Los orígenes del Oráculo: Mundus vult decipi, ergo decipiatur

por Kika Sureda

La adivinación del porvenir por medio de los oráculos es una de las formas más antiguas del presagio, encontrándose en las comunidades sociales más diferentes para que puedan comprenderse mejor sus puntos de contacto y sus diferencias. Entre los llamados pueblos inferiores está muy extendida la creencia de que determinadas personas y hasta animales en circunstancias especiales están poseídos por algún espíritu o divinidad, manifestándose tales seres superiores por temblores convulsivos y sacudimientos espasmódicos de todo el cuerpo humano, por gestos y contracciones de todos los miembros, por miradas extraviadas, todo lo cual ha de referirse no a la persona que los realiza, sino al espíritu que ha entrado en su interior. Las palabras que se pronuncian en este estado anormal son consideradas como proféticas y son aceptadas como una descripción del porvenir. En las islas Sandwich el rey, personificando al dios, pronuncia desde un lugar oculto las respuestas del oráculo; pero en otras islas del Sur del Pacífico la divinidad encarna con preferencia en los sacerdotes, los cuales, desde aquel momento, ya no obran voluntariamente, sino bajo la influencia del ser sobrenatural. En este punto, existe una sorprendente coincidencia entre los rudos oráculos de los polinesios y los que actuaban en la antigua Grecia. Tan pronto como del dios ha hecho presa en el sacerdote, este se agita violentamente, sus labios aparecen cubiertos de espuma, sus piernas y sus brazos se retuercen de una manera espantosa, los ojos le llamean y las facciones se le demudan, y cuando el ataque ha llegado al paroxismo, el médium cae al suelo, y entonces es cuando en medio de gritos y de palabras entrecortadas da a conocer la voluntad de los dioses. En la mayoría de los casos el sacerdote se iba tranquilizando paulatinamente, consiguiendo su estado normal a las pocas horas, pero en ciertos casos continuaba poseído por el espíritu durante dos o tres días, llevando entonces enrollado en el brazo un pedazo de tela de fabricación indígena. Cuando se quitaba dicha tela su exaltación había desaparecido ya y era taura (sacerdote) sencillamente, pues cuando obraba a guisa del oráculo, es decir, cuando estaba uruhia o inspirado, era atua, dios, y se le trataba como cosa sagrada y con el mayor respeto. En Grecia, bajo la dirección de los sacerdotes, eran conocidos con los nombres de manteia y chresteria. El primero designaba particularmente el lugar donde residía la fuerza profética, y el segundo evoca con preferencia la idea del partido que, en tal lugar, podía el hombre sacar del llamamiento hecho a la sabiduría divina. La respuesta que se obtenía se llamaba también manteion, y todavía con mayor exactitud chresmos. Esta última voz se aplica, sin embargo, más particularmente a los oráculos que pronunciaban el dios por la boca de algún profeta inspirado y que de ordinario revestía una forma poética. Desde los tiempos más remotos la adivinación fue empleada por los pueblos helénicos, mencionando las leyendas heroicas y los poemas homéricos un sinfín de adivinos y familias cuya virtud era hereditaria. Tales adivinos practicaban solamente la adivinación inductiva, y si accidentalmente anunciaban de una manera directa el porvenir, era en un momento de clarividencia, de inspiración o a consecuencia de los sueños. Los oráculos propiamente dichos se constituyeron más tarde con la adivinación intuitiva, y probablemente, dicen varios autores, con la influencia de los cultos orientales. El carácter esencial de los oráculos griegos, al revés de los egipcios, es el estar localizados, fijados en un puno determinado. La facultad adivinatoria deja de ser un privilegio individual o familiar y se reserva al propio dios, adoptando una modalidad uniforme y conforme a ritos consagrados. Hablando con propiedad, un oráculo podía prescindir de todo intermediario entre el dios y el devoto, del sacerdote, pero la regla general, o poco menos, fue en Grecia  la intervención de un cuerpo sacerdotal especializado, con la misión de aclarar y hacer hasta cierto punto comprensibles las enigmáticas palabras que pronunciaba la divinidad o su órgano. Por los datos que poseemos hoy, se puede