Irene de Bizancio: una emperatriz sin escrúpulos

por Kika Sureda
Irene de Bizancio o de Atenas (Atenas, 752 – Lesbos, 803). Fue emperatriz de Bizancio. Su familia era de origen humilde, en el 769 se casó con León IV, hijo de Constantino Coprónimo. Era una mujer con un carácter peculiar, influía mucho sobre su marido y cuando éste murió se había granjeado el afecto de los grandes y poderosos del reino. Consiguió que la proclamasen augusta junto con su hijo Constantino V que contaba solo con nueve años de edad.
Pero Irene pasó a la historia por un gesto muy cruel: le quitó los ojos a su hijo para que no ocupase su trono. Con su belleza, inteligencia, crueldad y mano dura supo gobernar un imperio de hombres. Pero este reinado, que no sería nada fácil, quedó empañado por un gesto atroz indigno de una madre. Un 19 de agosto del año 797, Constantino contaba con 26 años, seguramente nunca imaginó que su madre fuera su propia mutiladora. A pesar de ello, la iglesia ortodoxa celebra su fiesta, la de Santa Irene el 18 de agosto.
Irene parió a Constantino en la Cámara Pórfida, una habitación de paredes rojas, revestida de seda y piedras finas. La destinaban únicamente a las basilissas (título de origen griego para designar a los emperadores) para dar a luz a la estirpe imperial. En el año 776 fallece el viejo Constantino y León IV junto con la emperatriz asumen el poder coronando al pequeño Constantino como coemperador, con la intención de salvaguardar su derecho al reinado. La muerte visitó de nuevo el reino, llevándose en el 780 a León IV con tan solo unos treinta años. Sus excentricidades al parecer le pasaron factura. Le encantaban las joyas y sacó de la Iglesia de Santa Sofía una corona muy pesada y llena de adornos. La llevaba todo el día puesta, hasta el punto de que le salieron en la frente unos bultos extraños que le llevaron a unas fiebres y a su agónica muerte. No está muy claro si fue un envenenamiento. Dejó a una joven Irene con 25 años y al heredero con 9. La emperatriz empezó a gobernar por su propia cuenta llegando a ostentar un gran poder. No le resultó fácil, los hermanastros de León, cinco césares, conspiraban contra ella para tomar el trono. Al descubrir las conjuras, Irene les mandó azotar y les obligó a tonsurar (meterse a monjes). Sabiendo que ese era uno de los peores castigos organizó en Santa Sofía una ceremonia donde los césares repartían la Eucaristía y se devolvía la famosa corona. Mientras tanto ella ostentaba toda la pompa imperial.
Entre otras cosas mandó restaurar el culto a las imágenes, ganándose así los apoyos de la iglesia ortodoxa. Irene fue una mujer sola en un mundo de hombres. Tal vez esperaban que se casara de nuevo y tuviera hijos. Debido a la presión de la corte ideó un plan de matrimonio con Carlomagno pero nunca llegó a ser efectivo. En el año 800 Carlomagno se mandó coronar en Roma por el Papa como Emperador Romano con le excusa que una mujer no podía regir.
El ambiente empezó a enturbiarse: el creciente poder de los eunucos y las excesivas aspiraciones de Carlomagno provocaron que en el 802, Nicéforo, en aquella época, Ministro de Economía, diera un golpe de Estado y se autoproclamara emperador. Irene fue mandada a Lesbos, donde finalmente murió un año más tarde.
Irene fue una mujer inteligente, bella y cruel, luchando en un mundo de hombres, que consiguió llegar a los más altos niveles de poder en un imperio en decadencia. Intentó tal vez escapar a su destino de mujer y en ese trayecto cometió atrocidades, como la de cegar a su propio hijo.

 

 

 

 

 

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