En nuestra época y hace ya un tiempo, cierta tendencia cultural nos invita a “descubrir” nuestra pasión en la vida. En cierta forma, esta sugerencia se ofrece como contraste a la rutina en que a veces puede caer la existencia, domesticada por los ritmos regulares del trabajo, de la vida en sociedad, de las ocupaciones cotidianas, las obligaciones familiares, etc. Frente a ese riesgo de “monotonía”, desde ciertas perspectivas se nos insta a experimentar hasta encontrar algo que nos brinde cierto entusiasmo por la existencia que, contra todo pronóstico, parece correr el riesgo de diluirse cada día un poco más al hilo de nuestras ocupaciones.

Así, los deportes, las disciplinas espirituales, el arte o el desarrollo de un proyecto personal son algunos de los caminos que se nos presentan disponibles para recorrer y probar. Y acaso lo intentamos por un tiempo, pero también ocurre que a las pocas semanas o meses nos descubrimos no del todo convencidos ni satisfechos, y abandonamos eso que quizá de inicio nos parecía una actividad verdaderamente adecuada para nosotros.

¿Por qué sucede esto? ¿Es que hay personas que carecen de “pasión” en la vida? ¿Cuántas veces hay que experimentar hasta encontrar aquello para los cual “estamos hechos”?

Una respuesta a estas preguntas puede encontrarse en el concepto de las “teorías implícitas del interés” (implicit theories of interest) de la psicología contemporánea. Grosso modo, esta noción considera el interés que podemos tener sobre algo (una materia, un propósito, un desafío, etc.) se preserva si somos capaces de considerar esa circunstancia como un proceso amplio de aprendizaje, esfuerzo y la doble probabilidad tanto del fracaso como del logro.

Carol Dweck y Gregory Walton son dos psicólogos de la universidad de Stanford que han explorado esta idea en un comportamiento muy particular. En sus investigaciones, han descubierto que las personas que tienden a considerar un interés o un talento suyo como “una cualidad fija”, inherente a su personalidad, son por ello más proclives a abandonar propósitos derivados de dicho interés o talento ante las primeras dificultades que encuentran. De acuerdo con los investigadores, esto puede deberse a que esa habilidad en cuestión se formó bajo la idea de la búsqueda de validación externa, la cual, al no presentarse, hace a la persona desentenderse pronto de su propio esfuerzo.

En contraste, considerar un proyecto o un interés como una oportunidad de crecer, desarrollarse y mejorar personalmente, contribuye a que la persona se mantenga en su convicción, pues tiende a valorar más su propio esfuerzo y los resultados obtenidos poco a poco, según Dweck y Walton.

Sin duda este enfoque puede ayudarnos a cambiar la idea que tenemos de nuestra “pasión” en la vida. Más que esperar el aplauso, el logro o el triunfo, quizá cualquier propósito podría emprenderse y sostenerse por el sólo ánimo de realizarlo, de volcar ahí nuestra energía, nuestro deseo, nuestra voluntad.

En cierto sentido, esta ya es por sí misma la disposición necesaria para preservar nuestro entusiasmo por la vida.