La realidad se desborda y delira con tal de «BesARTE, mimARTE, follARTE»

Por Horacio Otheguy Riveira

La trama: el mundo marginal de los artistas que luchan por abrirse camino con la mayor cantidad posible de besos, mimos y sexo. Un viaje fantástico en el que rara vez se alcanza la gloria que se busca. Detrás de todo, historias cruzadas donde quien busca desencuentra y quien se cuelga del alcohol o las drogas cree que el mundo al fin se le brinda.

Entre risas y alta tensión, una tragicomedia que apunta muy alto porque muy arriba empieza, para seguir subiendo en una espiral de situaciones momento a momento más interesantes. Rompe las barreras del costumbrismo exhibiendo costumbres y trastornos de la personalidad abundantes en cualquier ambiente social clasemediero o incluso burgués, pero aquí sin un duro, concentrados en un bar noventero, el Bruja, ocho artistas y una publicista, todos en la cresta de la ola de la ansiedad y la abundancia de traumas mientras la vida continúa y unos pocos sobreviven, consiguen aferrarse a sus ímpetus más profundos y bajan de la montaña rusa para hacer lo que tienen que hacer: ser ellos mismos.

Defensa de la lucha artesana del teatro, a fuerza de tesón y confianza en sus inspiraciones, la obra trasciende este límite para desbocarse de manera divertida y a la vez muy profunda, poniendo el acento en una neurosis muy propia de este tiempo maravillosamente informatizado, pero carente de estímulos verdaderos, cualquiera sea el ambiente en el que la insatisfacción permanente doblega y convierte a gran parte de la población en carne de psiquiátrico.

Desesperados por no encontrar en el círculo de poder cultural los contactos básicos para introducirse y triunfar, cada uno  de estos nueve personajes se trastorna a su manera: una bailarina frustrada se cuelga de adicciones hasta creer que se ha tirado a tres extraterrestres, «negros, altos y calvos»; un escritor va a suicidarse y en esas que se enamora de una chiquilla de 19 que está muy dispuesta para el sexo, pero esconde trauma muy oscuro… Y mucho más. A lo largo de hora y media, un continuo despliegue de sorpresas entre seres en conflicto consigo mismos y el entorno, a través de situaciones bien nutridas de imaginación y creatividad.

Están medio muertos en la terraza del Bruja, pero su vitalidad llega al teatro como un aliento de vida y de ternura. Al amarles a ellos, amamos también esta debilidad cotidiana en la que vivimos todos, cada cual a su manera, con el mundo entero chocándose contra las farolas o cayendo por un acantilado, a fuerza de colgarse de los móviles, y la graciosas cantidad de alcohol rociándolo las noches cada vez más largas, junto a la facilidad con que nos llegan toda clase de drogas… y el fantasma formidable de la posibilidad de BesARTE, mimARTE, follARTE como si todo no fuera más que un sueño del que despertar entre tus brazos en cuyas manos no hay más que ternura en forma de contratos, el sonido del dinero como un sonajero, el magnacolor que el mercado nos ofrece una y otra vez…

Una obra muy localista, Madrid y sus artistas sin éxito. Sin embargo, enlaza estupendamente con la noble tradición del  teatro que parte de un ámbito íntimo y pequeño para entrar de lleno en el gran teatro universal, así, Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura, Historia de una escalera, de Buero Vallejo, La pechuga de la sardina, de Lauro Olmo, Bajarse al moro, de José Luis Alonso de Santos, por nombrar sólo cuatro nacionales, con las que puede emparentarse esta última pieza de Ramón Paso, a su vez incomparable por el tan personal estilo en el que confluyen el realismo y el humor absurdo, así como el ritmo cinematográfico con que ha sido escrita y dirigida.

Dos de las actrices de la Compañía, Inés Kerzan y Ángela Peirat han resuelto un vestuario muy atractivo, con muchos cambios divertidos, aportando un gran colorido a una función con muy pocos elementos escenográficos. La iluminación de Pilar Velasco resulta muy eficaz, y el espacio sonoro ideado por el propio Paso enriquece la ambientación con una gran habilidad: resulta casi imperceptible, pero ahí está, como el concierto polifónico de las nueve voces a cargo de nueve actores que se mueven, entran y salen como en un vodevil del gran Georges Feydeau con la ironía, el cinismo y el vaivén de una brillante comedia de hoy.

De izquierda a derecha: Ainhoa Quintana, Ángela Peirat, Ramón Paso, Laura Auzmendi, Guillermo López-Acosta, Jordi Millán, David DeGea, Luisa Maciá. Sentadas: Ana Azorín, Inés Kerzan.

Ramón Paso es el autor y director de la función más compleja de cuantas ha realizado. Cuenta con un elenco que integra el habitual trabajo de equipo de la Compañía PasoAzorín Teatro con una disciplina encomiable.

A continuación, un extracto de algunos momentos de la representación. Sólo seis perlas, para abrir boca y recomendar con entusiasmo visitar el Lara los martes a las 22,15 horas:

Rebeca.               A ver, yo soy actriz; Carla, baila; vosotros, escribís; y Héctor, bueno, dice que es actor. Y joder, ponemos copas, y curramos como cabrones en este sitio y esto es una mierda. Venga, Pablo se quiere suicidar…

Laura.                 Pero no lo va a hacer.

