La danza minimal toma los Teatros del Canal

Por Eloy V. Palazón

Balancé, Pas de Bourrée, Jeté à la seconde, Pas de Bourrée on turn, Coupé, Jeté à la seconde, así hasta la saciedad, esta secuencia una detrás de otra con la música de Philip Glass, también golpeando una y otra vez. En alguna otra secuencia se introduce un Galop, un Balancé o un Temps Leve, pero la cosa persiste así durante casi 50 minutos. Así podríamos resumir, burdamente, la obra de Lucinda Childs que se pudo ver la pasada semana en los Teatros del Canal, Dance. Lo extraño de esto es que es algo casi hipnótico, que cansa y que, a la vez, te deja llevar.

Cuarenta años han pasado desde que Lucinda Childs crease esa pieza en 1979 y treinta y seis desde que Trisha Brown coreografiara Set and Reset (1983) y ahora el Ballet de la Ópera de Lyon los trae de nuevo al presente y a Madrid. Creadas tras el paso de las dos coreógrafas por el Judson Dance Theater de Nueva York, donde ellas y otros artistas sometieron a la danza a una deconstrucción profunda, ambas piezas son consideradas hoy dos de las obras más importantes de la llamada danza posmoderna.

Dance, obra de Lucinda Childs en colaboración con el compositor Philip Glass y el artista plástico Sol LeWitt, es tal vez la pieza de danza minimalista más reconocible y recordada. Aunque se suele decir que el Judson Dance Theater se desvincula totalmente de la danza clásica y de su gramática, algo a lo que incluso Merce Cunningham seguía anclado, ya hemos visto al principio de este artículo que eso no es del todo cierto pues el vocabulario del ballet sigue muy presente. Y es que es muy complicado deshacerse de un corpus de movimientos con tanto arraigo histórico. Algo que sí hicieron los del Judson, y que incluso lo comenzó el propio Cunningham, es romper la sintaxis del movimiento, desarticular la secuencia de movimientos que históricamente se habían establecido. La obra de Childs podría situarse en esa estela. Otra de las características de esta pieza es la extenuación a la que se somete a los bailarines, ya no sólo por la continua repetición de una secuencia conformada por pocos movimientos (lo que les puede llegar a causar engarrotamiento en los músculos), sino también por el agotamiento corporal que se genera cuando el ritmo de baile y música es incesante. La performatividad de los cuerpos que no cesan de moverse es algo presente en muchas coreografías y performances del momento, incluso dentro de la música (recordemos que el segundo cuarteto de Morton Feldman dura más de seis horas, algo que, irremediablemente, influye en la capacidad interpretativa y física de los instrumentistas).

Por otro lado, Set and Reset, la obra de Trisha Brown, ha sido puesta en escena en numerosas ocasiones últimamente, siendo versionada por la compañía Candoco, una compañía inclusiva de danza, o en la Tate Modern de Londres. En este caso, Laurie Anderson se encargó de la música y el artista plástico Robert Rauschenberg, pintor que se suele situar dentro del expresionismo abstracto, movimiento que inaugura el arte contemporáneo tras la segunda guerra mundial. La apariencia de improvisación que destila la pieza de Brown se debe a la propia escritura de la obra, donde priman instrucciones y pautas y donde la composición formal se pone en tensión con la improvisación.

Completando este programa, durante el fin de semana se han podido ver también los solos de Lucinda Childs, esta vez en el Museo Reina Sofía.

 

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