El jardín de los cerezos: cómo afrontar el paso del tiempo y a Chéjov en clave de comedia

Por Mariano Velasco

Versionada y dirigida con originalidad y frescura por Ernesto Caballero y capitaneada, al frente de un excelente reparto, por una polifacética Carmen Machi y un muy brioso Nelson Dante, la nueva versión del El jardín de los cerezos que se puede ver hasta el 31 de marzo en el Teatro Valle Inclán de Madrid pone el acento en la comicidad de la obra de Chéjov —que él mismo subtituló “comedia en cuatro actos”— sin dejar nunca de lado el profundo sentimiento existencial que de ella se desprende: el de cómo afrontar el paso del tiempo, sobre todo cuando a la vida le da por pegar y pegar giros bruscos e inesperados.

Y todo ello con el trasfondo de una época y una sociedad, la de la Rusia de finales del XIX y principios del XX (aunque aparezcan aquí actualizadas al antojo del versionado), en las que se están produciendo profundos cambios que conducen al declive de la antigua aristocracia y al enriquecimiento de los descendientes de los otrora sirvientes, ahora  emancipados.

Para quienes tengan en la cabeza aquella entrañable versión que ofreció hace la tira de años el Estudio 1 de Televisión Española, con unos jovencísimos Emilio Gutiérrez Caba, Tina Sainz y Marisa Paredes entre otros veteranos, esta nueva versión será toda una sorpresa, sobre todo por el aire de ensoñación e irrealidad que le otorgan el minimalismo de su escenografía y la intemporalidad de su vestuario, así como por la utilización de ciertos recursos cómicos que pueden resultar cuando menos llamativos, como es el caso de la retransmisión por vídeo que nos hace un personaje desde su móvil (“que viva la telefonía en todas sus variantes”, como diría Jorge Drexler),o de la escena del karaoke del I want to break free de Queen.  Sí, han leído bien.

El caso es que pese al empleo de tales recursos, Caballero consigue con creces su propósito, que no es otro que no perderle la cara en ningún momento a la creación chejoviana y a esa profunda reflexión sobre la vida, el paso del tiempo y sus consecuencias que, por encima de cambios sociales, se erige como la verdadera esencia de esta obra maestra de la dramaturgia.

Insistiendo en lo chejoviano de la versión de Caballero, El jardín de los cerezos sigue siendo aquí, sobre todo, una gran obra de personajes en la que brillan con luz propia, dentro de un reparto muy coral, dos caracteres antagonistas respaldados por sendas soberbias interpretaciones: Lyubov Andreyevna (Carmen Machi), la aristócrata que lo ha perdido todo y que se niega a admitir su ruina, y Lopahim (Nelson Dante), el descendiente de siervos que lo ha ganado todo y que no está dispuesto a detenerse en su ambición.

Respondiendo a esa habilidad tan propia de Chéjov de saber cómo llamar la atención sobre aquello que en realidad no se menciona, resulta curioso cómo en una historia en la que brillan por su ausencia las pasiones amorosas —hay quien presume incluso de estar “por encima del amor”— se trata de un sentimiento que no deja de estar presente en el devenir de los acontecimientos, pese a que ninguno de los personajes acabe de encontrarlo.

Pero si hubiera que apostar por lo más interesante de este montaje, uno se queda con el peso y trascendencia que su director ha sabido otorgar a  la gran cantidad de símbolos que recorren de principio a fin la historia: las llaves de la casa, la propia casa de muñecas, el armario, los ruidos, las lámparas (uno de los escasos elementos de época que aparecen en el escenario), el hacha (espectacular la escena en la que Lopahim blande la herramienta para acabar cargándose metafóricamente el orden establecido y literalmente la tarima del escenario), el propio Firs, viejo y fiel sirviente imagen de un tiempo pasado y, cómo no, el jardín de los cerezos.

Un jardín que, recurriendo de nuevo a la habilidad chejoviana de subrayar lo que no está presente, no va a aparecer nunca en escena, lo cual facilita que cada cual, personajes y espectadores, pueda imaginárselo según le convenga, convencidos todos de que se trata de un lugar que encierra numerosos fantasmas, como el que imagina la propia Lyubov Andreyevnaal creer distinguir la figura de su madre entre los árboles.

Cabe por último preguntarse por el final que nos propone El jardín de los cerezos, y en concreto por si Chéjov trató de dejarnos un mensaje optimista o pesimista de su visión de la vida. Es una de las grandes dudas que siembra esta gran obra y que a buen seguro el propio autor hizo lo posible por dejar en el aire. ¿Hacia dónde dirige sus pasos la familia de Lyubov Andreyevna una vez resuelto el conflicto? Tal vez a emprender una nueva etapa llena de ilusiones o tal vez a aceptar de una santa vez  que todo ha acabado y que el glorioso pasado, si alguna vez lo hubo, ya nunca volverá.

El Jardín de los cerezos

De Anton Chéjov

Versión y dirección de Ernesto Caballero

Reparto: Carmen Machi, Nelson Dante, Secun de la Rosa, Miranda Gas,  Isabel Madolell, Carmen Gutiérrez, Tamar Novas, Didier Otaola, Chema Adeva, Paco Déniz, Isabel Dimas, Karina Garantivá, Fer Muratori

Del 8 de febrero al 31 de marzo. Teatro Valle Inclán de Madrid. Centro Dramático Nacional (CDN)

 

 

 

 

 

 

 

 

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