afirmar que los oráculos verbales (sin la intervención de los muertos o de los sueños) están en su mayoría colocados bajo el patronato de Apolo, siendo sin disputa el más notable el de Delfos, fundado, según el himno homérico, por el propio dios. Apolo desciende del Olimpo y después de haber recorrido muchos países decide establecerse en Krisa, al pie del monte Parnaso, donde la divinidad traza los fundamentos del templo que levantarán luego Trofonio y Agamedes, hijos de Ergino, rey de Orcómenos. A poca distancia mana la fuente en donde había vivido antes Pitón, el dragón hembra (drakaina) que había cuidado Tifón, monstruo que parió Hera en un día de cólera y había desolado la comarca hasta el momento en que fue muerto por Apolo.  En el concurso de tales circunstancias es preciso ver una alusión a las aguas estancadas y a los vapores perniciosos, que disipa el dios de la luz, y resucita durante la primavera con nueva fuerza, aunque quizá la naturaleza insalubre del terreno no tuvo una relación esencial con la institución del oráculo. Pitón es el símbolo de las aguas corrompidas, y Tifón representa los vapores mortales. Hera, que nos aparece en esta fábula como la diosa de la tierra, ha engendrado el monstruo y Pitón lo ha alimentado, pues los vapores pútridos son producidos y mantenidos por la tierra y las aguas estancadas. Después de haber establecido su santuario en el lugar elegido, cuando Apolo buscaba los hombres necesarios para el sostenimiento del  culto vio a lo lejos un barco tripulado por cretenses de Knossos, y entonces, transformándose en un delfín, marcha hacia la embarcación y la dirige a Crisa. Al llegar a la orilla se transforma de nuevo y aparece como un hermoso adolescente, les manifiesta su naturaleza divina y les ordena levantarle un altar bajo la advocación de Apolo délfico. El dios condujo después a los marineros al monte Parnaso, al templo ya existente, que ha de convertirse en su mansión predilecta, y le promete una confortable gracias a los presentes de los devotos que vendrán a visitar el santuario para consultar el oráculo. En Delfos la Pitia profetizaba en una parte reservada y subterránea del santuario, en el adyton; allí se abría una profunda hendidura en cuyo borde se veía el trípode, bañando el lugar las aguas de la fuente Casótide. En los primeros tiempos la Pitia era una muchacha joven, pero el rapto realizado por un tal Echecrates de Tesalia hizo que en lo sucesivo se escogieran mujeres que pasaran de los cincuenta años, aunque se las vestía con los vestidos que acostumbraban a llevar las muchachas. Al principio la Pitia sólo subía una vez al año al trípode para profetizar, durante el mes que los habitantes de Delfos nombraban Bysios  y que caía en el equinoccio de primavera. En la época de Plutarco el oráculo era accesible una vez al mes, pero en los tiempos anteriores, cuando el crédito de la Pitia era inmenso, funcionaba todos los días, con excepción solamente de los nefastos o de mal augurio. Existían entonces dos pitias que se revelaban y una tercera en reserva para subsistir a las anteriores en los casos de enfermedad o exceso de trabajo. Para determinar las disposiciones del dios, se tenían en cuenta las señales que proporcionaban los sacrificios ofrecidos al efecto por los consultantes y que se llamaban chresteria. Los sacerdotes los examinaban cuidadosamente, y cuando la prueba no era concluyente se deducía que Apolo no quería aquel día pronunciar oráculos; en el caso contrario la Pitia entraba en el adyton, después de las abluciones y de las purificaciones preparatorias, bebía un poco del agua cogida de la fuente Casótide, machacaba hojas de laurel y tomaba posesión del asiento profético situado encima del trípode. Un sacerdote que llevaba el nombre de prophetes se situaba a su lado. Los consultantes entraban, salvo en casos especiales, por el orden que la suerte les había asignado y pasaban las consultas verbales o escritas a la Pitia por la intermediación de uno de los profetas, esperando la respuesta en una habitación cercana al adyton. En una especie de borrachera extática producida por los vapores que emanaban de la tierra entreabierta, la Pitia daba entonces libre curso a la inspiración, y sus palabras entrecortadas y balbucientes eran