‘Simbad’, de Gyula Krúdy

Simbad

Gyula Krúdy

Traducción de Adan Kovacsics

La Fuga

Barcelona, 2019

158 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

El nombre puede ser un cepo, una forma de cazar a la espera, una trampa que muerde los tobillos. En una obra literaria, sustituye al rostro del protagonista, a la imagen con que le conocemos. El peso de llamarse Ulises, por ejemplo, se suma a la nobleza del nombre: uno parecería obligado a comportarse con respeto hacia quien lo llevó por primera vez. El caso de Simbad es una propuesta arriesgada, una invitación a la aventura en formato fantasía, al viaje inusitado, el de la mente por los vericuetos de lo imposible. Tal vez el auténtico heredero de Simbad en occidente haya sido Indiana Jones. Pero hay intentos anteriores, como este conjunto de relatos, que en realidad configuran una novela, que se reúnen por estilo, por temática y, sobre todo, por la presencia de la figura de Simbad, a quien conocemos de niño y vemos crecer.

Los primeros relatos configuran un Bildugsroman en el que asistimos a lo que será la esencia del nuevo Simbad: es más lo que se sugiere que lo que se narra. Las fábulas funcionan como un tiro, sin una trayectoria al margen, directas a la intención de mostrarnos una educación sentimental, una inquietud, que no obsesión, por las mujeres. En las obras de aventuras, al menos hasta la fecha en que está escrita esta obra, al hombre se le reservaba el viaje y la hazaña, a la mujer las aventuras de salón, los lances amorosos. El cuerpo de uno era dinámico, el de la otra estática. Gyula Krúdy (Nyíregyháza, 1878 – Budapest, 1933) otorga al varón el valor de la aventura sentimental sin filos, de los encuentros con pasión o con amor, o con intenciones de sumar una muesca más en el revólver de las conquistas, o con auténtico enamoramiento, más divino que humano. Simbad es quien actúa y quien padece. No siempre dueño del destino, que le lleva a vagas por las calles de Buda y de Pest, y por el Puente de las Cadenas, que aquí cobra un sentido metafórico, uniendo el mundo del sosiego con el de los amantes. Simbad no encuentra otra forma de equilibrio que cruzar de un lado a otro. Y es que el equilibrio está a mitad de camino entre la compensación y la descompensación. Krúdy decide que su héroe cruce de una a otra y nos regala estos cuentos, relatos con una ambientación costumbrista en los que no se desperdicia una sola frase en otra cosa que no sea en aras de la narración, sobre la búsqueda y, por tanto, sobre la soledad. Porque al final quien busca lo hace siempre solo, una imagen, como la de Simbad, este, no el clásico oriental, que a pesar de la incitación a la aventura conlleva un punto de tristeza. Tal vez debido a la imposibilidad de abandonar, como diría Pascal, su habitación.

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