Entrevista a José Vicente Moirón, actor y fundador del Teatro del Noctámbulo

Por Francisco Collado

José Vicente Moirón en la presentación de «Tito Andrónico», la obra de Shakespeare en versión de Nando López que pone punto final al 65 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida 2019.

 

Existen personajes que se te aferran a la piel. Que permanecen más allá de los aplausos desde la platea, de las horas de ensayo. Unos por su densidad humana o su simbolismo antropológico. Otros por el recorrido humano y la exigencia vital a que somete al actor ¿En qué parámetros situaría a Cosme, el protagonista de “El Otro”? Esa incursión unamuniana en el mito de Caín y Abel?

El personaje de “El Otro” es de una profundidad extraordinaria, alguien que vive una experiencia sobrenatural muy lejos de la comprensión humana, y eso a ojos de los demás lo convierte en un loco; pero… ¿es un loco porque ha perdido la cordura o porque razona demasiado? En esas profundidades se mueve el personaje. Ha sido un viaje maravilloso. He aprendido que todos llevamos dentro una versión de nosotros que no nos gusta, un gemelo al que podemos llegar a odiar, nos molesta, incluso nos angustia y que escondemos, pero pervive en nosotros hasta que morimos y debemos aceptarlo para ser felices. He llegado casi a la obsesión con Cosme y Damián, por serle sincero al personaje; me he puesto como actor a su servicio y he rehusado caer en el artificio a la hora de interpretarlo. Esa ha sido mi intención. Por otro lado, he pensado mucho en su autor: su inteligencia, su obsesión por la otredad, por la duplicidad de la personalidad; y por todo esto he llegado a entenderme, a aceptarme y a quererme más.

Escena de «El otro», Miguel de Unamuno-Alberto Conejero, producida por la Compañía de Teatro El Desván.

Alberto Conejero ha añadido un sesgo histórico de profunda raíz hispana. Las referencias al conflicto civil, ya desde el primer cuadro, son numerosas. Desde esa radio que transmite noticias del bando vencedor, hasta las profundas metáforas universales sobre enfrentamientos fratricidas ¿Considera que el teatro es una textura que solicita renovación o adaptación a los tiempos?

Debemos tener en cuenta las necesidades del espectador del siglo XXI. Qué le interesa en este momento, qué puede atraparle; y, por otro lado, qué podemos aportar los creadores en la actualidad que nos diferencie de anteriores versiones o puestas en escena. El teatro de Unamuno es singular y en “El Otro” se habla de la personalidad, un tema que obsesiona al ser humano desde que el mundo es mundo, es decir que goza de una vigencia absoluta. Sin ninguna duda, la renovación teniendo en cuenta todos estos aspectos es muy positiva; se puede preservar la esencia, pero desde una mirada contemporánea que cohabite con ella. Considero un acierto situar el drama de Unamuno en la posguerra española, se entiende mucho mejor un texto que se resiente por el paso del tiempo, podemos jugar con la ambientación -algo muy atractivo de cara al espectador-, las metáforas, una guerra civil fratricida con el odio de los dos hermanos protagonistas de la obra… Los clásicos perduran en el tiempo, pero las formas cambian y debemos mostrarlos acorde a la actualidad.

¿El teatro como arma, como revulsivo del espectador, como tesis? ¿O un teatro como cultura en estado puro, que no se inmiscuya en lo coyuntural y sirva únicamente como expresión artística? Pienso ahora directamente en mucho del Teatro del Siglo de Oro (excepción de Fuenteovejuna), enfrentado; por ejemplo; al teatro comprometido de Bertolt Brecht o el social de Buero Vallejo.

El teatro debe ser un reflejo de la sociedad actual, una obligación. Debe ser el altavoz imparcial del ciudadano, el formador popular, no debe alejarse de su cometido. Considero que todo el teatro es político, hasta la comedia más irrelevante, por mucho que se disfrace únicamente de entretenimiento. El compromiso teatral está vinculado a defendernos de las injusticias de manera pacífica y sublime; a través del talento, elevarnos y emocionarnos, mostrándonos cómo actuamos los seres humanos en diferentes circunstancias; acercarnos a los grandes dramaturgos de la historia de la literatura que siguen siendo referentes, y de la misma manera a los noveles. Es un escaparate que nos advierte de las miserias humanas y pone en alza los grandes logros. Estoy convencido de la labor y el compromiso social con el hombre.