Pablo.                  Eso no lo sabes.

Laura.                 Sí lo sé.

Pablo.                  ¿Y cómo lo sabes, lista?

Laura.                 Porque eres demasiado vago. (Pausa) Nunca acabas nada de lo que empiezas.

***

Lily.                     ¿Te pasa algo conmigo?

Pablo.                  No, ¿por qué? Te cuelas en mi azotea, me das tu opinión sobre nuestras cosas… Me has caído que te cagas. Si eres tan maja como pareces, a lo mejor, hasta te llevo a Disneylandia.

Lily.                     ¿En Disneylandia hay alcohol?

Pablo.                  No, pero hay batidos muy molones.

Lily.                     Es una lástima, porque me gusta follar borracha y con un batido no es lo mismo.

***

Héctor.                Las estrellas… son bonitas.

Nuria.                 Tú me dijiste que ibas a ser una estrella.

Héctor.                Bueno, no dije eso exactamente… Comenté que era actor.

Nuria.                 Dijiste que se podía vivir de ser actor.

Héctor.                Algunos lo hacen.

Nuria.                 No te sale nada. No haces nada.

Héctor.                Bueno, soy actor y…

Nuria.                 Eres camarero, Héctor. Y yo no quiero ser la novia de un camarero.

(Silencio. Héctor se ríe. Nuria le mira, sin comprender).

Nuria.                 ¿Qué pasa?

(Héctor sigue riendo).

Nuria.                 ¿De qué te ríes?

Héctor.                Es la primera vez que dices que eres mi novia.

***

Carla.                  Creo que me han follado unos extraterrestres.

Vincenzo.            Habéis mejorado significativamente el ambiente y la compañía.

(Música que suena desde el Bruja. El escenario se vacía, quedando solo Laura en escena. Se pone una cazadora vaquera).

Laura.            Violada por unos extraterrestres. Carla. Lo dijo en serio. Extraterrestres. Como Alf o el señor Spock, pero cachondos. Por lo menos, fue una novedad. Tras las risas y el desconcierto inicial, alguien dejó caer que habría que llevarla al médico. No parecía mala idea. Nadie se creía lo de los extraterrestres; todos conocíamos a Carla, pero también era cierto que todos habíamos visto Alien, el octavo pasajero… Sabíamos cómo nacen esas cosas. Nos agobiamos. Sobre todo, Carla. Había que llevarla al hospital. Pablo se quitó de en medio, pero Héctor y yo la acompañamos a Urgencias y avisamos a la Poli.

***

Laura.                 ¿Eso que corría subiéndose las bragas era el demonio?

Héctor.                Hemos vuelto.

Laura.                 ¿Por qué te haces estas cosas, tío?

Héctor.                La quiero.

Laura.                 Ya. Y a mí me mola la montaña rusa, pero no me la follo.

Héctor.                ¿Soy tan mal novio?

Laura.                 A mí… bueno, yo pasé de ti por gilipollas, pero me pareciste en la media.

***

Vincenzo.            Tengo una cita con una señorita. Siempre hay que estar en el siguiente proyecto. Ya sabes. Cenita, conversación, sexo, contratos… La vida.

Laura.                 Pensaba que eras gay.

Vincenzo.           Ni siquiera me llamo Vincenzo.

Rebeca nos recibe exultante: «Follar. Una palabra de uso común. Se dice mucho. A menudo. Follar. Ahora mismo, mientras yo hablo, una persona, varias personas, están diciendo follar». Inés Kerzan asume este personaje con estilo clownesco que avanza a todo gas hacia la mayor intimidad. En un mundo sobreactuado, pasará por varias fases en busca de sí misma.
En cada obra, un personaje. En cada personaje, una composición sutil. Ana Azorín es aquí una mente lúcida, una escritora que no tiene crisis creativas, pero que se las ha de ver y padecer con su entorno, y deplora el dinero que gana escribiendo para la tele, «que es más o menos como meterse un taladro en el coño y ponerlo a tope».
Sentado, Vincenzo, el hombre tranquilo (Guillermo López-Acosta). En primer plano, Carla, un modelo de chica desquiciada en una creación de Ángela Peirat que comienza medio desnuda bailando y acaba minimizada, tras un tiempo desintoxicándose. Toda ella una ruleta rusa que parece no tener fin…
Héctor es un actor en crisis al que sólo le interesa besar, mimar y follar a Nuria (Laura Auzmendi), un monumento de manipulación destructiva. Lo interpreta Jordi Millán, aquí bajo la serena mirada de Laura (Ana Azorín), la escritora que todo se lo piensa mucho y lanza ironías como puños. Dos estilos que se complementan estupendamente.
La encantadora belleza de una chica de 19 años muy liberada y muy encadenada a la vez (Ainhoa Quintana) logra levantar de la depresión suicida a Pablo, un escritor profundamente melancólico (David DeGea).

 

TEATRO LARA. SALA LOLA MEMBRIVES. MARTES, 22,15 horas.

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