Me convertí en fan

Por Dinorah Polakof.

Hace unos días, justo la nochecita de vísperas del 1º de Mayo, hice fila para ver a dos máximos exponentes de la literatura infantil y juvenil actual. Se venía anunciando, por varios medios de comunicación, que la ilustradora Rébecca Dautremer y el también ilustrador y escritor Taï-Marc Le Thanh visitarían Montevideo. Ni bien la noticia llegó a mis sentidos, experimenté una suerte de temblor interno, y pensé que lo mismo le debe haber pasado a miles de seguidores de Harry Potter ante la presentación de cada nuevo título de la saga.

Algunos años atrás, creía  que el acto de ubicarse a ambos lados de una alfombra roja con el propósito de “estar ahí” cuando tu actor favorito posara para las fotos,  o el permanecer de pie durante horas a la espera de que tu autor preferido firmara la primera página de tu  ejemplar, significaban una pérdida de tiempo. Hoy en día,  luego de dirigirme a la Ciudad Vieja en un horario y fecha impropios, pues no tenía seguridad de regresar a casa debido al receso de transporte que se avecinaba, y verme cruzar el umbral de la majestuosa librería Puro Verso abrazada a mis libros  con el corazón palpitante; descuento que he cambiado de opinión.

Me convertí en fan. En otras palabras, o en las mismas, soy una admiradora, entusiasta, seguidora y fanática de estos visitantes. En la planta baja se exhibían todas sus creaciones junto a la publicidad del encuentro y se nos entregaba marcadores con el número que nos ordenaría en fila.  En el primer piso ya se habían reunido  ilustradores y mediadores nacionales, que llegaron para una charla previa. Me situé en un lugar estratégico de modo de obtener las primeras fotos. Dautremer estaba hablando en español, se esforzaba con el idioma. Sin embargo, era tal su simpatía y buena disposición que la traductora acompañante fue casi eximida de su trabajo.

Rébecca Dautremer mostraba, enseñaba, ilustraba sobre su obra. Aplausos y más aplausos. Bajamos la escalera señorial para ubicarnos de tal forma de quedar en posición organizada. Entre el público interesado pude detectar a pequeñas familias, docentes, periodistas, escritores, fotógrafos, antropólogos y una inmensa alegría de pertenecer a este universo original. La conversación hacía la espera más amigable. Se entrecruzaban datos y libros, se comparaban ediciones. Se admiraban trazos, líneas, detalles.

 

De espaldas a la baranda del espacio literario, se sentaban ambos. “Son pareja”,  “tienen hijos”, se oyó por ahí.  Mientras la fila avanzaba, pude ver que su presencia se apoderaba de nosotros. Le Thanh y su mujer firmaban libros.

Cuando llegó mi turno, le hice saber que admiraba su buen humor y que aunque hubiera leído cientos de veces sus textos, siempre volvía a reír. A ella le agradecí por la delicadeza y la minuciosidad de su trabajo.

 

Foto Vía| Dinorah Polakof.

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