¿Qué diferencias técnicas encuentra para su trabajo en teatro, en series (Aída, Los Hombres de Paco, Un paso Adelante) o en el orbe cinematográfico (El mal del arriero)?

Muchas, la televisión y el cine son dos medios que también me apasionan. No me dejan prodigarme tanto como en el teatro, pero disfruto mucho trabajando para la cámara. Depende mucho también del personaje y por supuesto del guion. Trabajar en cine te obliga a hacer el ejercicio contrario que en el teatro. Es minimizar cada gesto, delegar en la mirada tan difícil de captar en el teatro, equilibrar la voz, dejar de proyectarla… No es nada fácil para un actor que viene del teatro y se entrena cada día en él. Los primeros días de un rodaje me siento incómodo, tímido, midiéndome en exceso y por tanto no disfrutando plenamente; pero una vez que te haces con el equipo y el tono, y acabo entrando en la dinámica sin tener que observarme, lo disfruto extraordinariamente. Es tan difícil llegar con tu personaje a la última fila del patio de butacas en el teatro como soportar un primer plano ante la cámara.

Un personaje difícil el de Elías Redondo, llevado por el viento de los acontecimientos. Una parábola sobre La impunidad de la élite social. Le valió la candidatura al Goya a “Mejor Actor Protagonista”

Lo disfruté muchísimo. Me encantó descubrir como crecía el personaje día tras día, adaptarme al anacronismo del plan de rodaje; inicié el rodaje grabando la última secuencia de la película. Tienes que tener una memoria de elefante para recordar el estado emocional en que dejas al personaje tras rodar una secuencia y grabar la que le sigue días o semanas después. Fue una experiencia inolvidable y muy dura. Espero que no suene a tópico, pero, por ejemplo, estaba ambientada en primavera y rodamos en uno de los peores inviernos que se recuerda: frío, lluvia, y vestidos con camisas y calzado fresquito; tuve que bañarme desnudo bajo cero en el lago de la cantera de Alcántara y salir del agua como si nada… Fue más de un mes de rodaje donde no hubo un solo día en el que yo no estuviera presente. Recuerdo madrugar mucho y acabar muy tarde. En fin, todo por mi primer protagonista en el cine, por una película con la que quedé muy contento y con un galón más de experiencia.

Se atreve usted con todo. Dentro del ciclo de Música Actual, que desarrolla la sociedad Filarmónica de Badajoz, se simbiotizó con una de las agrupaciones punteras en el campo de la música contemporánea: Sonido Extremo. “Coming Together” es una experiencia cargada de contenido social y humano, donde recreaba las cartas que escribió un preso estadounidense a su hermano, contándole la vida y el paso del tiempo en la prisión de Attica (Nueva York). Imagino que un caramelo para cualquier actor…

Desde luego que sí, lo disfruté muchísimo. Me encantó la obra, cómo está compuesta, lo que cuenta y cómo lo cuenta: una estructura espiral que repite frase tras frase entrando en un bucle inacabable. … Ahí hay una obra de teatro que espero algún día poder hacer. Yo tenía experiencia previa con otras formaciones musicales, como es el caso de la OEX. Con ella y con Jesús Amigo grabé “Los Cuentos Fantásticos” de Terry Jones, “El camino hacia el jazz” y “La Guía de Orquesta para Jóvenes” de Britten, por tanto, había roto el hielo, sabía lo que era formar parte de una obra musical donde el recitador es un instrumento más de la orquesta. Eso me animó a aceptar la propuesta, aunque en el caso de “Coming Together” uno de los retos más significativos fue tener que recitar en inglés. En cuanto a trabajar con el equipo humano de Sonido Extremo, sus músicos, Javier González Pereira a la cabeza y Jordi Francés en la dirección, fue una pasada.

José Vicente Moirón en Edipo Rey, una de sus creaciones más aplaudidas y premiadas.
Junto a Carmen Mayordomo en un ensayo de Tito Andrónico. (Foto de Diego J. Casillas).

Las piedras milenarias del Teatro Romano de Mérida le han visto en la piel de ese Edipo atormentado que adaptó Miguel Murillo, (del que tuve el placer de hacer la reseña), o del heroico Áyax. Ahora se enfrenta a un montaje arriesgado, de intensa violencia y crueldad ¿Levantará ampollas su “¿Tito Andrónico”, vía Shakespeare?

