Una sorprendente maravilla que parece un juguete cómico, escrita por Antonio Rojano

Por Horacio Otheguy Riveira

La difícil empresa de unir piezas sueltas, concentrar su energía y confabularse para una perfecta conspiración tragicómica. Ahí es nada, y eso que con estas palabras sólo he tratado de introducirme en el complejo y divertidísimo mecanismo de una representación que aúna lo mejor de la comedia negra con cualquier otra cosa que se le ocurra al espectador que tira de etiquetas, porque en realidad lo que se cocina en la pequeña sala, antes hermosa cafetería, del señorial Teatro María Guerrero, escapa de fáciles definiciones. Hombres que escriben en habitaciones pequeñas, de Antonio Rojano, con muy acertada dirección de Víctor Conde y espléndido elenco, es una de risa, una de intriga política, una de investigación histórica, otra de fusión de teatro realista con el del absurdo, y mucho más con homenajes precisos a Marcel Proust y su célebre magdalena en el té, y Stephen King, y su novela ochentera, La zona muerta. Dos escritores que jamás se juntan en la élite de los análisis literarios, aquí felizmente unidos. [A tal punto que no me cuesta nada imaginar —más aún en el torrente de imaginación de esta obra— a Proust escribiendo en la habitación aislada del mundanal ruido, allá por comienzos del siglo XX, una tarde en la que Stephen King, hoy con 72 años, le visita con una bandeja de magdalenas, un termo de té, y la mirada presta para verle escribir, bastándole con escuchar el rus-rus de la pluma sobre el papel del maestro].

De todo hay, y por haber que no falten dos pizarras, una en la que se escriben los títulos de las escenas, tiza a tiza, y otra para diseñar por qué al frutero no debes pedirle un kilo de melocotones, sino el científico peso en Newton. La corriente de simpatía se genera no más empezar con el diálogo de dos jóvenes empleadas de una institución pública en la que están echando a la mayoría. Un ambiente claustrofóbico, absolutamente empapelado con noticias, informes, recortes de periódicos… el mundo en un pañuelo en el que apenas se puede respirar, pero que tres actrices y un actor nos harán pasar una hora y media inquietante entre carcajadas, para despedirnos con una sonrisa y una sensación de que tras la broma hay mucho en qué pensar. Misión irredenta del teatro grande, y este lo es, armado con diálogos muy trabajados, ágiles, de dinámica envolvente que el director comprendió de un modo admirable, ya que ningún elemento se desentiende del conflicto central en un sótano de la Central de Inteligencia (CNI) donde se procurarán la mayor cantidad de posibilidades del crimen perfecto surgido del justo resentimiento, la debacle político-social y el mayor delirio que pueda generar un cabreo bien gestionado.

Angy Fernández lee las declaraciones de los curas de la iglesia donde Carrero Blanco fue a misa antes de volar por los aires. Cristina Alarcón, taza en mano, rememora la precisión con que Marcel Proust describió una cucharada de té en la que había echado un trozo de magdalena y de pronto su mente le trasladó a los veranos de su infancia.
Esperanza Elipe, habitualmente brillante actriz cómica, esta vez impone mucho carácter al frente de una trama en la que siempre está en tensión, nerviosa, obsesiva, a cargo de un plan alucinante. Detrás, Angy Fernández, la estudiante en prácticas a la que nadie paga, y Cristina Alarcón, muy segura de sí misma, a merced de lo que quede de Inteligencia en la Institución y en su jefa todopoderosa.
Secun de la Rosa en un triple salto «inmortal»: el escritor al que nadie lee, que sobrevive trabajando en una hamburguesería, el autor de una novela que alienta el terrorismo y el héroe de un plan surgido de las entrañas de una fantasía. Aquí se dirige al público para narrar en todo detalle la novela que escribió, clave para lo que se le propone. Un despliegue de versatilidad y gran conexión con los espectadores, en un monólogo ágil, siempre muy interesante.
Ya nada es lo que parece ni lo que pareció alguna vez, tres mujeres en apuros, ¿o salvadas para siempre, al fin justicieras?

El miedo nos aísla y nos aleja del otro. En una época de terror, la sociedad se atomiza y se divide en fracciones cada vez más pequeñas y, por lo tanto, más débiles. La intención de este texto es que a través del teatro, y del humor, nos enfrentemos a dicho miedo en comunidad. Porque, al fin y al cabo, el teatro ha sido siempre el escenario de la mayor conspiración: el presidente Lincoln fue asesinado por un actor mientras asistía a una función teatral; Lee Harvey Oswald se refugió en un viejo teatro justo después de disparar a JFK; el hombre que atentó contra el-presidente-que-fue-actor —Ronald Reagan— estaba enamorado de una actriz —Jodie Foster— y su acto criminal no fue más que un acto de amor por el cine. Porque el teatro ha estado ahí desde el principio y éste parece ser el momento ideal en el que debemos afrontar la cobardía de vernos implicados en un movimiento social mayor que nosotros. Porque debemos recordar que somos parte del cambio. Porque, aunque el cambio se produzca de individuo en individuo, siempre lo hemos sido. Hombres que escriben en habitaciones pequeñas es una comedia, por supuesto. Una historia sobre gente corriente, gente como tú y como yo, como nosotros, con demasiados sueños por cumplir y no menos terrores.
Antonio Rojano

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«Tirar de un hilo y que se disparen las ideas, los secretos, las conspiraciones y las emociones. Quizás si tiramos de ese hilo encontramos muchos otros rostros, ideas, sueños de cambio y de revolución. Quizás detrás de ese hilo podríamos llegar a encontrarnos a nosotros mismos. Tal vez soñando sueños de justicia». Víctor Conde

 

NOTA AL MARGEN. Llama la atención un error fácilmente subsanable: en torno al «Caso Kennedy» se dice dos o tres veces que tenía importancia el hecho de que el presidente fuese cristiano, cuando lo correcto es decir católico. Kennedy fue el primer presidente católico en un país cuyos presidentes fueron agnósticos o pertenecientes a alguna de las muchas iglesias protestantes o evangelistas. Es decir, todos cristianos rebeldes ante la autoridad del Vaticano. Solo uno de ellos católico, papista. Una diferencia muy significativa.

De Antonio Rojano
Dirección Víctor Conde

Reparto (por orden alfabético)
Señorita L Cristina Alarcón
Señorita K Esperanza Elipe
Señorita M Angy Fernández
El Escritor Secun de la Rosa

Equipo artístico
Escenografía Bengoa Vázquez
Iluminación Lola Barroso (AAI)
Vestuario Anaïs Zebrowski
Ayudante de dirección Cris Lozoya

 

TEATRO MARÍA GUERRERO. SALA DE LA PRINCESA. HASTA EL 17 DE NOVIEMBRE 2019

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