‘Viaje al interior’, de Fran Zabaleta

Viaje al interior

Fran Zabaleta

Los libros del salvaje

Vigo, 2018

380 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

El mundo se ensancha, o lo hacemos más ancho, para que sea un lugar mejor. Eso es tanto como decir que si salimos de la zona de confort, es para hacernos mejores. Ser valiente no significa buscar los lugares donde tomar fotografías para presumir, donde verse a uno mismo frente al Taj Mahal o el cráter de Ngoro Ngoro. Aunque esa parte del viaje puede haber ayudado, lo que importa es regresar siendo otro y sabiendo que los demás también son otros, son tan importantes como uno mismo. La fase del amor que corresponde a la entrega a los desconocidos se puede manifestar de muchas maneras, no solo como cooperante de Médicos sin Fronteras, no solo en los campos de refugiados de Sudán. Salir al exterior con prejuicios y volver con dudas es la única condición que existe para certificar que hemos viajado. Los libros de Sergio del Molino, La España vacía y Lugares fuera de sitio, son un ejemplo magistral de ese espíritu. Porque nos enfrentamos a la faceta espiritual del autor y de los sitios por los que va atravesando.

Fran Zabaleta emprende un viaje en solitario, en furgoneta, por regiones de España donde lo más característico no es la gran fotografía, pero a los que no les falta belleza, aunque sea la belleza del olvido. Sus intenciones se asemejan a las de Sergio del Molino. Su estilo, sin embargo, le aleja del autor aragonés. Zabaleta es socarrón, directo, un compañero de barra de bar, y hasta algo miedoso. La forma de integrar la erudición, la historia, el pasado, las anécdotas, es la yuxtaposición. No se atiene a recursos literarios y facilita al lector la libertad para afrontar el libro, abriéndolo por cualquier capítulo y ajustándose, a voluntad, a la experiencia del viaje o a las historias de la historia con la que va componiendo el volumen.

El viaje comienza en Tenerife, lejos de su Vigo natal. Pero será cuando compre la furgoneta, él, un hombre solo de más de cincuenta años, para embarcarse en una forma de vida que desconoce por completo. Viajar en furgoneta es como trepar al monte: uno tiene que aprender para saber hacerlo bien. Eso sí, la furgoneta debe desplazarse por carretera, esa materia que es la deyección de las ciudades, el recuerdo de la civilización. Zabaleta busca líneas de asfalto secundarias o comarcales, por las que se va a aldeas o pueblos, o puentes o parques nacionales. De camino reflexiona de la misma forma que pensamos cualquiera de nosotros. Resulta sencillo identificarse con el Zabaleta viajero, porque podría ser uno más de nuestro entorno. El libro se extiende a merced no ya del viaje, sino de los libros que va leyendo. En ese sentido se aleja de la pureza y la intriga que genera el referente que toma desde el principio: Viajes con Charley, de John Steinbeck. El escritor americano era un genio en recursos narrativos, en la mirada hacia todo lo social, que es tanto como decir al hombre en el mundo, creando autonomía para sus personajes y una afección democrática, y se empeñaba en alcanzar el fondo de la humanidad sin atribuir rencores. Zabaleta no posee tanto talento, como no lo poseemos ninguno. Pero sí mucha voluntad. De esos buenos sentimientos surge este viaje.

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