'La azarosa y enigmática vida de Idaira Badiero', de Carlos Manzano

JOSÉ LUIS MUÑOZ.

Un par de amigos se las promete muy felices cuando se incorpora a su viaje programado por Europa una mujer enigmática  y atractiva llamada Idaira Badiero, pero pronto se llevarán una decepción. Así  que fue Idaira la que, tomando otra vez la iniciativa, eligió dormir en la litera superior, disfrutando de ese modo de la comodidad de un colchón en exclusiva, mientras Domingo y yo hubimos de compartir de nuevo, para nuestro fastidio, la misma cama y las mismas sábanas como un matrimonio mal avenido cuyo único propósito consistirá en evitar cualquier mínimo roce entre sus cuerpos. La posible relación triangular salta por los aires por la estulticia de uno de los amigos, Domingo, y se resiente la misma amistad. Creo que fue en ese preciso instante cuando ambos nos miramos a la cara y comprendemos sin decirnos nada que, lo quisiéramos o no, aquello iba a marcar un punto de inflexión en nuestra amistad, una línea de no retorno de consecuencias imprevisibles. El otro amigo, Carlos Moles, el narrador de la historia, se obsesiona con la chica al enterarse de que es la hija secreta de Sebastián Badiero, un escritor de éxito cuya obra admira. Si había un maestro de la novela negra en España ese era sin duda el gran Badiero. Lo certifican su éxito de ventas y la profesa legión  de seguidores que consumía fervientemente sus libros, entre la cual yo mismo me encontraba. Y a partir de ese momento se convierte en voyeur de las actividades de la chica y con la excusa de ser un informante privilegiado busca la relación con el padre, pero la historia que le ofrece a su progenitor de su casi desconocida hija es pura fabulación, como las novelas del propio Badiero. Resulta que tenía ante mi a la mismísima hija de Sebastián Badiero, el escritor cuyos libros yo leía con fervor, casi con auténtica pasión, y de cuya vida, por otra parte, apenas sabía nada. Bien es cierto que su propia hija lo había llegado a calificar como “hijo de puta”, pero en ningún lugar está escrito que un buen escritor deba ser también un buen padre.

Las relaciones entre lectores y autores suelen acabar en decepción. El lector baja del pedestal muchas veces al autor que admira en cuanto lo conoce y se disipa ese aura mítica que rodea al creador. Otras veces (Misery de Stephen King) eso se transforma en una obsesión psicopática. No es un tema nuevo, ni en literatura ni en el cine, pero Carlos Manzano aborda con una visión novedosa y original su juego literario. Construye el autor un relato hipnótico en esta La azarosa y enigmática vida de Idaira Badiero que gira alrededor de la manipulación, y no precisamente por parte del escritor sino por un lector que parece robarle la iniciativa del relato.  El protagonista y narrador, Miguel Moles, impone su punto de vista inventado de Idaira a sus propios padres aprovechando su relación distante (inexistente en el caso del padre), se inventa una vida y una serie de sucesos que sólo tienen lugar en su cabeza. En un intercambio de papeles, Santiago Badiero se convierte en el lector del relato inventado que hace Miguel Moles sobre su hija y, mientras más va conociendo este último al primero más se derrumba como mito literario y humano. Además, traer un hijo al mundo no significa otra cosa que condenarlo a la muerte desde su nacimiento, obligarlo a vivir el drama de su extinción. En realidad, no pones una vida más en el planeta, pones un futuro cadáver, alguien que tarde o temprano tendrá que enfrentarse al mismo destino que tú: desaparecer, dejar de ser, sucumbir.

Llega a decir Sebastián Badiero, el padre desnaturalizado, el creador que todo lo sacrifica por su obra, de su hija: Pero lo que te puedo asegurar es que aquella niña era el bebé más feo que yo había visto nunca, y casi sin darme cuenta empecé a verme a mi mismo diez años después llevando a aquel espantajo de la mano, a aquel ser repulsivo que estaría obligado a exhibir ante el mundo como obra mía. El creador egocéntrico satisfecho de su obra literaria no lo está de su creación física a la que colma de imperfecciones, pero Idaira es tan hermosa como inteligente.

Carlos Manzano introduce lo metaliterario en una novela de prosa cuidada, como ya es habitual en él,  perfilando los personajes de su relato con pequeños apuntes, notas de ironía o diálogos perfectos que intercambian el lector y el autor. A medida que ese hablador que no escribe, Miguel Moles, va invadiendo la vida de Sebastián Badiero, el mito del escritor, su aura, se desvanece. Moles, manipulador supremo, vende a Badiero una hija que sólo existe en su imaginación y el padre lo acepta como lo haría cualquier lector apasionado de sus novelas porque se ha distanciado tanto de ella que no la conoce.

El escritor, gran prosista, autor de relatos siempre bien pergeñados y que deja al lector sumido en la inquietud y en la angustia, escribe una novela magnífica con sólo cinco personajes y escenarios concretos: el viaje por Europa de los tres jóvenes que acaba abruptamente y los encuentros forzados de Miguel Moles con Santiago Badiero en una vampirización a la inversa. A través de una intriga imaginativa el escritor zaragozano habla de literatura, su gran pasión. Una vez terminada la historia,  el narrador debe desaparecer y dar paso al lector para que asimile, enriquezca o rechace todo lo que ha sido contado, y hace suya en su novela esa máxima brillante de Margaret Atwood: Interesarse por un escritor porque nos gustan sus libros es como interesarse por un pato porque nos gusta el fuagrás.

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