Andalucía, tierra de aforistas

La reciente celebración de la Semana del Aforismo de Sevilla, entre otras, ha tenido la virtualidad de colocar sobre la mesa un hecho que, con los datos en la mano, me parece irrefutable: que Andalucía constituye en la actualidad (y con permiso del País Vasco), una auténtica mina aforística pródiga en talentos y propuestas en torno al género más breve.

Son varias las editoriales especializadas en aforismo que tienen su sede en Andalucía: Cuadernos del Vigía, La Isla de Siltolá, Renacimiento y su colección A la mínima, Libros al Albur… La primera asociación que trata de agrupar a los amantes del aforismo (Apeadero de Aforistas) surgió de la feliz concurrencia en la capital hispalense de un sevillano, una granadina y un catalán. La única revista digital consagrada al aforismo nació y vive también en esta ciudad.

Numerosísimas son también las voces aforísticas que escriben en la antigua Bética romana, bien de manera exclusiva, bien en pacífica coexistencia con otros géneros más extensos: Carmen Canet, Javier Bozalongo, Jesús Cotta, Carmen Camacho, José Mateos, Miguel Ángel Arcas, Antonio Rivero Taravillo, Emilio López Medina, Erika Martínez, Javier Sánchez Menéndez, Enrique García Máiquez, Juan Varo Zafra, Javier Salvago, Jesús Montiel, Miguel Cobo Rosa, Francisco Ferrero y un larguísimo etcétera. Tampoco faltan quienes, venidos de otras latitudes y actualmente asentados en Andalucía, cultivan el aforismo con fruición: es el caso de Andrés Neuman, Tirso Priscilo Vallecillos o Felix Trull.

Pero esto no viene de ahora, ni mucho menos, sino que hunde sus raíces, como poco, en el pasado literario inmediato. No en vano, algunos de los mejores aforistas españoles del siglo XX fueron andaluces: hablo de Antonio Machado, de Juan Ramón Jiménez, de Carlos Edmundo de Ory…

Algo tiene Andalucía, cuando el aforismo la corteja de manera recurrente. Difícil olvidar la impronta de Séneca, el cordobés, cuya capacidad para sintetizar en redondas frases una amplia y profunda sabiduría de vida le han convertido en inmortal. Tampoco la, no por tópica menos genuina, capacidad de los andaluces de a pie para pergeñar refranes y dichos dotados de una insólita plasticidad. Mi madre, que era malagueña, nunca dejaba de sorprender a mi padre, barcelonés, con su incesante panoplia de paremias: “esta todavía no te la había oído” era una frase con que la obsequiaba en no pocas ocasiones.

Dejo las consideraciones etnológicas a los expertos, que haberlas las habrá. Baste, por ahora, lo que no puede ser negado: que al aforismo le gusta Andalucía, y que los andaluces le corresponden con su cultivo atento y esmerado. Una relación que viene de lejos y que, sin duda, proseguirá en lo sucesivo con nuevos y ricos frutos.

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