“El buen hijo”: teatro de alta tensión que indaga en la violencia sexual

Por Horacio Otheguy Riveira

Una pieza de teatro desarrollada entre rejas simuladas para que la creación escénica fluya con la riqueza poética de personajes metidos a fondo en una multivisión de conflictos. Terapeuta y condenado se lanzan a un redescubrimiento de una perversión quizás demasiado bien asimilada por el presidiario, junto a otros muchos hombres: la imperiosa necesidad de cumplir con el mandato de poseer a la mujer deseada como una hembra sin raciocinio ni expresión de deseos.

Utilizando una valiosa documentación psicosocial, se presenta un emocionante drama de alta tensión psicológica y bien acerado suspense. La amenaza de una violencia inesperada forma parte de la puesta en escena, tanto como en la realidad de miles de mujeres sorprendidas a menudo por el salvajismo de hombres que consideraban libres de toda sospecha.

La base de El buen hijo, de Pilar Almansa, es un diálogo en una cárcel española entre un condenado por violación (que se considera inocente) y una psicóloga. Mantienen conversaciones que forman parte de una psicoterapia para corregir una tendencia psicofísica a través del conocimiento, una corrección de trastorno cognitivo. ¿Una curación real, un proceso a largo plazo, una introducción a un tema muy profundo? La terapeuta habla claro: Trabajamos “para ayudarte a detectar cuáles son tus patrones erróneos. Se llaman distorsiones cognitivas”. La tesis es que los patrones erróneos de una sociedad machista pueden corregirse una vez que se asumen; varios puntos de vista se barajan con la introducción de otro agresor en prisión, de su abogado, del marido de la psicóloga, de la madre del condenado…

La gran calidad del resultado lleva a cabo un espectáculo eminentemente humanista: ni él es “solo” un criminal en potencia altamente peligroso (como sí puede serlo un violador compulsivo) ni ella una típica “loquera” pedante. Dos personajes que a su vez se desdoblan en otros para delimitar un muy logrado territorio de búsquedas y encuentros.

Todo crece con una bien urdida trama policiaca sin otro policía que la mirada de la psicóloga que hace todo lo posible para que su paciente encarcelado rebaje sus defensas, y consiga penetrar en su lado más oscuro, único modo de que encuentre en sí mismo un ser humano de distinta condición. Después de todo, cualquier técnica psicoterapéutica profundiza en la búsqueda de una llave que sólo cada paciente sabe dónde se encuentra y qué misterioso cuarto ha de abrir.

El suspense está muy bien creado en el texto (habitado por seis personajes) que la directora Cecilia Geijo convierte en dos protagonistas cuyos intérpretes asumen a los otros cuatro en breves secuencias. Leído el texto y vista la puesta en escena encuentro una armonía sumamente interesante en torno a uno de los temas más acuciantes de la sociedad española donde los avances para una interrelación enriquecedora en las relaciones hombre-mujer se encuentran en un retroceso impulsado por sectores que parecen clamar a su cielo nacional-católico para el retorno de tiempos donde toda violencia machista estaba permitida, salvo el asesinato.

 

Si imprescindible resulta la buena disposición de Rosa Merás y Josu Eguskiza en la sobresaliente creación de sus personajes, tras la brillante elaboración de la dramaturga hay una aliada muy importante cuyo nombre figura en el programa como asesora, ya que se trata de Zulema Altamirano, doctora en Psicología y experta en intervención multidisciplinar en violencia de género. Este asesoramiento confluye con los talentos puramente escénicos ya mencionados, aporta una cobertura ideológica precisa, y un contexto histórico también valioso para dejar en manos del espectador la emoción, el temor y la luz de un paisaje donde resulte posible alguna clase de redención.

Un trabajo muy interesante en todo momento, con un crecimiento intenso de las situaciones dramáticas, huyendo de simplicidades y permitiendo también la exhibición de su propio dolor por parte de la terapeuta, muy lejos de representar un nuevo abuso de poder, presente no sólo en los evidentes abusos sexuales, sino también —con una lasciva carga no siempre oculta— en psiquiatras, abogados, jueces, y otras personalidades de ambos sexos capaces de juzgar e imponer arbitrarias decisiones a menudo incuestionables.

Entra Tirso (40), con una espléndida sonrisa y una botellita de agua cerrada en la mano.