recogidas por los profetas que las traducían en verso. El hexámetro era el ritmo consagrado, pero posteriormente se empleó el trímetro yámbico, que era la medida elegíaca. En algunas ocasiones los sacerdotes hablaban en prosa. Un ejemplo tomado de Plutarco demuestra, entre otros, que el éxtasis de la Pitia tomaba a veces un carácter violento capaz de producir hasta la muerte. Cuenta aquel historiador que un día, la profetisa, cuya voz de una dureza insólita había ya llamado la atención, se precipitó de lo alto del trípode lanzando un tremendo grito y se lanzó hacia la salida del adyton, arrastrando en su huída a los profetas y devotos. Cuando se apaciguó el tumulto la Pitia había recobrado el sentido, pero al cabo de pocos días murió a consecuencia de la intensa emoción que le sobrecogió ejerciendo sus funciones. Naturalmente, como toda institución humana, al amparo del oráculo délfico se cometieron muchos abusos, lo cual originó que se pusiera en duda la realidad y veracidad de la pretendida inspiración divina que la Pitica sacaba del mismo seno de Apolo y la buena fe de los sacerdotes-intérpretes. Los propios sacerdotes reconocieron que el oráculo que había declarado bastardo a Demarato a fin de excluirle del trono era falso y que la Pitia se había dejado corromper por un adversario de aquel príncipe. Se afirma que Lisandro se valió de los mismos medios para cambiar más fácilmente la constitución de Esparta, y en los siglos de incredulidad y de irreligión que siguieron, estos fraudes fueron cada día más frecuentes, no siendo extraño que entre los propios sacerdotes formaran legión los que pusieron en práctica el adagio mundus vult decipi. Después del de Delfos, entre todos los oráculos colocados bajo la advocación de Apolo, el más importante era el de Dídimo, cerca de Mileto, servido por los bránquidas, cuyo nombre provenía de Brancos, favorito del dios de la luz, instituido profeta por la misma divinidad después de haberle entregado el cetro y la corona. Con relación a la forma como se daban los oráculos, solo sabemos que en el Didimeón existía una fuente dotada de la propiedad de engendrar un éxtasis adivinatorio y cuyas aguas bebía la sacerdotisa antes de subir sobre el disco en forma de rueca, desde cuyo punto hablaba con un bastón en mano, transmitiendo los sacerdotes sus palabras a los interesados. Cuando poco antes de la primera guerra médica, las poblaciones jónicas se sublevaron contra Darío, Mileto fue sitiada por los persas y el templo fue saqueado e incendiado por los vencedores. El templo fue reconstruido de nuevo y destruido otra vez por Jerjes, y aunque fue objeto de una nueva reparación, la emigración de los bránquidas al Asia Menor le quitó toda su importancia. No obstante de llevar una existencia precaria, el oráculo funcionó hasta el siglo IV. El Didimeón ha sido modernamente explorado y conocemos hoy con cierta exactitud su topografía. No tenía ni opistódomo ni entrada al Oeste, comprendiendo tres salas rectangulares de dimensiones y niveles diferentes. En primer lugar se encontraba un vestíbulo llamado prodomos de 25×15’80 metros, dividió en cinco naves por cuatro hileras de columnas que seguían a las columnatas del doble pórtico exterior. Desde el fondo de la nave principal y con el auxilio de una escalera se subía a una puerta monumental que daba acceso al chresmographion o sala de consulta del oráculo. En el piso superior se encontraban, probablemente, el tesoro, los archivos y la cámara de los pritaneos. Durante la audiencia del oráculo los fieles permanecían en el chresmographion, y gracias a una pequeña puerta situada enfrente de las del prodomos podían ver el adyton, la estatua del dios y la profetisa. La nao o cella estaba situada a 5 metros por debajo del nivel del peristilo; consistía en una sala rectangular de vastas proporciones (56×25 metros). En el fondo, debajo de un edículo (templete que sirve de tabernáculo), se levantaba la estatua de Apolo, obra de Kanakos, careciendo de techo el resto de la habitación. En el centro, sin enlosado, se encontraba el adyton, con la fuente inspiradora, el ónfalos y los laureles sagrados. Aquí era donde la profetisa pronunciaba sus oráculos. Además de los dos oráculos mencionados, y que sin disputa fueron los más notables, se