Espero que sí. Me gusta no dejar al público indiferente. Yo debuté profesionalmente con esta obra de Shakespeare a los 21 años. Interpretaba a Quirón, uno de los príncipes godos. Esta vez haré de Tito. “Tito Andrónico” no es una obra inofensiva, es la historia de una venganza muy cruel, muy sanguinaria. Es el primer drama de Shakespeare, aunque no su primera obra. Me fascinó siempre. Somos muchos en este proyecto y todos estamos magnetizados por él. Nando López ha tejido una versión maravillosa. Tito no es un héroe como lo es Áyax, ni un ejemplar gobernante como es Edipo; ni forma parte del ideario grecolatino, entre otras cosas porque no pertenece a ese repertorio. Es un soldado que ha perdido a muchos hijos en las contiendas de Roma. No emociona tanto a simple vista, pero está lleno de aristas que lo hacen grande y ahí es donde quiero explorar y encontrar, porque intuyo que dentro de él alberga un tesoro que quiero descubrir.

“Edipo” le colocó en el trayecto a los premios MAX, como mejor actor protagonista ¿Utiliza algún truco para no llevarse a casa estos personajes atormentados? Si no hay sinceridad en la interpretación, estos iconos no funcionan. Y para esto hay que dejarse la piel…

Tengo cierta empatía con estos personajes. Me apasionan y sí, me los llevo a casa. Forman parte de mí durante el proceso de ensayos a todas horas. Me encanta imaginar qué haría José Vicente Moirón si le ocurriera lo que le ocurre a Edipo, a Áyax o a Tito; y esa máxima es la que me permite acercarme de manera sincera al personaje. Me los llevo a casa y les doy la bienvenida de manera amistosa. Me cambian la vida por un tiempo y lo acepto como un regalo. Sé convivir con ellos sin que me causen perjuicio.

Desde el teatro desnudo de “Algo en el aire”, huyendo del artificio, casi sin acción, caminando hacia obras con profusión de recursos y escenografías impactantes ¿En qué territorios se siente más cómodo?

En ambos. Siempre y cuando el protagonista no sea el continente. El contenido es lo que debe primar. Lo que me atrapa y hace que esté cómodo, al margen de cómo lo vistan. Soy amante de lo sencillo y no de los fuegos artificiales, pues se esfuman rápido y tiene que ver más con el “espectáculo” que con el teatro. Soy partidario del minimalismo en el teatro, de sugerir más que de mostrar. El teatro es imaginación y debemos dejar que el público se inspire con lo que ve, no darle las tareas hechas y quitarles ese placer.

¿Hay espectáculos y personas que de un modo u otro representen un hito en su vida artística? Le doy unos nombres: El Búfalo Americano (premio Max), José Manuel Villafaina, Muerte de un Viajante, Pedro y el Capitán, El Hombre Almohada (Premio Extremadura a la Creación 2008, Premio Arcipreste de Hita a la mejor interpretación) …

Son momentos inolvidables y personas que afortunadamente aún forman parte de mi vida, a las que sigo admirando y recurriendo cuando las necesito. La vida por otro lado me ha quitado otras personas demasiado pronto, por eso valoro la amistad por encima de todo. Los premios y los espectáculos más relevantes en mi trayectoria hasta el momento, son como muescas en las botas, me recuerdan la veteranía que ya me acompaña. Son momentos y períodos mágicos, destellos de luz que me ayudan a disipar y desechar los momentos oscuros de esta profesión, y me ayudan a continuar.  Cuando los recuerdo, pienso en todos los compañeros y amigos que he podido hacer y pienso: “Esta profesión crea una familia nueva por montaje, una forma de vivir maravillosa, una filosofía de vida, y soy el tío más suertudo del mundo”.

Sitúe en su vida “Teatro del Noctámbulo” …

Es mi columna vertebral profesionalmente hablando. Qué difícil fue empezar y qué difícil mantenerse… pero cuántas satisfacciones me ha dado y espero me siga dando. Teatro del Noctámbulo es un proyecto que nace de la necesidad de poner en pie textos comprometidos con la sociedad de hoy y donde abordar personajes que difícilmente te van a ofrecer. En la Red Nacional, y por supuesto en Extremadura, hablan del sello “Noctámbulo”. Comercialmente esto puede ser bueno o puede ser malo, según los gustos y necesidades de los programadores, pero artísticamente es un orgullo que cualquier profesional nos sitúe rápidamente en nuestra línea de trabajo, muy reconocida, por la calidad de los espectáculos y por la búsqueda de nuevos textos teatrales. Soy fan de Teatro del Noctámbulo, de quienes trabajan a mi lado codo con codo, de cada actor, cada creativo, cada director que ha pasado por la compañía; a todos ellos les debo que se hayan sumado a la exigencia que marcamos con cada proyecto.

