‘Telefónica’, de Ilsa Barea-Kulcsar. La otra mirada

LUIS ALBERTO COMINO.

Siempre que he tenido ocasión he manifestado que, para un buen conocimiento de la intrahistoria española del primer tercio del siglo XX, era imprescindible leer la obra de Arturo Barea: “La forja de un rebelde”.

En esta trilogía (La forja, La ruta y La llama) Barea novela su autobiografía dándonos una visión detallada y precisa del día a día de un español de clase humilde en la España de principios de siglo. Según el propio Barea, esta obra y todas las demás de este autor, habrían sido imposibles sin la existencia en su vida de su segunda mujer Ilsa.

Ilsa y Arturo se conocieron en Madrid, en el edificio de la Telefónica, a la llegada de ella para ayudar en el trabajo de censura de prensa, departamento que Arturo dirigía como buenamente podía. En la última parte de su trilogía, Barea nos narra, siempre desde su punto de vista desde el corazón y sin artificios, el drama de la Guerra Civil, y más concretamente el tiempo en el que fue censor de prensa extranjera en el edificio de la Telefónica en la Gran Vía madrileña, durante los primeros meses de la contienda. Los que habíamos leído su obra, siempre habíamos tenido solo la visión de Arturo, su punto de vista de esos duros y especiales acontecimientos, de cómo conoció a la mujer que cambió su vida y le ayudó a soportar el exilio y la derrota. Pero nunca habíamos tenido conocimiento del punto de vista de Ilsa, una mujer inteligente, muy preparada y comprometida y, sobre todo, independiente para su época.

Ahora, gracias al trabajo de investigación y de edición de un compatriota de Ilsa: Georg Pichler y a la fe de la editorial Hoja de Lata, llega a nuestras manos en primicia (ya que ni tan siquiera se ha editado aún en el idioma original; el alemán) la única novela conocida de Ilse Wilhelmine Elfriede Pollak Kulcsar de Barea: Telefónica.

En este libro Ilsa Barea (como firmaba desde su matrimonio con Arturo), nos narra en tercera persona y de forma novelada, los días que sucedieron a su llegada a un Madrid sitiado como censora de prensa destacada en el edificio de la Telefónica. Alejada del estilo y de la forma de escribir de Arturo, que siempre narra en primera persona y tratando de ceñirse a los hechos desde su punto de vista, Ilsa nos cuenta el periplo de Anita Adam (su “alter ego” en la novela), durante la ofensiva que llevó a las tropas sublevadas a las misma puertas de Madrid durante el mes de Noviembre de 1936. Su forma de ver a los españoles y a los periodistas extranjeros acreditados por el gobierno republicano y que, en muchos casos, no terminaban de comulgar precisamente con las ideas socialistas y comunistas que imperaban en esos momentos en el Madrid que había dejado de ser capital de la República (recordamos que el gobierno se trasladó a Valencia, ante la inminente caída de Madrid, que luego tardó en producirse tres largos años de asedio).

Es la novela “Telefónica”, un ejercicio intenso de contar la situación de Madrid en esos momentos, convirtiendo el emblemático edificio en una especie de microcosmos que Ilsa se afana en detallar: Los sótanos, abarrotados de mujeres, ancianos y niños huidos de las bombas que caen indiscriminadamente en el extrarradio y que sobreviven como pueden al no poder ser evacuados; el cuarto piso, donde se encuentran las “redacciones” donde los corresponsales de guerra escriben sus crónicas para enviar a sus periódicos; la quinta planta, donde está la oficina de censura y donde se trabaja a destajo, tanto que hay catres de campaña instalados para que puedan descansar; la séptima donde se reúnen anarquistas, socialistas y comunistas, incapaces de limar sus diferencias y que desesperan a Anita, que tiene claro quien es el enemigo común; la octava, donde está el despacho del “comandante” Agustín Sánchez (sosias de Arturo Barea), jefe de la oficina de censura de prensa; y así hasta la planta trece, convertida en atalaya, puesto de mando y mirador desde el que se contempla todo el frente de combate de la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria.

Todo ello sin perder un ápice de su punto de vista cómo espectadora en primera línea de esos trágicos momentos. 

Si bien es cierto que Ilsa cambia fechas, lugares y disimula nombres, la novela es un completo ejercicio de memoria histórica personal, acabado de escribir en París, desde el exilio, justo el mismo día que las tropas de Franco entraban en Madrid, donde se puede encontrar el perfecto complemento a la novela de Arturo Barea, para conocer, no solo el inicio de la relación de ambos escritores, sino también la difícil, caótica y desesperada situación del momento.

Es otra mirada al universo “bareoniano”.

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