Ártico (2018), de Joe Penna – Crítica

 

Por Jaime Fa de Lucas.

Supervivencia extrema en el Ártico. Esta frase bien podría servir de sinopsis y reflejaría a la perfección la economía de recursos de la que hace gala Joe Penna para desarrollar su historia. Se trata de una obra realista y rigurosa que apenas tiene diálogos y que no cae en los típicos efectismos baratos de Hollywood más allá de lo estrictamente necesario para que el relato no pierda impulso y mantenga el interés. Un buen ejemplo del famoso «menos es más», en este caso, ejecutado con competencia, con una buena interpretación de Mads Mikkelsen y una fotografía de Tómas Örn Tómasson que sabe cómo capturar los paisajes de Islandia sin excesos.

Cabe destacar la sutileza narrativa de Joe Penna –ayudado en el guion por Ryan Morrison– que además de incluir algunos detalles sugerentes, evita los clichés habituales del género y dota a su protagonista de un sentido común y una inteligencia que por motivos palomiteros escasean en este tipo de películas. Me parecieron especialmente interesantes dos aspectos –posible spoiler a continuación–: la manera con la que Penna consigue sorprenderte cuando descubres que las esculturas con piedras no son ningún delirio del personaje sino que funcionan como monumentos funerarios que homenajean a víctimas, y por tanto, que él ha presenciado la muerte de más personas; y cómo la suerte del protagonista se ve afectada por su conducta respecto a la mujer, ya que cuando la abandona casi muere. Esto refleja que el protagonista no ha perdido su humanidad –algo que en el fondo depende de factores irracionales– y que cuando se permite perderla, está cerca de perderlo todo.

Ártico quizá no sea una obra revolucionaria, pero es un film más que correcto que seguramente satisfará a la mayoría de fans de la ficción sobre supervivencia y que demuestra un talento narrativo impropio de un director que debuta.

 

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