TIRSO.- Me acaba de llamar el funcionario. Soy Tirso González Sillero (señalando al expediente),
ese de ahí. Pero puedo volver más tarde. ¿Le traigo una botellita de agua? Que aquí hace calor…

FERNANDA.- (Sentándose.) No, gracias. Aquí tengo tu instancia, Tirso. Lo vemos ahora. Pasa.

TIRSO.- Muchas gracias, doña…

FERNANDA.- Fernanda.

TIRSO.- entra y sin que Fernanda se lo indique se sienta. Fernanda observa esto.

TIRSO.- Disculpe, es que no nos ha dicho don Francisco su nombre.

FERNANDA.- (Con el papel que sacó de la carpeta en la mano.) No te preocupes.

TIRSO.- ¿Y doña Zulema está bien? ¿Dónde está ahora? Es que ella ha hecho mucho por mí, y le quería enviar una carta…

FERNANDA.- Yo no conozco a doña Zulema, tendrás que preguntárselo a don Francisco. Bien, vamos a ir al grano, ¿no?

TIRSO.- (Lleno de energía americana.) Vamos a ir.

FERNANDA.- Pero sabes lo que te voy a decir.

TIRSO.- (Sonríe espléndidamente.) Yo sé lo que me decía doña Zulema, no lo que me va a decir
usted. (Lo siguiente es una cita, él lo hace como tal, lleno de optimismo, pero Fernanda no hará
acuse de recibo.) “La esperanza le pertenece a la vida.”

FERNANDA.- ¿Y qué te decía doña Zulema?

TIRSO.- Que para salir de permiso tenía que hacer el programa para violadores, pero (y se pone
muy persuasivo) pero es que yo estoy haciendo muchas otras cosas, y tengo la esperanza… tengo la esperanza de que usted las vea. (cambia de actitud, como disgustado) De verdad, ¿a usted no le parece suficiente con que esté aquí?

FERNANDA.- ¿Qué cosas estás haciendo?

TIRSO.- Digamos que también cuentan las que no estoy haciendo; no me estoy drogando, no robo a otros internos, estoy en un módulo de respeto y no han tenido que cambiarme nunca a otro…

FERNANDA.- No entraste aquí por drogas ni por atraco, así que como prueba de reinserción no me vale.

TIRSO.- Soy interno de confianza. Cuando hace falta acompañar a alguien por la noche, don Francisco cuenta conmigo. (Fernanda no parece impresionada.) También le resuelvo las dudas de ortografía a don Francisco. (Serio) Doña Fernanda, mi madre está mayor. Un año antes de que entrara aquí tuvo un cáncer. Lo superó, es una fiera. Yo… No sabe cómo lo está pasando. Imagínese que le dicen que van a meter a su hijo en la cárcel por algo que no… (Se detiene. El discurso por ahí no va bien. Reconduce.) Si simplemente pudiera salir de permiso, simplemente pudiera hacer eso… Ella viene a verme cada semana y se me cae el alma a los pies cuando veo que no puede ni con su cuerpo.

FERNANDA.- El problema, Tirso, es que la Junta de Tratamiento no va a darte un permiso sin que hayas hecho lo que se te pide en tu programa individualizado… El Juez de Vigilancia tampoco.

TIRSO.- (ahora ligeramente enfadado) Si usted hace un informe favorable, la Junta me daría el
permiso. Y el Juez también.

FERNANDA.- Posiblemente. Gracias por explicarme mi trabajo. (…)

[Extracto de una escena del texto. Gentileza de la autora.]

 

 

Asesora: Zulema Altamirano

Dirección: Cecilia Geijo

Espacio escénico: Diego Ramos

Iluminación y sonido: Cristina Gómez

Vestuario: Susana Cerro

Fotografía: Alba Pasamontes

Producción: Silvia Pereira

Agradecimientos: Teatro Casa de Cultura, Collado Villalba, Madrid y Centro Cultural Pilar Miró, Madrid.

Teatros Luchana. Desde el 16 de agosto, viernes 20 horas.

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Otros trabajos de Pilar Almansa:

“Mauthausen. La voz de mi abuelo”: un asunto de hombres en manos de dos mujeres de teatro

“La vida imposible de Oliverio Funes”

“Cama”, una propuesta de Pilar Almansa (A golpe de efecto)

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