pueden destacar los siguientes: a) Los oráculos de los Dioses: Apolo, Acrepo, Eutiesis, Hysiae, Tegyra, Tebas, Demetrias, Delos, Argos, Antisa, Methymma, Mitilene, Adrastea, Gryneión, Patara, Selukia, Zeleia, Daphné, etc.; el de Afrodita, en Pafos; el de Asclepio, en Atenas, Cos, Epidaura, Pérgamo y Trikka; el de Démeter-Gea, en Patras; el de Dionisos, en Anficlea y entre los satres; el de Glauco, en Delos; el de Heracles, en Bura, Hyetos y Thespias; el de Ino-Phasiphae, en Epidauros Limera y Thalamae; el de Pan, en Cesarea Panaea, Lykusiera y Trezena; el de Plutón-Haedes, En Acharaca, Acana, Hierápolis y Limón; el de Temis, en Delfos; el de Zeus, en Dodona, Olimpia y Aphitis; b) Héroes: el de Alejandro, en Parión; el de Amphiaraos, en Oropos; el de Machaón, en Adrotta; el de Mopsos y Amphilochos, en Mallos; el de Podalirios, en Adrotta; el de Protésilas, en Eleonta: el de Ulises, entre los euritanos, etc.; c) Muertos: el de Heraclea, en el Ponto; el de Figalia, en Arcadia; el de Ephyra, en Thesprotia, etc., y d) Orientales más o menos helenizados: Aphaca en Siria; Apis, en Menfis; Apolo egipcio, en diferentes santuarios; Besa y Antinoos, en Antinoé; Iaribolus, en Palmira; Isis, en muchos santuarios consagrados a la diosa; Men-Lunus, en el Ponto, Serapis, en Alejandría, Canope y Menfis; Zeus Heilos, en Heliópolis; Zeus Casio, en Antioquía, y Zeus Panemerios, en Estratonicea. Las corporaciones sacerdotales que administraban los santuarios donde los dioses pronunciaban sus oráculos, conservaban cuidadosamente en sus archivos una copia de las preguntas formuladas por los devotos y de la contestación obtenida. Cuando una ciudad deseaba consultar el oráculo se hacía representar por theoros o embajadores sagrados, que tomaban ordinariamente el nombre de theopropos (theopropoi). Atenas y Esparta nombraban magistrados especiales con la misión no sólo de consultar los oráculos, sino también de interpretar las respuestas obtenidas. En Esparta eran elegidos por los reyes en número de cuatro y recibían el nombre de pytianos (Pythioi), y en Atenas desempeñaban funciones análogas los Pythochrestoi o Pythaistai. En Atenas los oráculos obtenidos se guardaban en la Acrópolis y en Esparta quedaban al cuidado de los reyes y de los pytianos. Además de estos exégetas oficiales existían en los países griegos exégetas libres, verdaderos coleccionadores y comentadores de oráculos, a los cuales se les daba el calificativo de chresmologos. Por la industria de estos chresmologos se creó toda una literatura referente a los oráculos, que tuvo una gran aceptación hasta los últimos años del siglo V a.C. Al propio tiempo circulaban colecciones de oráculos atribuidos a los antiguos poetas, a Hesíodo, a Orfeo, a Museo, a Lykos, etc., y como muchas veces no respondían a las necesidades de los nuevos tiempos, se echó mano del exorcismo, de la nigromancia y hasta del charlatanismo, de todo lo cual provinieron los oráculos escíticos de Abaris, los oráculos de Hécate, los oráculos de Apolonio de Tiana, etc. De todos ellos los que tuvieron más éxito fueron los oráculos sibilinos, conocidos ya por Platón y Aristóteles. Los modernos descubrimientos epigráficos nos han dado a conocer bastantes inscripciones conteniendo las preguntas que los devotos dirigían a los dioses y las contestaciones obtenidas, listas de profetas, las leyes o decretos que fijaban y determinaban los ritos a cuyo tenor se desarrollaban las consultas, las tablas clerománticas, una enumeración de las curaciones realizadas, varios documentos relativos a las innovaciones y reformas operadas en virtud de las órdenes emanadas de los oráculos, etc. Las ofrendas presentadas a los santuarios-oráculos y en particular a los que revestían un carácter médico son muy numerosas, llamando la atención las de Creso, en Delfos; los ricos adornos enviados por los atenienses a Diana, la diosa de Dodona, bajo la demanda de Zeus Dodoneano; el trípode de plata ofrecido por el retórico Arístides a Asclepios, etc. Un determinado número de inscripciones atestigua igualmente que ciertos exvotos eran consagrados en virtud de un oráculo: Kata manteian (secundum interpretionem oraculi, secundum interpretationem Apollinis Clarii).

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