Las paradojas del amor: la frustración como origen de la satisfacción amorosa

El amor, en su dimensión romántica, es un fino juego de contrarios. El proceso que implica el enamoramiento a menudo es tan violento como placentero, tan delicioso como terrorífico, y es que enamorarse, o mejor dicho, compartir este tipo de amor con el otro implica abrir nuestro interior a alguien más, con las sombras y demonios que todos llevamos dentro, algo que implica una honestidad que no siempre es cómoda o incluso deseable.

Dentro de este ir y venir de sentimientos encontrados —de dicha y dolor, de deseo y repulsión, de miedo y valentía— resplandece una verdad que no siempre resulta evidente: cuando nos enamoramos de otra persona, no sólo lo hacemos de un ente completamente externo, nos enamoramos de nuestra propia proyección en esa persona, misma que nace de las carencias emocionales más profundas. Por eso, la persona de la que nos enamoramos, a pesar de poder ser desconocida, es también profundamente familiar.

El psicoanalista inglés Adam Phillips habla con una preciosa claridad sobre la paradójica naturaleza del amor en Missing Out: In Praise of the Unlived Life, un brillante ensayo sobre esas vidas paralelas que añoramos, que de alguna manera extrañamos y que nunca pudimos vivir:

“Todas las historia de amor son historias de frustración… Enamorarse es el recordatorio de una frustración que no sabías que tenías (de aquellas frustraciones formativas y de los propios intentos de curarlas); querías a alguien, te sentiste privado de algo, y luego, ese algo parece estar ahí disponible para ti. Y lo que se renueva en la experiencia es la intensidad de esa frustración y la intensidad de su satisfacción. Extrañamente, pareciera que esperabas a alguien pero no sabías quien era hasta que llegó. Aunque no te hubieras dado cuenta de que algo faltaba en tu vida, lo sabes cuando conoces a la persona que deseas. Lo que el psicoanálisis añadiría a esta historia de amor es que aquella persona de la que te enamoras es, realmente, el hombre o la mujer de tus sueños; lo o la has soñado antes de conocerle; pero esto no ha surgido de la nada —nada surge de la nada—, nace de una experiencia previa, tan real como anticipada. Reconoces a esa persona con tanta certeza porque, en un sentido, ya la conocías; y porque literalmente la has estado esperando, sientes como si la hubieras conocido desde siempre y, al mismo tiempo, te es extraña. Se trata de cuerpos desconocidos y familiares.”

Esta dualidad entre lo desconocido y lo familiar hace eco en el juego (tan físico como mental) de la ausencia y la presencia, una sensación que cualquier persona que se ha enamorado intensamente conoce. Al respecto de  esto, Phillips escribe:

“A pesar de lo mucho que has deseado y esperado conocer a la persona de tus sueños, es sólo cuando los conoces que empiezas a extrañarla. Pareciera que la presencia de un objeto es necesaria para sentir su ausencia (o hacer que la ausencia de algo se sienta). Una especie de añoranza puede haber precedido su llegada, pero tienes que conocerlo para sentir la fuerza íntegra de tu frustración en su ausencia. […] Enamorarte y encontrar tu pasión, son intentos de localizar, de imaginar, de representar lo que inconcientemente te  frustra.”

Es posible vislumbrar, a partir de lo escrito por Phillips, la íntima relación que existe entre las frustraciones más inconcientes y profundas de una persona y sus procesos de enamoramiento, algo que nos recuerda también que lo más aparente o fácilmente visible de nuestro universo emocional siempre lleva consigo un elemento adyacente y sutil que, como un río subterráneo, anega nuestras más hondas profundidades.

 
 

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