Solid State, de Coulton, Fraction y Monteys. Viñetas multimedia

Por Rubén Varillas

En la contraportada de Solid State (Gigamesh, 2019) se nos informa de que ésta “es la novela gráfica que acompaña a Solid State, el nuevo álbum conceptual [publicado en 2017] de Jonathan Coulton, músico, cantautor y superestrella de internet”. El aviso no es gratuito: no estamos ante una novela gráfica al uso, sino ante la pieza secuencial de un puzle multimedia más amplio y ambicioso que nace de la imaginación fractal de Coulton. A su aventura se han sumado el guionista Matt Fraction y el dibujante Albert Monteys. Investiguemos un poco sobre la paternidad del proyecto.

Jonathan Coulton abandonó su trabajo como programador informático para dedicarse por completo a su faceta artística como cantautor; de su experiencia laboral, sin embargo, se llevó consigo su devoción ciega a las posibilidades creativas y promocionales de internet. Entre sus singularidades musicales encontramos bandas sonoras para cómics (Code Monkey Save World Unplugged, 2014), canciones para juegos de ordenador, discos de versiones de los 70 que suenan “exactamente iguales a las canciones originales” (Some Guys, 2019) y numerosas composiciones concebidas como artefactos geek. Dentro de esta trayectoria caleidoscópica, el cómic de Fraction y Monteys sólo es un paso más dentro del proyecto multimedia Solid State, que por supuesto incluye su propia banda sonora (definida por el autor como “un álbum conceptual sobre internet, trolls, inteligencia artificial y sobre cómo el amor y la empatía salvarán a la humanidad”).

Para el lector habitual de cómics, ni el guionista Matt Fraction ni el dibujante Albert Monteys requieren de tanto prolegómeno introductorio. Son dos de los nombres de moda del cómic actual. Fraction alcanzó el estrellato con su valiente apuesta, junto al dibujante español David Aja, por uno de los eternos perdedores del universo Marvel: Clint Barton, alias Ojo de Halcón. Al igual que habían hecho unos años antes con Puño de Hierro, Fraction y Aja le dieron un lavado de cara flat-design a un personaje que, a priori, contaba con pocos alicientes: lo hicieron a contracorriente, apostando por su naturaleza antiheroica y por la humanización del héroe (presentado prácticamente de paisano). Desde entonces, Fraction no se ha bajado de la ola buena: Sex Criminals, Casanova, ODY-C

Albert Monteys, por su parte, es bien conocido entre el público español: dibujante estrella y director de El Jueves durante años, abandonó la histórica revista en 2014, después de una sonada polémica, para fundar junto a algunos excompañeros la revista de humor online Orgullo y satisfacción. Compaginó sus colaboraciones en esta y otras revistas con la publicación de su aclamada serie ¡Universo! en la plataforma online Panel Syndicate (en 2018, Astiberri reeditó el cómic en papel).

Hemos abusado de presentaciones para facilitar la ubicación de Solid State: una novela gráfica que bebe, por partida triple, del imaginario visual de ¡Universo!, del compromiso social con la realidad que se respira en los guiones de Fraction y de la mirada cosmogónica y cibernáutica de Coulton, y sus proyectos multimediales.

Debido, quizás, a esta paternidad múltiple, no siempre resulta sencillo encontrar claves para interpretar los mecanismos que conforman Solid State. No es fácil, tampoco, navegar entre los saltos temporales y las múltiples líneas narrativas que se entrecruzan en su trama. La historia tarda en levantar el vuelo y, cuando lo hace, nos empuja hacia una narración arrítmica y zigzagueante: un relato futurista, lleno de pausas e interrupciones, que crece a partir de los indicios apenas sugeridos de un argumento con más elipsis que certezas. El guión abandona al lector en el centro de un desconcertante escenario distópico, sin más puntos de anclaje que los que ofrecen los diálogos de unos personajes cuyas coordenadas vitales nos resultan completamente ajenas.

Así, perdidos in media res, al mismo tiempo que intentamos reunir las claves que cohesionan los diferentes niveles del cómic, nos vamos familiarizando con la jerga futurista de sus protagonistas y con sus motivaciones. Poco a poco, se nos van mostrando las condiciones de vida de la colonia Boojitropoplex, con su legión de trabajadores dedicados al levantamiento de muros protectores y con unas reglas de convivencia más propias de una red social que de un núcleo de población. Allí, conoceremos al obrero espacial Bobert, quien, después de sufrir el impacto de un peculiar residuo sideral, se verá condenado a ver la realidad a través de un casco roto que no consigue arrancar de su cabeza. Descubriremos también que Boojitropoplex parece estar gobernada por un anciano inmortal que sobrevive en flotación dentro de una cápsula mecánica de líquido amniótico.

Y sólo es ya avanzada la lectura cuando creemos descifrar los hipervínculos que comunican las diferentes líneas argumentales de Solid State y conectan a los personajes entre sí. Descubrimos entonces que, detrás de las pequeñas anécdotas que movilizan la historia, puede leerse una crítica mordaz contra internet tal y como hoy la conocemos; una reprobación en viñetas contra la deriva que la red ha adoptado en los últimos años: la que anuncia el desprecio de la privacidad, el tráfico masivo de información y esa dictadura de metadatos y algoritmos inteligentes que, cualquier día, terminarán por adquirir vida propia en el fluido digital hasta llegar a suplantar al usuario mismo.

Por su esoterismo cibertecnológico y su deliberada ambigüedad interpretativa, no nos parece que Solid State sea un cómic para todos los públicos. Es, sin embargo, una ocasión extraordinaria de disfrutar de un Albert Monteys en auténtico estado de gracia: su talento gráfico a la hora de crear convincentemente universos imposibles resulta un disfrute en sí mismo. Por su parte, pese a algunas irregularidades, el guion de Fraction actualiza con interés e imaginación ciertos temas clásicos de la narrativa cyberpunk (la inteligencia matricial, la rebelión adánica contra el totalitarismo tecnológico o la idea del multiverso), y consigue insuflar vida secuencial al complejo entramado conceptual de Coulton. Aunque seguramente requiera de más de una lectura y de una atención especial a su metalenguaje —o precisamente por ello—, tenemos la sensación de que Solid State es una novela gráfica que hará las delicias de todos aquellos que ya se han “perdido” en la red y en sus realidades hipervinculadas.

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