Ben Marcus y Rubén Martín Giráldez nos descubren la literatura experimental

PEDRO PUJANTE.
Título: Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal como la conocemos.
Autores: Ben Marcus y Rubén Martín Giráldez.

Explica César Aira que el escritor es un artista que ya no debería pretender escribir bien (buenos libros) sino escribir algo nuevo (libros diferentes). Entiendo en esta dicotomía entre nuevo y viejo un gesto esencial que funciona como guía estética. Porque la tradicional y maniquea distinción “buena literatura/mala literatura” responde a un juicio demasiado volátil, subjetivo y demarcado por el siempre inestable canon del tiempo y las modas. Con Aira (Ben Marcus y Giráldez) opino que el escritor ha de arriesgarse con novedosas propuestas de escritura, inventar un idioma, porque es la única forma viable para poder crear una literatura nueva. O como escribe no sin cierta ironía y malicia Marcus, para justificar su protesta antifranzeniana, porque haya escritores interesados en las posibilidades de la lengua y no en los placeres inmediatos del público masivo.

En este breve ensayo, el escritor americano Ben Marcus trata también de exponer sus razones en defensa de la literatura renovadora, (experimental, según él), en oposición a esa otra literatura acomodada, desgastada, que él cataloga en un sentido extremadamente amplio de “realista”. Un término que no encuentra su equivalente exacto en español, porque, ¿dónde habría que situar a la literatura fantástica? Marcus intercambia realista por no-experimental. En cualquier caso Ben Marcus trata de desmontar el tópico de que los escritores “realistas” (no experimentales) son capaces de mostrarnos la realidad de un modo más fiable, una discusión tan antigua como la propia literatura y que ya quedó, en mi opinión, saldada en el Modernismo (Kafka, Woolf, Faulkner), pero que cada cierto regresa. Y quizá sea necesario, como ha hecho Marcus, volver sobre el tema, porque parece que siempre aparecen personas como Jonathan Franzen que, para poder defender su propio credo estético (quizá sus propias obras), arremeten contra todo lo que se aparta de él (Joyce, Gaddis…), incluso tristemente arguyendo argumentos extraliterarios como ventas, traducciones o recepción. ¿Hablamos de literatura o de mercado?

Otro hilo interesante en el discurso de Marcus está determinado por la dificultad que entrañan algunos libros, algunos autores. ¿Ha de ser la literatura edulcorada para que los pobres lectores no se atraganten? ¿Ha muerto el lector? ¿Habría que “adulterar” el Ulises (como tantas veces se ha hecho ya con el Quijote) para adaptarlo a todos los públicos? Este es un argumento peliagudo  que es atravesado por otros temas como la legibilidad, la recepción lectora, la neurología, la calidad y la literatura como producto de entretenimiento de masas. En este sentido, Franzen abomina de escritores “complejos” como Joyce o Beckett, quienes, según él, son usados por las instituciones culturales para “perjudicar las perspectivas comerciales de la industria literaria”. ¿No es al revés? ¿No son los escritores planos, sin estilo, los que nos impone el establishment con el perjuicio que ello supone para la Gran Literatura? (Ya sabemos que la Gran Literatura es siempre marginal, a excepción de honrosas excepciones como Cortázar, Vila-Matas o Cervantes). Y si el libro es un objeto hedónico (qué duda cabe), ¿hasta qué punto hay que rebajar la dificultad de un texto para que todos los entiendan/disfruten? Esta pregunta es un poco tramposa, es cierto, porque no hay un único lector y cada lectura está determinada y acotada por nuestras propias limitaciones lectoras. Hay quienes, como Dalí, disfrutan de aquello que no entienden.

¿Es la literatura un negocio (Contrato), una mera transacción comercial entre editores y lectores y el escritor un obrero que produce letras frases, libros? Yo estoy con Marcus y creo que la literatura es un arte que no ha de limitarse a agradar al lector sino enfrentarlo a desafíos. Quizá porque para mí lo entretenido es encontrar respuestas no que me las expliquen con condescendencia. Viajar a lugares en los que nunca he estado, como hace Marcus cuando lee a Gaddis. Y para viajar y abrir nuevas rutas estéticas hay que cometer errores: ya conocemos el adagio beckettiano de que hay que aprender a equivocarse y así abrir renovar vías. ¿No es la literatura una introspección a las profundidades de la Tierra más que un viaje turístico por aquellos lugares que ya hemos visitado?

Giráldez, por su parte, nos regala un texto tan exquisito como complejo, una suerte de diálogo en diferido con el texto de Marcus, glosándolo, comentándolo, subrayándolo… También hispanizándolo, con ejemplos de nuestras letras patrias, que al final padecen y han padecido las mismas cuitas literarias que las norteamericanas. En definitiva, y de un modo más subversivo y radica, Giráldez se suma a las tesis de Marcus, con un texto pródigo en citas y neologismos, name-dropping desencadenado y un estilo tan personal, desacralizador y renovado que en sí mismo ya es una defensa del lenguaje experimental, de la libertad creadora y de la literatura como arma de destrucción masiva.

Este libro, como diría Nietzsche no es para nadie y es para todos.

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