'Las manos de la madre', de Massimo Recalcati

CARLOS MURGÍA.

1. El rostro y las manos de la madre

En las primeras páginas del libro, para esclarecer el título de la obra, Recalcati comparte un recuerdo conmovedor relacionado con una película que vio en su infancia en donde se plasma la historia de una madre que aferra durante horas las manos de su hijo que, mientras jugaba en la terraza del último piso de un enorme edificio, quedó colgado de la barandilla del balcón. En efecto, una de las facetas principales de la madre es albergar la vida y sostenerla con sus manos. Esto me recuerda a otra noción desgarradora concebida por Donald Winnicott. Él dijo que en los bebés existe una angustia latente a que la madre que los sostiene, de un momento a otro, se le ocurra abrir los brazos dejándolos caer al vacío. Antes y durante el embarazo, el deseo de la madre fecunda la aceptación de la vida y mientras transcurren los cuidados del infante, la madre invita continuamente a su hijo a vivir en el mundo. A partir de la relación fusional entre la madre y el bebé, surge la importancia del rostro de la primera. El rostro materno sustenta la existencia del bebé. El rostro es la primera cara del mundo, ya sea un mundo que acoge o rechaza. El rostro, brinda el primer Yo, otorga el sentimiento de la vida y hace ver al infante que es deseado al ser reconocido mediante las manos, el rostro y la mirada. Edward Tronick, un psicólogo estadounidense, presenta una sencilla prueba llamada stillface experiment que demuestra lo recién expuesto en un ambiente controlado: https://www.youtube.com/watch?v=apzXGEbZht0.  En realidad, el malestar de los infantes ahí vistos no gira en torno a una angustia de separación. Es algo más catastrófico. Se trata de la angustia de desaparecer.

2. Peekaboo: entre la presencia y la ausencia

Recalcati habla de dos conceptos que atañen a la función materna. En primer lugar, el seno-objeto. Es decir, un objeto libidinal que sólo existe para brindar placer al infante y lo colma hasta el punto de eliminar todo deseo. La antítesis del seno-objeto, es el seno-signo, que entra en el juego de la presencia y la ausencia creando así un espacio en blanco entre la madre y el hijo; una brecha que permite a la madre desear más allá de su hijo y al segundo le posibilita individuarse. El bebé antes de  concebir lo que es su yo y lo que no es idéntico a éste, debe atravesar un proceso de dosis graduales de desencanto. La madre que es suficientemente buena no solamente es la que brinda sostenimiento mediante sus manos, su rostro y su mirada, pues para dejar que el bebé se convierta en sujeto debe haber frustración. Sin ella no se suscita la desilusión, la cual engendra la voluntad de crear. Cuando la madre decepciona a su hijo, ella adviene como algo «no-yo» en la psique de su vástago. Esto impulsa al bebé a pensar las cosas de manera distinta. Por ende, la brecha, el espacio en blanco, que queda en la relación madre-hijo por efecto de la falta, de la ausencia, abre la posibilidad de nuevas pautas de interacción y pensamiento. Esta dialéctica entre la presencia y la ausencia, entre el sostenimiento y la falla, se aprecia en juegos como en el peekaboo en donde la madre  se cubre y descubre el rostro, en el juego de frío-caliente, la competencia entre dos equipos a jalar la cuerda y juguetes como el yo-yo, el trompo y el balero tradicional mexicano. Este último expresa de forma transparente la idea de unión-desunión. Adicionalmente, aunque parezca contradictorio, la madre más atenta y presurosa, en extremo presente, resulta más perjudicial que una madre ausente. La madre demasiado dedicada aplasta la subjetividad.

Dos extremos de la madre: por el lado de la presencia, tenemos un entorno sofocante, la madre devoradora, la madre cocodrilo. Por el lado de la ausencia, un bebé que cae eternamente al vacío.

3. Ser madre no es lo mismo que ser mujer: la caridad y la hostilidad materna

Madres que reportan el deseo de arrancarse el feto con un cuchillo. Madres que desean meter a su bebé al congelador para que cese el llanto. Madres que tiran a la basura a su hijo recién nacido porque su apariencia no corresponde con lo que esperaban. Madres que, en momentos, preferirían que sus hijos fueran secuestrados. Hablar de esto es tabú puesto que la cultura patriarcal condensó la dimensión de mujer y la de madre como si fueran la misma cosa. Por ese motivo, una mujer que se convierte en madre en muchas ocasiones renuncia a su propio deseo para llevar a cabo un sacrificio masoquista por el bienestar de sus hijos. Sin embargo, la madre abnegada, como compensación por su auto inmolación, produce vínculos de dependencia patológica fundamentados en la deuda culpígena. Esta es la madre mexicana patológica, inspirada en la Virgen María, ajena a toda sexualidad y que a cambio de esta frustración sexual, demanda la fidelidad eterna de sus hijos. Dicho de otro modo, la nostalgia de ser mujer, la compensa de manera tramposa mediante vínculos simbióticos con sus hijos. La problemática entre las dimensiones de la madre y la mujer puede comprenderse mediante el narcisismo. Es decir, una tendencia egoísta que imposibilita la diferenciación entre yo y no-yo, que merma la empatía y por ende, engendra sujetos que perciben a los otros como herramientas o como una extensión de su propio ser.

