Safo: la décima Musa de Platón

 

por Kika Sureda

 

Safo de Mitilene o también conocida como Safo de Lesbos, fue una poetisa lírica nacida alrededor del 600 a.C. El nombre de Safo deriva del término griego sápfeiros,  que significa «lapislázuli«. Se cree que puede ser un préstamo lingüístico de los antiguos idiomas semíticos, que significaba también «zafiro».  En el Mármol de Paros se cuenta que Safo fue exiliada a Sicilia y que tuvo una hija. También nos cuenta que vivió hasta la vejez versión contraria, a la de su suicidio por amor, arrojándose desde los acantilados de la isla de Leúcade.

La mayoría de su obra se ha perdido. Escribió en el dialecto eolio, invocando la poesía griega con una nueva estrofa inventada y menos popular literariamente y que es conocida como «estrofa sáfica». Introdujo innovaciones métricas con señas de identidad propias para un género de poesía cantada tradicional, anónima y de procedencia femenina. Aportó originalidad a la lírica tradicional, conocida como monódica. La práctica totalidad de su obra se ha conocido, por desgracia, solo a través de las citas textuales de otros autores y comentaristas antiguos posteriores. Alrededor de Safo se ha ido creando una figura mítica y morbosa relacionada con las supuestas prácticas sexuales llevadas a cabo en su escuela de Lesbos.

La casa de las servidoras de las Musas, era su escuela, donde daba clases de música, literatura y poesía y donde sus discípulas aprendían el arte de hacer coronas de flores entre otras habilidades. Este hecho levantaba muchos rumores, al ser un centro solo para mujeres. Los hombres ya tenían sus centros para formarse y ese derecho quiso extenderlo Safo a las mujeres. Tanto hermetismo levantaba habladurías entre los hombres. Creían que entre esas paredes se llevaban a cabo prácticas sexuales lésbicas. Mucho se ha hablado de las inclinaciones sexuales de la poetisa, unos dicen que sus amantes eran mujeres, de aquí parte el término de «lesbiana o lésbico», otros dicen que era bisexual.

Dejando aparcado el tema íntimo y sexual de Safo, tuvo una vida muy intensa dedicada a la poesía y la música. Una faceta innovadora para su época y más siendo mujer. Tuvo muchos detractores griegos, sobre todo entre comediógrafos (hombres), a los cuales les invadía el ansia por ridiculizar a una mujer inteligente e independiente, así como también el morbo por el «amor lésbico» y la envidia poco disimulada por su talento y calidad literaria. En la poesía griega se cuenta con una escasa docena de poetisas menores, de cuyas obras se conservan pequeños fragmentos.

Tuvo tantos críticos como admiradores entre las sucesivas generaciones literarias tanto griegas como latinas. Platón fue uno de ellos, quedó maravillado de su obra y la apodó «La décima Musa», ya cuando su obra estaba sobradamente extendida y mitificada. Plutarco la calificó de «maravilla humana»; y figuras latinas tan relevantes como Horacio y Catulo imitaban la famosa estrofa sáfica.

Su obra se caracterizó por su naturaleza serena y dulce, aderezando sus estrofas sáficas  referentes al erotismo, la mujer y las fiestas matrimoniales con gran sensibilidad y dulzura.

Una de sus obras más conocidas es la Oda a la diosa Afrodita para que atraiga hacia ella un amor renegado:

¡Oh, tú en cien tronos Afrodita reina,                                            

¿Arde de nuevo el corazón inquieto?
¿A quién pretendes enredar en suave
Lazo de amores? ¿Quién tu red evita,
Mísera Safo?

Que si te huye, tornará a tus brazos,
Y más propicio ofreceráte dones,
Y cuando esquives el ardiente beso,
Querrá besarte.

Ven, pues, ¡Oh diosa! y mis anhelos cumple,
Liberta el alma de su dura pena;
Cual protectora, en la batalla lidia
Siempre a mi lado.

 

 

Hija de Zeus, inmortal, dolosa:

No me acongojes con pesar y sexo
Ruégote, Cipria!

Antes acude como en otros días,
Mi voz oyendo y mi encendido ruego;
Por mi dejaste la del padre Zeus
Alta morada.

El áureo carro que veloces llevan
Lindos gorriones, sacudiendo el ala,
Al negro suelo, desde el éter puro
Raudo bajaba.

Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante
Te sonreías: ¿Para qué me llamas?
¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora?
—me preguntabas—

¿Arde de nuevo el corazón inquieto?
¿A quién pretendes enredar en suave
Lazo de amores? ¿Quién tu red evita,
Mísera Safo?

Que si te huye, tornará a tus brazos,
Y más propicio ofreceráte dones,
Y cuando esquives el ardiente beso,
Querrá besarte.

Ven, pues, ¡Oh diosa! y mis anhelos cumple,
Liberta el alma de su dura pena;
Cual protectora, en la batalla lidia
Siempre a mi lado.

 

 

 

 

 

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