Hiperrealidad de mierda

GALO ABRAIN.

Decía Baudrillard que la posmodernidad tría consigo algo llamado la hiperrealidad. El inagotable foco de los medios sobre la vida cotidiana de los individuos haría de nuestra conciencia sobre lo real algo descompensado. Se convertía así en algo opaco, que nacía y moría con la información distribuida por intermediarios que se quisiese dar por valida, llegando a sustituir la realidad original por la reinterpretada. Dicho de otra forma, en la hiperrealidad nuestras creencias se consumen como productos rebajados en un super asegurándonos la conquista de la felicidad con fines interesados.

Para entendernos, si ponemos por ejemplo un videojuego, los ciudadanos del mundo hiperrealista se convertirían en jugadores tan abstraídos por su partida que para ellos la realidad dejaría de palparse con las manos para funcionar única y exclusivamente a través del joystick. Da igual que un edificio esté a punto de aplastarles el cráneo, o que una bomba atómica esté a punto de acabar con la humanidad, para ellos el fabuloso mundo de la ficción del que son presos capta toda su atención y hasta que no es demasiado tarde, nadie despierta del embrujo virtual.  

Decían los teóricos de esta hiperrealidad que no se podía asegurar su existencia o su ausencia, que su uso quedaba reducido a una fórmula para describir la información a la que se exponen las conciencias.  No tengo claro si hoy podríamos asegurar que ya hemos entrado en una obscena hiperrealidad

(diría que sí) pero al menos estoy seguro de que nuestras sociedades mecanicistas y tecnocráticas han avanzado más que nunca hacía un vasto universo de incertidumbres. Un cosmos en donde tenemos todas las respuestas, pero no sabemos las preguntas. Y este limbo de lo relativo, de lo absurdo, de lo transparente y a la par desconocido, es el campo de cultivo perfecto para que germinen las sucias manipulaciones, vestidas hoy de discurso sincero, que caracterizan esa hiperrealidad.

La política es el juego por el poder.  Un juego en donde parece que, como cuenta la leyenda que dijo en su lecho de muerte el asesino Hassan-i Sabbah “Nada es verdad, todo está permitido.” Debe de ser así, porque no encuentro otra explicación para las aberraciones que diariamente salen de la boca de nuestros políticos en los telediarios, frente a los que la opinión pública solo claudica brevemente en su contra con cuatro comentarios baratos e ineficaces en las redes.

Esta incoherencia, está infectada certeza de no saber nada es el terreno de juego en donde los más perversos y sádicos imaginarios alcanzan a calar en los individuos. En ellos, una feminista de verdad es aquella que defiende su lugar a la sumisa sombra del hombre de la casa. En ellos, una mujer inmigrante dando un hijo suyo en adopción por los papeles, es la solución al problema de natalidad. En ellos, una subida del salario mínimo de 300 € será el apocalipsis de la economía, pero no lo es rescatar bancos, malversar capitales públicos con viscosa avaricia, o dejar claro que hacienda somos todos mientras no allá más de seis ceros en la cuenta, porque entonces se convierte en el que la lleva del escondite y tu obligación es esconderte bien para que no te pille.

Es cierto que en la cloaca política siempre ha existido la manipulación informativa. Una de las que a mi más me gustan fue la sucedida durante la segunda guerra del golfo cuando una supuesta enfermera kuwaití relató como las milicias del gobierno de Sadam habían destruido incubadoras en varios hospitales kuwaitíes, tirando los bebes que contenían al suelo. Al año siguiente salió a la luz la verdad, y es que aquella pobre enfermera, destrozada por las sanguinolentas imágenes de los bebes pudriéndose entre llantos por los pasillos de los hospitales, no era otra que Nayirah al Sabah, la hija de quince años del embajador kuwaití en Washington. Huelga decir que Nayirah estaba lejos de ser una vulgar enfermera y por si fuera poco ni siquiera estuvo presente en el país durante toda la invasión. La historia había sido un bulo bien montado por una empresa de marketing americana, con el fin de justificar la intervención estadounidense en Irak en los noventa. Objetivo conseguido. La hiperrealidad, o la mejor llamada manipulación mediática de toda la vida había alcanzado su fin último, sugestionar a la opinión pública para que tolere cosas que libres de presión no habrían tolerado jamás.

El caso se las trajo, pero esta regla de la sugestión puede aplicarse cotidianamente a casi todos los discursos frente a los que nos enfrentamos día a día, a esas llamadas “fake news”, que no son otra cosa que una envolvente realidad falsa. Una realidad en la que el bombardeo indiscriminado de información ha alcanzado el colapso total de los informados y la impunidad total de aquellos que mienten y embaucan sin descanso.

Ahora esta diatriba perversa del discurso cuenta además con un firme aliado que es el respeto absoluto a toda opinión, por muy oscura que sea. Como decían los Punsetes en su canción, «Qué no pase un día sin que des tu opinión de mierda, que no pase un día sin que cuentes tus miserias.» y parece que de tanto tolerar opiniones de mierda acabaremos entrando en esa trillada paradoja de la intolerancia de Karl Popper que afirma que cuanto más tolerante es una sociedad, más hueco deja a la intolerancia y está termina invadiéndolo todo. Se tolera lo intolerable mientras se maquille elegante e inofensivo, aunque en el fondo lo sea, y mucho. Se condena la negatividad y la crítica, porque son constructivas y en una sociedad transparente como la nuestra la negatividad son los restos de un pasado sin Prozac en cada comida y sobredosis de “Me gustas” en las redes. ¿Os habéis fijado en que no hay botón de no me gusta en ninguna red? No lo hay porque la negatividad no es productiva, no es frívola y limita el inagotable girar de la rueda de la sonrisa en la que corremos hoy.

Las actuales circunstancias que vivimos en España son, ahora mismo, determinantes. Podría hablar de la destrucción medioambiental (convenientemente convertida en “Cambio climático”) pero para mí es un barco que ya ha zarpado y al que de tanto meterle basura al motor se ha terminado averiado obligándonos a masticar algas hasta que se nos acabe la respiración. Lo que no quita para que cualquiera que niegue que seguir llenando de deshechos la maquinaria no hará sino acelerar nuestro sufrimiento sea un completo imbécil, o lo que es más habitual, un aprovechado sin perspectiva montado en el dólar.

Pero de como enfoquemos el futuro de nuestra conciencia sobre la realidad, si dependerá lo real de nuestras vidas. Tal vez, como dijo Slavoj Zizek para las elecciones americanas respecto a Trump, a España podría beneficiarle una toma de contacto en el poder con las sombras que acolchan el meteórico ascenso de los neofascistas liberales de VOX, del escoramiento derechón de los liberales conservadores de siempre del PP, y de la irrupción programada de los liberales bien vestidos de Ciudadanos, pero temo que aquí no haya despertar alguno. Más bien creo que la somnolienta hiperrealidad en la que hemos caído nos ha llevado a estar patéticamente abstraídos de la realidad. A dar por justo lo que nos acuchilla el hígado y a sonreír al que nos pisotea e incluso darle las gracias.

Creo que, o amanecemos firmes contra la tolerancia a las opiniones y discursos manipulados, o terminaremos presos del más deprimente y sucio de todos los futuros, el de la hiperrealidad de mierda.

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