El antidogmático aristotelismo de Vladimir Nabokov

JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA.

Algunas literaturas universales nos invitan a reconocer su carácter individual, su insondable misterio, su irreductibilidad, así como a apreciar la moralidad implícita a nuestro esfuerzo. Las novelas del escritor de origen ruso, nacionalizado estadounidense,  Vladimir Nabokov (San Petersburgo, 1899 – Montreux, Suiza, 1977), exploran la complicidad entre realidad y ficción, así como las formas en que dicha contingencia forcejea contra el género que la alberga. En pleno siglo XXI, ¿seguimos confundiendo nuestros malentendidos con la metafísica? La dualidad es aterradora, como saben todos sus héroes y heroínas: caprichosa, impredecible, pero es en los peligros de lo fortuito que la existencia se revela. 

Salpicada de alusiones, clásica en sus propios términos, las denuncias de la vanidad y el autoengaño que muestra la última novela que escribiera en ruso, La dádiva (1937), se convierten, de hacer caso a Adam Foulds (1974), en oleadas de hilaridad. Alrededor de su intrincada conspiración, sostiene el periodista y crítico británico, orbitan sátiras, culpas y responsabilidades, éticas y estéticas, “escritas en un idioma que privilegia las animadas inflexiones del discurso, el ritmo de la respiración y la cadencia natural que uno encuentra en Joyce, Lawrence, Bellow y Woolf”. Nunca deja de creer el autor de Lolita (1955) en el potencial espiritual de lo que escribe. Su textura profunda, intrigante, demuestra que la perfección, como la felicidad, es imposible, pero la única opción es seguir intentando lograr ambas, aun sabiendo que son inalcanzables.

Argumenta el novelista y poeta inglés, en su artículo “Energética ociosidad”, para la revista londinense Slightly Foxed, de verano de 2019,  que la imagen cerebral del erudito protagonista de La dádiva, alter ego del autor, se subvierte a través de una erótica exhaustividad, antes del trágico final, que destruye al protagonista en la fuente misma de su poder. Hay algo mítico en tal destino, una lúdica desidia, “un liberalismo aristocrático en favor del ser humano y la individualidad”, que aborda las intemporales cuestiones a las que nos enfrentamos las criaturas perecederas: la batalla entre el bien y el mal; la posibilidad de la fe y la muerte de dios; los impulsos ocasionalmente encantadores y autodestructivos del deseo; las compulsiones de la obsesión amorosa e intelectual; la creatividad o su apetito de una opera omnia que aborde todos los dilemas.

Examina el creador de Pálido fuego (1962) la humana estupidez con inteligente desapego, tolerablemente irónico, en opinión del Lector del St Catherine’s College de Oxford. Consciente de que los límites de su realidad son los de su ficción, se refugia el joven poeta Fiodor Godunov-Cherdyntsev en una fantasía de control “saturada de referencias a los escritores rusos que admira: Pushkin, Gogol, Lermontov, Nekrasov y otros”, una suerte de pensamiento mágico traducido en personajes de racional ilogicidad, que actúan contra sí mismos. Decididos a perseguir su destino, acometen la inactividad en sus diversas formas: la búsqueda de perdón, pureza de corazón o redención personal. 

Comparado con Henry James por su interés en las consecuencias de las relaciones, el sentido de la sátira social y psicológica del poeta de Ada o el ardor (1969) es ajeno, sin embargo, al donoso realismo del prosista de Retrato de una dama (1881). Su conspiración, por el contrario, reside en el puro placer de concebir diseños, en su predisposición a contar historias desde el punto de vista de las inmorales relaciones de sus protagonistas, una suerte de aristotelismo antidogmático, que se traduce en una “nostalgia por el hogar perdido, la unidad familiar y el propósito vital”, procedente en estos tiempos cada vez más oscuros y problemáticos.

Concluye el escritor anglosajón, incluido en la lista de Granta 2013 de los 20 mejores escritores jóvenes, que los relatos del lepidopterólogo y ajedrecista eslavo han sido definidos como meros ejercicios cerebrales, y si bien las ideas conforman su ficción, también lo hacen oscuras energías, fuerzas ocultas del inconsciente, lo reprimido, monstruoso, sobrenatural, libidinoso: salvoconductos hacia la verdad, fantasías de control expuestas a los delirios, experimentos que fusionan el realismo con lo místico, tentación, compensación, remedio para el desorden contingente de la existencia, “regalos de la percepción y el orden que revelan el mundo y nos consuelan con la ilusión del misterio que subyace a la engañosa apariencia”. La obra de Nabokov sigue siendo, sin duda, la mejor respuesta literaria a nuestra contemporánea frustración: niega una visión pesimista de lo real, mientras nos invita a abandonar la esperanza de encontrar un orden inmutable más allá de la fugacidad del instante.

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