«Los otros Gondra», un relato vasco en primera persona

Por Ana Riera

Hace un par de años me perdí la representación de Los Gondra, la obra de Borja Ortiz de Gondra que en 2018 fue galardonada con el premio Max al mejor guion teatral. Narraba la historia de una familia vasca, la suya, marcada por una serie de acontecimientos secretos que se habían enquistado entre unos y otros generando odio y culpa. Hasta el punto de que algunos de sus miembros se habían visto empujados a marcharse lejos y luego, con el paso del tiempo,a volver para reivindicar sus raíces. Como decía, no la vi en su momento en el Valle Inclán, pero me he leído el texto teatral (Editado por el Centro Dramático Nacional). Sentía que debía conocer los detalles de esos 100 años de historia antes de adentrarme en el universo de Los otros Gondra (relato vasco), la nueva propuesta de Borja Ortiz, una intensa y hermosa experiencia que cobra vida todos los días en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, y que complementa y completa la anterior, dirigida como entonces por Josep Maria Mestres.

Foto: Elena Ortiz.

En la primera entrega se contaban los conflictos y vicisitudes de la familia, todo lo que había ocurrido a lo largo de los años y que, de alguna manera, explicaba el momento presente. En la segunda, que puede verse independientemente de la primera y que transcurre en la actualidad, se plantea un dilema, el que vive hoy el pueblo vasco. En ella el autor se pregunta cuál es la fórmula para superar el pasado y todo el dolor que lleva asociado. ¿Basta con pasar página o es necesario pedir perdón para que la herida cicatrice de veras?

El autor acude a su pueblo, Algorta, a recoger un premio por la obra de Los Gondra. Una vez allí descubre que muchos de sus parientes no se sienten cómodos con el hecho de que haya contado el pasado tormentoso de la familia. Y se topa con las diferentes posturas que conviven hoy en la sociedad vasca: los que no quieren rememorar el dolor porque ya han sufrido demasiado, como es el caso de su madre (una maravillosa Sonsoles Benedicto); los que no están dispuestos a pedir perdón, porque su rencor sigue siendo demasiado grande, como le ocurre a su prima Ainhoa (Cecilia Solaguren, qué capacidad para expresar desde la sobriedad); los que necesitan comprender a cualquier precio para hacer las paces consigo mismos (como el propio autor, representado por sí mismo y por el formidable actor Jesús Noguero, dualidad que aquí expresa algo más que un simple juego); y los que no acaban de entender el problema porque por suerte para ellos han llegado cuando las cosas empezaban a cambiar, como la sobrina adoptada y negra, que ya forma parte de esa sociedad aunque no lleve sangre vasca en las venas (Fenda Drame, interesante descubrimiento). De la conjugación de todas esas posturas depende la resolución del problema. No parece fácil. Pero a veces, la única forma de volver a empezar, es tocando fondo de verdad.

Foto: Carlos Melchor.

Tal vez la intensidad de mi disfrute y de mi identificación con el relato se deba a que también yo, como Borja y como Ainhoa, me he sentido extranjera en mi propia tierra. También yo he pensado que pertenecía a la otra mitad, aun sin tener del todo claro cuáles eran las verdaderas diferencias entre ambas mitades ni en qué momento nos habíamos dividido en dos. Creo sinceramente que saber pedir perdón es muy importante, y más sencillo de lo que parece. El secreto está en limitarse a hacerlo, sin más, como quien dice hola. Hay que dejar a un lado las consideraciones éticas y emocionales. Porque de ese modo, la vida es mucho más hermosa y fácil de sobrellevar. Lo contrario, empecinarse en no olvidar, en volver una y otra vez a sitios comunes que nos hacen daño, acaba por robarnos el alma convirtiéndonos en meras sombras. Además, qué sentido tiene si, al final, las olas acabarán por tragárselo todo.

Salgo de la sala emocionada, menos sola y más esperanzada. Yo, como Bosco, lo único que echo realmente de menos es el mar. Quizás sea por el poder regenerador de sus olas, siempre iguales y siempre cambiantes. O porque intuyo que su agua salada es la única que puede librarme para siempre de la pena. Y de la culpa. Por eso no se me ocurre mejor manera de terminar esta crónica que evocando su susurro milenario y repitiendo una vez más esa sencilla palabra de seis letras, para quien pueda necesitarla. PERDÓN.

Teatro Español. Sala Margarita Xirgu. Hasta el 17 de febrero 2019

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