‘De Dublín a Nueva York’, de Maeve Brennan

De Dublín a Nueva York

Maeve Brennan

Traducción de Isabel Núñez

Malpaso

Barcelona, 2019

539 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Ser memoria es una bendición. No mencionamos la memoria como una virtud o una cualidad, ni siquiera como un valor intelectual o espiritual. Nos referimos a ser memoria, a que la memoria lo sea todo, que se confunda con la literatura, que sea literatura. En una época en la que se está sustituyendo la literatura por la literatura, es decir, la esencia por el virtuosismo, en un momento en el que la literatura se cocina a partir de las lecturas de letras, frases, párrafos, y no de la fuente original, que es la vida, un libro como De Dublín a Londres nos ayudará a recordar -otra vez mencionamos a la memoria- cuál es el origen de la necesidad del relato. Maeve Brennan (Dublín, 1917 – Nueva York, 1993) defiende la pureza de la literatura con una intensidad que, por momentos, iguala a Chejov, aunque sus pretensiones están muy alejadas del autor ruso. Para quien quiera hacerse una idea, diremos que el libro está dividido en dos partes, la irlandesa y la norteamericana, y que en la primera de ellas comienza recordándonos a Edna O’Brien, pero a medida que avanzamos nos remite a William Faulkner. En cuanto a las imágenes sobre Nueva York que forman las crónicas del segundo bloque, debemos significar que su sencillez y humildad provocan envidia.

Este será uno de los grandes libros de este año y, sin duda, una de las mejores lecturas para cualquier momento. Comienza con la inocencia de la infancia y Brennan demuestra saber estar en paz con su pasado, un ejercicio más complejo de lo que se nos figura. Como escritora, no interpretará en ningún momento, ni en la etapa juvenil ni en la vida adulta en Manhattan. Se vale de registros que incitan a la interpretación psicológica, o que quedarán guardados en el recuerdo para que los hagamos aflorar de vez en cuando y revisemos lo que pudieron sentir los personajes, y nosotros con ellos. Así van creciendo sus personajes irlandeses, formando parejas en las que las aristas se imponen al contacto, en el que se sufre el condicionamiento social. Aunque el talento de Brennan es tal que uno no puede calificar a los relatos de costumbristas, porque son tan personales que no se reconocen las costumbres. Cada acto, cada frase, va significando sin llegar a puntualizar, a anclar, porque si uno abre y cierra un paréntesis en una vida, ponga los corchetes donde los ponga, nada es una obra cerrada. Y mucho menos el paso por la Tierra.

El tema que unifica a los relatos es una pregunta: ¿qué se necesita para mantener cuerpo y alma unidos? Nos remite a un Dublín algo aislado, que uno catalogaría como provinciano si no tuviera terror del sentido peyorativo de ese adjetivo, pues es imposible haber nacido en todo el planeta a la vez. Aunque, eso sí, sus narraciones poseen una de las cualidades propias de este género: el personaje central soporta la angustia de la autocompasión, o de evitar la autocompasión. Se nos habla del patriarcado, de la pereza, de la abulia y de la maldición que supone vivir por inercia, una corriente por la que nos dejamos llevar con demasiada enjundia, un infierno, del que Brennan supo huir.

Y para ello pasó buena parte de sus años en Nueva York. Una vez que supo emular a Faulkner, hacer del alma emoción y recordarnos que no disponemos de tiempo suficiente como para procesar las emociones y transformarlas en sentimientos, colaboró con varios medios escribiendo momentos urbanos. Brennan entiende la ciudad como un lugar habitado y es la gente quien llama su atención. Se transforma en una activa voyeur que adora el gesto pequeño. Ve, y parece indicar que ya pensará más adelante sobre aquello que registra. Con lo cual evita que sus artículos sean algo parecido a actas notariales. Nos habla de nosotros, nos facilita la empatía, y esa sensación es muy agradable. Nueva York es una ciudad caótica, neurótica, llena de músicos solistas interpretando cada uno una pieza, y además desafinan. Pero ella sabe reconciliarnos con la locura, nos muestra un lugar que invita a que sucedan pensamientos y sueños.

Una maravilla, un gran acierto editorial.

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