‘Una huida imposible’, de Toni Montesinos

Una huida imposible

Toni Montesinos

La línea del horizonte

Madrid, 2019

150 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Cuando parecían haberse gastado los recursos para escribir un libro de viajes, un género marcado por una buena ambición, la de intentar que el lector desee acompañar al autor, Toni Montesinos (Barcelona, 1972) nos regala el punto de vista del lector en un ejercicio que es una aporía. En realidad, quien viaja no parece ser un hombre que luego reflejará una secuencia de la memoria. Aquí el que viaja es, directamente, el lector. Serán los deseos de haber compartido un tiempo con los escritores lo que transformen este libro en el viaje que desearíamos hacer mientras leemos libros de viaje. Aunque algunos de los referentes no sean escritores viajeros, pero sí son escritores que reflejan el lugar, que es California y, en casi mayor medida, San Francisco. La hermosa ciudad de la costa del Pacífico ofrece garantías de todo pelaje: desde la intriga y los suicidios en el Golden Gate, hasta la bohemia y la librería de Ferlingetti. La proximidad de la naturaleza, tanto la del mar como la de los bosques de las Montañas Rocosas, es otra garantía de deseo. Este libro está escrito con puro deseo, pero con un deseo honrado, sincero, honesto, sin aristas. Con un deseo que no ocasionará frustración, que no será ambiguo ni incómodo.

Lo que Toni Montesinos investiga es una mitología. El viaje, en gran medida, es temporal. La mitología contemporánea sobre la que navega, se ha ido haciendo pedazos en muy poco tiempo. Los videojuegos y las aplicaciones han matado a esas leyendas que con tanto esfuerzo y tanta admiración habíamos ido construyendo. Así Toni Montesinos pertenece a la raza de los poco que siguen creyendo en Stevenson, Jack London, Jack Kerouac, Raymond Carver, John Fante, Mark Twain e, incluso, Blaise Pascal. De hecho es una lectura equívoca del pensador francés la que da pie a un diálogo en el que los conversadores se sustituyen en la cadena. La idea de que el hombre no puede ser feliz por su incapacidad para permanecer en una habitación se lee confusamente por parte de algún escritor nómada. Tendrá que ser la sátira de Twain la que venga a poner un poco de orden, cuando las conversaciones derivan hacia la nada.

La cadena de escritores que se suceden surge de forma natural. Ningún eslabón se rompe. Montesinos escribe con frases largas que nos van derivando hacia alguna sorpresa. Se podría decir que narra con conciencia de lector, y también de escritor, pues el viaje surge para convertirse en un libro. Al menos el viaje literario. Esa experiencia es la que comparte sin salirse con metaliteratura, sin alardes, con la intuición de que uno no puede separarse de sus fantasmas pero sí puede elegirlos. Así su yo narrador es también ficción, es un yo seguro, un yo que no sufre daños y, por tanto, un yo al que le está permitido no perseverar en los prejuicios. De ahí que sepa que tras la lectura, como tras el viaje, uno sale transformado. Tal vez siga siendo el mismo, pero por un tiempo será algo mejor, por un tiempo será un ser afectado por unos mitos cuya función es enseñarnos el bienestar de la naturaleza y la parte bondadosa de la condición humana.

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