El consejo de Bertrand Russell para no envejecer

¿Por qué envejecer preocupa al ser humano? La respuesta a esta pregunta puede ser relativamente sencilla, aunque no evidente. Como han señalado otros, el paso del tiempo es un recordatorio incesante de nuestra finitud o, dicho de otra manera, de nuestra mortalidad, una condición a la que usualmente aprendemos a temer y por ello mismo a eludir.
Sin embargo, como enseña la filosofía, en la vida es mejor enfrentar pronto ese temor a la muerte para poder así entenderlo y superarlo. Con frecuencia, ese temor irracional a morir (justificado, pero irracional) es una barrera inconsciente que nos impide arriesgarnos, afrontar nuevos desafíos, salir de los límites seguros donde fuimos criados, etc. Paradójicamente, saber que somos seres mortales, saber que un día abandonaremos este mundo y, sobre todo, darnos cuenta de que la vida es una oportunidad que no se repite, es una certeza que nos empuja a vivir auténticamente y a aprovechar tanto como sea posible todo esto que llamamos existencia. Autores tan disímiles como Séneca y Hunter S. Thompson coinciden en ese punto.
En ese tenor, compartimos ahora algunos fragmentos de un ensayo titulado Cómo envejecer, que Bertrand Russell escribió cuando tenía 81 años. Russell tuvo una vida particularmente longeva (murió a los 97), lo cual se debió quizá a su herencia genética pero también a un peculiar estilo de vida, disciplinado sin ser severo, consciente podríamos decir, el cual de hecho es resumido brevemente en este mismo escrito, con una sobriedad asombrosa:
Por lo que se refiere a la salud, nada útil puedo decir, puesto que tengo escasas experiencias en materia de enfermedades. Como y bebo lo que quiero, y duermo cuando no puedo permanecer despierto. Nunca hago nada pensando que será bueno para la salud, aunque, en la práctica, lo que me gusta hacer es en su mayor parte saludable.
Russell fue el filósofo que aconsejó el movimiento físico como una cura para el exceso de excitación en que vive el hombre moderno, y echaba de menos esos días en que la actividad intensa era parte de la rutina cotidiana del ser humano.
Pero como decíamos, el tema de este ensayo es el envejecimiento. Curiosamente, ya en su primera línea Russell advierte que a pesar del título, su intención es decir más bien cómo no envejecer, esto es, cómo conservar cierta lozanía de mente y espíritu, y también en el carácter, que a veces, más que el cuerpo, son los aspectos de nuestro ser que menos cuidamos frente a los efectos del tiempo, dejando, por nuestra propia negligencia, que se marchiten y se estropeen.
¿Cómo no envejecer?, se pregunta Russell, y después de hacer el repaso de su experiencia, de lo que ha visto a lo largo de su vida consigo mismo y en su entorno, concluye que la clave se encuentra en mantener vivos nuestros intereses y ampliarlos cada vez más, volviéndolos impersonales en la medida de lo posible. Escribe Russell:
Una de mis bisabuelas, que fue amiga de Gibbon, vivió hasta los noventa y dos y, hasta sus últimos días, fue el terror de sus descendientes. Mi abuela materna, después de tener nueve hijos que vivieron, uno que murió en la infancia y bastantes abortos, en cuanto se quedó viuda se consagró a la causa de la educación superior para las mujeres. Fue una de las fundadoras del Girton College, y trabajó obstinadamente para que el ejercicio de la medicina fuese abierto a las mujeres. Solía relatar que se encontró en Italia, con un caballero anciano que parecía muy triste. Le preguntó la causa de su melancolía y él respondió que acababa de separarse de sus dos nietos. «¡Bendito sea Dios! —exclamó ella— Tengo setenta y dos nietos y, si me pusiera triste cada vez que me tengo que separar de alguno de ellos, llevaría una existencia deplorable». « ¡Madre desnaturalizada!» replicó él. Pero, hablando como uno de esos setenta y dos, prefiero la fórmula de mi abuela. Después de los ochenta, ésta, como hallara alguna dificultad para dormirse, se pasaba, desde la medianoche hasta las tres de la madrugada, leyendo divulgación científica. Creo que nunca tuvo tiempo para darse cuenta de que estaba envejeciendo. Esta, según pienso, es la receta adecuada para permanecer joven. Si ustedes pueden ser todavía útiles en actividades amplias e interesantes y se preocupan vivamente por ellas, no se verán obligados a pensar en el hecho meramente estadístico del número de sus años y, aún menos, en la probable brevedad de su futuro.
La fórmula de Russell guarda cierta cercanía con el consejo que nos legó Baudelaire de “vivir siempre ebrios”, lo cual para el poeta se traducía en un efecto similar a este que señala el filósofo: la ebriedad disipa la sensación de que somos esclavos del Tiempo. “¡Embriágate! ¡Embriágate sin cesar!” es otra forma de decir: vive intensamente.
En cuanto a la idea de “intereses impersonales”, que puede parecer ambigua, Russell señala:
[…] en un anciano, que ha conocido las alegrías y las tristezas humanas, que ha terminado la obra que le cabía hacer, el temor a la muerte es algo abyecto e innoble. El mejor modo de superarlo —por lo menos, ésta es mi opinión— consiste en ampliar e ir haciendo cada vez más impersonales sus intereses, hasta que, poco a poco, retrocedan los muros que encierran al yo, y su vida vaya sumergiéndose crecientemente en la vida universal. Una existencia humana individual debería ser como un río: al principio, pequeña, estrechamente limitada por las márgenes, fluyendo apasionadamente sobre las piedras y arrojándose por las cascadas. Lentamente el río va haciéndose más ancho, las márgenes se apartan, las aguas corren más mansamente y, por último, sin ningún sobresalto visible, se funden con el mar y pierden, sin dolor, su ser individual.
De nuevo, Russell no está solo en esta opinión. Carl G. Jung sostuvo en diversos momentos que el ser humano necesita abrazar una concepción trascendente de la existencia que le permita lidiar con sus contradicciones y vicisitudes (la mayor de las cuales es la muerte). La metáfora del río y el mar que usa Russell es probablemente una de las más antiguas para dar cuenta de ese fin al que inevitablemente se encamina la existencia humana y que, a su manera, tiene un aspecto trascendente, aun desde la perspectiva más materialista.
El consejo general de Russell puede parecer muy intelectual, pero en esencia va más allá de eso. Recomendar que ampliemos nuestros intereses es otra forma de decir que mantengamos vivo el interés por la vida, permanentemente, en todos sus aspectos, de la misma manera que haríamos con un fuego que nos fue confiado y que no podemos dejar que se apague.
 
Recomendamos vivamente la lectura del ensayo completo, que es breve y sumamente preciso. Entre otros lugares, se encuentra en este enlace, o en el libro Retratos de memoria y otros ensayos, publicado en 1956.

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