Geoffrey Hill: proximidades magnéticamente enemistadas

JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA.

La poesía es y será siempre una suerte de teología secular mediante la cual damos significado a una realidad intuitiva, a menudo inconsciente, que recreamos sin distracciones. Extraños al punto de la opacidad, llenamos el tiempo llorando, riendo, contando historias, abandonándonos al circo de la codicia para distraernos de lo que hay que decir. Regresa de entre los muertos el poeta inglés Geoffrey Hill (Bromsgrove, 1932 – 2016) para liberarnos de la obligación de estar continuamente entretenidos. En su testamento lírico, el póstumo The Book of Baruch by the Gnostic Justin (Oxford University Press, 2019), el  que fuera profesor de Religión y Literatura no teme al aburrimiento, subproducto ocasional de hacer poco con todavía menos. 

Al contrario, como sostiene el doctor universitario David Womersley en su reseña del poemario para la revista londinense Standpoint, verano de 2019, el autor de Mercian Hymns (1971) promete aludir a nuestros instintos más poéticos con versos que desoyen la llamada de esa falta para la cual no hay consuelo (salvo el inmaterial): “Repito: lo que amo y admiro es conocimiento; odio lo que no es” (poema 59). Contra el contenido ambivalente de nuestra visión cambiante, las resonancias de unas composiciones que se renuevan volviendo a una pureza donde no se distingue “el círculo de creyentes de aquellos arrojados a una incrédula oscuridad”. 

Precisamente en esta época de virtuales bombardeos y especiosa elocuencia, el vate de The Orchards of Syon (2002) nos ofrece oportunidad de sentarnos a solas, sin hacer nada, a merced de lo único que nos hace falta, sostiene el docente del St Catherine’s College en su artículo “Rabelais y tipos por el estilo”. Ahonda el ensayista de The Lords of Limit (1984) en nuestra actual demora post-imperial, esta sensación de haber llegado demasiado tarde a ninguna parte, estos deseos renovados de volver ser jóvenes en la tierra hastiada. Al igual que Eliot, Tennyson o Yeats, se adentra en el pasado para descubrir y forjar proyectos de renovación; se interna por última vez en terreno heroico, ético e ilustrado, para unificar lo que una vez fue coherente, desgarrado por el enemigo que creímos derrotado. 

Consciente de que “el canon es esa carta en cadena a la que uno no puede sino contribuir” (poema 174), el Académico de las Artes y las Ciencias Norteamericanas se transforma en el mítico rapsoda que se opone al impulso meramente comercial, bendiciendo nuestro exceso de indulgencia, luchando contra la monstruosa hidra de la burocracia transnacional y el permeable desasosiego del siglo XXI. Al igual que los caballeros de antaño, se posiciona confrontando a un Otro nebuloso y amenazador que socavaba la coherencia de la comunidad ancestral.

“La virtuosa utilidad del arte reside (o preside) en sus proximidades magnéticamente enemistadas” (poema 21). Versión contemporánea de la eterna búsqueda del Grial, The Book of Baruch rechaza las formas de una devoción hueca en torno a nuestra mitología de tradiciones inmemoriales. De hacer caso al autor de Vida de Samuel Johnson (2008), el malogrado Profesor de Poesía de la Universidad de Oxford, es “unas veces un profeta, otras un charlatán”, que se compromete en un viaje estético en busca de un tiempo perdido, unificando el presente en torno a una mortalidad gradualmente descendente, visceralmente sentida.

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