‘Todo es posible’, de Elizabeth Strout

IRENE MUÑOZ SERRULLA.

Ojito que este es un libro que no va a dejar indiferente al lector. Si vienes a él con el equilibro de tu alma un poquito tocado, Todo es posible va a golpear de lleno en ti y no vas a poder dejar de leerlo, por más que tu cuerpo te pida parar porque está abriendo cerraduras de las que no querías saber nada, te va a poner en la mano las llaves que nunca quisiste recuperar, y no vas a poder parar de regodearte en sus páginas y en tus desajustes almatológicos hasta que leas los agradecimientos.

Todo es posible es casi una segunda parte de Me llamo Lucy Barton, pero no hace falta haberse leído este para seguir el argumento en el que nos ocupa, porque Strout tiene en cuenta a los lectores que puedan llegar a ella a través de este libro, sin calentamiento (como ha sido mi caso), y nos sitúa perfectamente en cada situación. A través de ocho historias, que podrían ser ocho historias independientes de no ser porque todas ellas nacen de un origen compartido: la vuelta a su casa (por pocas horas, porque la ansiedad de volver al lugar donde todo empezó puede con ella) de Lucy, convertida ahora en escritora con un considerable éxito. Diferentes actores, que de una forma u otra tuvieron un papel en su infancia y adolescencia —hasta que consiguió ser becada para estudiar en le universidad y abandonar ese lugar de crecimiento casi de forma perpetua—, diferentes actores, decía, van apareciendo con sus historias presentes y pequeños hilos que nos llevan a conocer su vínculo con Lucy o la familia. Una simple conversación puede ser ese punto de conexión.

Esta novela es un grito desesperado, pero muy desesperado, de un grupo de personas, que podríamos ser nosotros, por ser escuchados y comprendidos en su vida. “El regalo”, el último capítulo es la muestra más evidente de ello, pero también los momentos en los que aparece Dottie. Abel, que es el protagonista de “El regalo”, aparece en algún otro momento, pero es en este último capítulo cuando adquiere todo el protagonismo y nos deja muy claro que tanto él como el resto de personajes de este libro tienen algo en común: la falta de interés que han despertado en el resto de la sociedad, en sus familias, en sus trabajos, en sus comunidades… (seguro que más de una persona ya está incluyendo este libro en su lista de futuribles), y el dolor que eso está causando en sus vidas sin apenas ser consciente de ello, hasta que un hecho lo ayuda a reflexionar sobre la tristeza de su hija especialmente y sobre su propia existencia plagada de anodinos momentos en los que prácticamente no ha tenido un poder de decisión destacable y los acontecimientos, simplemente, se desarrollaban porque debía ocurrir así, sin pararse a pensar. Pobre Abel.

Desde la cuidadosa protección de un narrador en tercera persona, la autora nos expone a un sinfín de experiencias rodeadas de la debilidad de sus protagonistas, y lo hace con tanta maestría que el lector fácilmente se puede ver sumergido en su propia debilidad, compartiendo dolor con los protagonistas del libro, con sus miedos, con sus supuestos éxitos. Supuestos porque cuando se paran a pensar, la pesadumbre por no haber… el dolor por no haber podido… la tristeza por no haber sido capaz de… cuando se toman un tiempo para pensar en todos esos puntos suspensivos, descubren que su existencia no ha sido significativa para nadie, porque nadie se ha parado a valorar la importancia de nadie. Simplemente son vidas que se han basado en las ansias por llegar a… o por dejar de sufrir por… 

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