El actor (al igual que los músicos) es un nómada vocacional, un itinerante en el camino de la vida ¿En algún instante se arrepiente y añora una estabilidad vital? ¿Cambiaría la adrenalina del estreno por la quietud y la serenidad de otras profesiones?

Es uno de los peores aspectos de mi profesión, la itinerancia, ni siquiera la temporalidad. Estoy tan acostumbrado a esa dinámica que ya no me asusta, pero es muy injusta y el motivo de que muchos actores hayan tirado la toalla. Sé que, si he tenido un año bueno, tengo que ahorrar para el siguiente que puede que sea ruinoso. Es uno de los problemas que planteamos en el Estatuto del Artista. No puedo añorar la estabilidad económica porque nunca la he tenido, pero el bienestar emocional que me proporciona esta profesión de alguna manera “compensa” el otro aspecto. Hoy por hoy no me veo haciendo algo diferente, no cambiaría el estreno de una obra de teatro por otra cosa, pero también estoy seguro de que si tuviera que dedicarme a otros menesteres acabaría adaptándome. Hay otras muchas cosas que me gustan y no hago por mi dedicación exclusiva al teatro.

Su primer estreno fue “Mi Rival” de Helder Costa con “A Barraca” de Lisboa. Allí se narraba la relación entre un travestí (Leandro Rey) y usted en la piel de un policía ¿Si poseyera una máquina del tiempo, cambiaría algo en sus interpretaciones, aportando la experiencia y sabiduría posteriores

No, no lo haría. Me enternece mirar atrás y cuando me veo interpretar en un vídeo de veinticinco años atrás, me doy cuenta de cuánto he aprendido. Esta profesión es una carrera de fondo, no un sprint y los veteranos del teatro dicen que se trata de un oficio que se aprende y estoy de acuerdo. No soy el mismo actor que hace treinta años, he ganado en experiencia y he perdido quizá en frescura.

Para finalizar. Me atrevería a asegurar que una de las obras que más piel le arranca es “Contra la Democracia”. Esa dualidad del actor debe causar dolor, especialmente el personaje del genocida Leopoldo de Bélgica…

Estoy de gira con ese espectáculo. Qué gran texto y qué necesario en estos momentos. Es un disparo de sal gorda. Aún nos sorprendemos con las lecturas que hacen los espectadores: algunas cercanas a las nuestras y otras muy alejadas de lo que nos proponemos. Pero así es el teatro descarnado, sin filtros, sin suavizante… Es una denuncia muy seria de la manipulación política a la que estamos sometidos, y no hablo de colores, ni de partidos, me refiero a la corrupción del poder político que llevamos sufriendo desde hace mucho tiempo. Cualquier ciudadano que se sienta a ver “Contra la democracia” se revuelve en la butaca porque es muy difícil que no se sienta reflejado en cualquiera de las siete historias que contamos. Una de ellas versa sobre el discurso de dos dirigentes políticos de distintas épocas: Dick Cheney y Leopoldo II de Bélgica. Es incomprensible que, con tanta distancia generacional, ambos tengan el mismo discurso cruel e inhumano. Eso demuestra que no aprendemos de nuestros errores, sino que volvemos a repetirlos. Me toca interpretar a Leopoldo. El personaje entra en escena poniendo en valor La Familia, como pieza angular de la sociedad y se le cae la baba hablando de sus dos hijos pequeños. Al final de la escena acaba forzando y violando a una camarera de veinte años… No recuerdo haberlo pasado tan mal con otro personaje, la vergüenza que sentía en los ensayos con la actriz con la que interactuaba, con el director y el resto de actores. Y no quiero recordar con el público en las primeras funciones; aún hoy después de muchos bolos, lo sigo pasando fatal. Me reconforta el mensaje que queremos enviar, eso lo justifica todo. El actor debe defender siempre su personaje, pero en este caso se me hace imposible.

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