están claros en la mujer, un ser que se debate entre fantasías y deseos, sin capacidad para precisar de cuáles está dispuesta a aferrarse para recomponer su vida, una existencia solitaria por propio deseo o impulsada por circunstancias que desconocemos.

Este es el ambiente en que se mueven los dos únicos personajes, apoyados con eficacia por otros ausentes, nativos y compañeros de viaje de los que se habla pero no aparecen. Un texto muy literario que recuerda grandes novelas implicadas, precisamente, en perfiles femeninos ávidos de cambios radicales que avanzan a ciegas «al borde de un abismo»… hasta que toman una radical decisión. Influencias que vienen a la memoria a lo largo de la función, algunas obras de la escritora, guionista y dramaturga Marguerite Duras (sobre todo la novela y película de Jules Dassin, A las diez y media de una noche de verano) o de Nadine Gordimer (El encuentro). Estos recuerdos me acompañaron con serenidad mientras veía la obra, ya que se trata de dos escritoras extraordinarias que plantearon en estas obras insólitas necesidades en mujeres de su tiempo: años 60 la primera, y 2001 la segunda. Estas compañías no sólo no empañan el atractivo de esta función, sino que aumentan su valía. Dejar entrar sin ruborizarse los ecos de creadores del pasado es buena señal. Señal de que hay una fuerza telúrica tan trascendental como la energía que busca el personaje en otros ámbitos. Podría acceder a otros recuerdos que ondean sobre el mismo tema, pero la memoria dice basta, se pone a un lado y permite el disfrute del presente, la acción que circula ante mí en un ámbito poético muy interesante.

Si el texto tiene una dimensión literaria evidente, esto no resulta ninguna carga negativa, pues la puesta en escena del mismo autor sí tiene una dinámica teatral muy lograda. Lo literario adquiere una tonalidad ligada a estilos perfectamente cruzados en diversas etapas de la historia del teatro. La palabra tiene una riqueza expresiva que surge naturalmente de las dificultades de una pareja urbana española con buen bagaje intelectual, y la forma de hablar culta es coherente, tan armónica que fluye del sensual movimiento de sus cuerpos cuando narran episodios que no vemos o cuando chocan en la representación de severos conflictos, de los que irán liberándose como si fueran personajes ajenos de sí mismos, en busca de identidad. Se trata siempre de un proceso diáfano, de envolvente interés.

El paisaje cuzqueño es una constante imaginaria porque, aunque los personajes están allí, se mueven en un territorio de nadie, escénicamente no es más que un desierto de paredes desnudas y suelo de hojas ligeras que reciben los pies descalzos de los personajes en medio de una musicalidad sublime, de atmósfera ensoñada, de extraño parentesco con los silencios que se adivinan en esos territorios donde Ella padece el mal de altura pero no soporta el mate de coca que todo lo cura… La angustia femenina crece entre sensaciones, fantasías y decisiones de notable impacto, mientras los datos culturales del pasado histórico llegan acompañados por los sonidos creados por el tantas veces aplaudido Luis Miguel Cobo (Iván y los perros, Dentro de la tierra…).

(…) ELLA
Usted y yo nos parecemos
¿En qué?
Le pregunto
Usted y yo no creemos en Dios
¿Me equivoco?
Mucha gente muy distinta no cree en Dios
Le digo
Hay mucha gente que dice que no cree pero en el fondo
Tiene una fe sin nombre
Pero ni usted ni yo tenemos esa fe
Ni usted ni yo creemos en nada
Creo que usted es un maleducado
Le digo y me levanto
Yo tuve fe en el hombre
Ya que no la tenía en Dios
Mi hijo, en cambio, cree en la profecía del Águila y El Cóndor
¿Sabe lo que es?
Y en el regreso del inca Pachacutec
ÉL
¿Pachacutec?
ELLA
No le puedo pedir a un joven de su generación que tenga fe en el hombre
Y a mí
Señora
En el otoño de mi vida
Le tengo envidia a mi hijo
Si quiere un consejo
Miéntase y crea en algo (…)
 

  Cuzco tiene una protagonista y un antagonista que es en realidad el acompañante imprescindible para que ella busque su ruptura con el mundo, y los espectadores la acompañen en cuanto dice y hace con su cuerpo en marcada coreografía sobre el suelo, sus inquietas piernas desnudas, sus ambiciones líricas, sexuales, espirituales; un ser a la deriva que Silvia Valero interpreta con una delicadeza fascinante, permitiendo que la complejidad de su personaje, la dificultad de entenderse y de ser comprendida, ocupen la escena con gran seguridad. Bruno Tamarit tiene, en cambio, la dificultad de trabajar un personaje desarmado que lucha por recuperar a un amor que se le va de las manos, que se aleja a paso acelerado de toda posibilidad, y el intérprete lo consigue, está a la altura, «lucha y se desangra» como si surgiera de la letra de un tango (hay una referencia a peruanos que vivieron en Argentina, un país de creciente encuentro de comunidades hispanoamericanas), víctima del devaneo angustioso de una mujer que avanza a ciegas… pero empeñada en que nadie la acompañe.

La austeridad de la escenografía de Mireia Vila y de la iluminación de Mingo Albir casan estupendamente con la puesta en escena de Víctor Sánchez Rodríguez de quien ya aplaudí varios de sus espectáculos, como por ejemplo, Los temporales,  Iván y los perros, Una vida americana…

Silvia Valero asume con garra y encanto el ángel y el demonio de su personaje: «Sólo soy una mujer sentada al borde de su abismo».

CUZCO

Reparto:
Ella: Silvia Valero
El: Bruno Tamarit
Equipo artístico:
Dirección y dramaturgia: Víctor Sánchez Rodríguez
Escenografía: Mireia Vila
Iluminación: Mingo Albir
Vestuario: Teresa Juan
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Asesora corporal y ayudante de dirección: Cristina Fernández Pintado
Diseño gráfico y carteles escenografía: Estudio Merienda
Realización escenografía: Los Reyes del Mambo
Fotografías: Vicente A. Jiménez
Maquillaje y peluquería: Miguel Vidagaín
Distribución: a+ soluciones culturales
Una producción del Institut Valencià de Cultura con la colaboración del Ayuntamiento de Sagunto
TEATRO FERNÁN GÓMEZ. Sala Jardiel Poncela. Del 9 al 25 de noviembre 2018
Encuentros con el público (al término de cada función):  15  y 21 de noviembre.  Con presencia del dramaturgo y director Víctor Sánchez Rodríguez.
 

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