Una de estas manifestaciones narcisistas consiste en el anhelo desesperado de convertirse en madre sin interés por fecundar la subjetividad del hijo sino como una promesa de completitud. En otras palabras, el hijo como prótesis que anula el sentimiento de vacío de la madre. Esto puede producir en primera instancia, una madre fusional, la madre caníbal que mantiene un amor sin límites con su hijo. En segundo lugar, una madre que después de dar a luz, se va desilusionando del bebé, puesto que en realidad no era lo que quería; lo que ella deseaba era un bebé ideal, que no llorara ni defecara, una especie de muñeco. Por ese motivo, algunas madres sostienen relaciones violentas con sus hijos o, para evitar la manifestación de la rabia -que en ocasiones puede llegar hasta el homicidio-, delegan la responsabilidad a sus propias madres. Se trata de la abuela que recibe al nieto como compensación por el sacrificio que hizo como madre. A propósito de esto, Recalcati evoca la historia de Salomón y las dos madres. La historia versa sobre dos mujeres que apelan al rey para determinar a quién pertenece el hijo recién nacido que ambas reclaman como propio. Ocurre que las dos son prostitutas que residen en la misma casa y que han concebido en los mismos días. Se acusan mutuamente de haber asfixiado a su propio hijo durante la noche y de intercambiar al niño muerto por el otro aún vivo. Ante la falta de evidencia, Salomón solicita a un allegado que le traiga una espada para rebanar al bebé y entregar una mitad a cada una. La primera aceptó la propuesta. La segunda rogó a Salomón que entregara el bebé a su contendiente ya que prefería perderlo a dejarlo morir. En consecuencia, Salomón entregó el infante a la segunda. La interpretación de Recalcati es que el texto no habla de dos mujeres sino de una. La primera representa la cara de la madre-muerte, la que usa a su hijo como un objeto sin vida -a fin de cuentas, en un afán de mantener al bebé cerca de ella lo termina asfixiando- y la otra representa a la madre-vida, la que está dispuesta a renunciar a su hijo con tal de permitirle vivir. Esta es la donación que las madres deben realizar para abrir el paso al intercambio y la individuación. La primera ve al hijo como un objeto para gozar, la segunda humaniza a su cría al estar dispuesta a renunciar él.

4. De la madre virgen a la madre narcisista

Siguiendo con el postulado de la evaporación del Padre trascendental planteado en ¿Que queda del padre?, Recalcati elabora la otra cara del tema en Las Manos de la madre, pero ahora vinculándolo con la reconfiguración de la función materna en la era hipermoderna. El autor asegura que, una de las consecuencias de los movimientos de emancipación de la mujer de los años sesentas y setentas, fue la transformación de la madre. Dichas insurrecciones, abolieron a la madre de la abnegación, la del sacrificio masoquista, la madre que engullía a sus hijos y que claudicaba su faceta de mujer. Sin embargo, surgió una nueva madre patológica: la madre narcisista. Es decir, la madre hipermoderna que vive los hijos como un obstáculo para su afirmación social.

Es lo contrario de la madre-araña que captura a sus hijos-mosca: la madre distraída, indiferente, que deja caer. Puede plantearse que la emancipación de la mujer (que sigue siendo una labor en curso) no fue acompañada por la integración de la nueva madre; se persiguió liberar el deseo de la mujer- independencia económica, igualdad de derechos, oportunidades de trabajo, soberanía sexual- y a la vez se siguió ambicionando la maternidad que, en la cultura patriarcal está condensada con la dimensión de mujer. No obstante, cumplir con ambas funciones en muchos casos, se convirtió y sigue siendo un proyecto de vida extenuante puesto que en el modelo familiar clásico, existía una clara división de trabajo: a la mujer le correspondía lo maternal -la casa, los hijos, la alimentación- y a lo paterno le concernía el sustento -la producción económica y la construcción del patrimonio-. El problema es que ante la emancipación de la mujer, el hombre, en muchos casos, no ha correspondido con camaradería ante el cambio de dinámica familiar. Gracias a mis labores en un centro que brinda servicios clínicos y culturales a niños y adolescentes, puedo confirmar lo anterior. En su mayor parte, las madres casadas y las solteras son las que llevan y recogen a los hijos. Las que pagan las sesiones. Las que se encargan de los alimentos.

Las que deciden someterse a una psicoterapia. Los padres, en contadas ocasiones se dejan ver. Por otro lado, partiendo de la experiencia en dicho centro y charlando con maestras, pedagogas y terapeutas, parece que hay una abundancia de casos de Asperger en niños que, dentro de la teoría psicoanalítica, es consecuencia de una falla en la relación dual madre-hijo. Se puede especular que esto se debe a que las circunstancias sociales actuales no permiten que las mujeres efectúen la función materna con el tiempo y la atención que se requiere. Volviendo al tema de los padres, una defensa inmediata puede justificar su falta de involucramiento por el hecho de que se encuentran en sus trabajos. Sin embargo, las madres también cuentan con labores de tiempo competo y se encargan tanto de funciones maternas como paternas. Para Recalcati el panorama se percibe espinoso en la era hipermoderna: evaporación del Padre trascendental y crisis de integración entre las facetas de madre y mujer.

Quizá el reto de la era contemporánea es que tanto hombres y mujeres, independientemente de orientación sexual e identidad, reintegren al Padre y la Madre superando los aspectos tiránicos del primero y las facetas arañescas o negligentes de la segunda. Hay que ir más lejos: plantear que la función paterna se fortalece cuando integra la materna y la materna se nutre cuando incorpora la paterna: la ternura dentro de lo paterno y el rigor dentro de lo materno. Intentar alienar una u otra dimensión, es lo que ha engendrado las nuevas ortodoxias de izquierda y derecha: o la inclusión materna que liquida los límites o la exclusión paterna que reprime el diálogo.

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