A la comisaria no le gustan los versos

 

A la comisaria no le gustan los versos. George Flipo. El Aleph editores.

 

 Lunes, 21 de enero

 

COMISARIA VIVIENE LANCIER 

3ª DIVISIÓN DE LA POLICÍA JUDICIAL, PARÍS

 

Cuando  la puerta del despacho estaba cerrada, el pequeño panel era visible desde lejos, en todo el open space. Se suponía que afirmaba un territorio y una función jerárquica, pero para los hombres de Viviane era al contrario: cuando la puerta estaba cerrada, sabían que aquello ya no era un despacho, era su saloncito. Ella era entonces un poco menos jefe, un poco más mujer. 

Esto no sucedía más que en momentos breves, durante el día. A la hora del almuerzo, por ejemplo, una hora que raramente duraba más de veinte minutos. Aquel lunes le habían bastado quince y eso era mucho, teniendo en cuenta el menú. 

Viviane Lancier, comisaria de la 3ª DPJ, echó al fondo de la papelera el envoltorio de su bandeja de pollo con pepino en salsa de yogur y lo ocultó bajo un periódico: la comida de una mujer no era asunto de sus hombres y sus objetivos íntimos todavía menos. Guardó en el cajón el Beauté Express, «Tras las fiestas, diez dietas que funcionan». Esta comida baja en calorías no le bastaba, seguía teniendo hambre; afortunadamente, todavía le quedaba el joven Monot para hincarle el diente. Descolgó el teléfono. 

-Monot, he leído la declaración que tomó el viernes por la mañana, la historia del vagabundo, en el Quai Conti. Venga a verme…

Trataba de usted a sus hombres: el tú era un truco de película. Para dar una lección a un adjunto, nada mejor que un buen usted, sonriente y glacial. Reprendía a menudo a sus adjuntos, a sus subordinados. Todos hombres, y afortunadamente; le gustaba decir «mis hombres», pero no se imaginaba diciendo  «mis hombres y mis mujeres». 

¿Mujeres? En nombre de la sacrosanta igualdad habían intentado poner a algunas bajo sus órdenes. Amables, agresivas, trabajadoras, ninguna había sido capaz de soportarlo: en su equipo, la igualdad era de Viviane. Viviane y sus hombres. La amable, la agresiva, la trabajadora era ella. Ella, la comisaria: Viviane apreciaba mucho este la y se burlaba de las buenas maneras. 

Volvió la cabeza para esquivar su reflejo en la ventana: ¿por qué preocuparse, si todo volvía? Sus cortos cabellos castaños habían tenido su encanto un par de años antes, cuando Viviane pesaba ocho kilos menos, pero para una mujer de treinta y siete años se habían convertido en ridículo y subrayaban la hinchazón del rostro, donde se perdían sus ojos grises. Todo esto, encaramada a su metro sesenta y al que ella no podía resignarse. Unos tacones de media altura le hubieran podido ayudar a disimular pero, como caminaba mucho, le hacían daño. Tanto sentada como acostada, el cuerpo le dolía, las dietas le dolía, las dietas le dolían, su vida le dolía, empezando por la soltería. Lo único que no le dolía era el trabajo. Todo estaba relacionado, estaba segura: si su trabajo de comisaria le hubiera dejado tiempo, habría podido adelgazar y encontrar un estilo propio, como antes. Habría podido gustar a los hombres, incluso a los guapos. Al joven Monot, por ejemplo. 

Habían entrado. Apetitoso como estaba el teniente Augustin Monot, ella no tenía intención de dejarlo escapar. Empezó a leer la declaración con voz alta y hastiada:

Me llamo Tournu Gérald, nacido el 28 de febrero de 1980 en Bagneux, soy responsable de las entregas en Hélio 92, impresor en Malakoff… ¿Géraaald? ¿No será más bien Gérard, su testigo? ¿No le suena raro, un repartidor nacido en Bagneux que se llama Gérald?  

Levantó la cabeza para ver como farfullaba, desconcertado. Pero él esbozó su sonrisa de jefe boy scout bajo la lluvia, balanceó el cuerpo largo y se recolocó el mechón rubio que tapaba sus grandes ojos verdes. 

-No comisaria, es Gérald. Se lo hice repetir. Además, encontré una cosa curiosa en Internet: Gérard y Gérald no tienen el mismo origen. Gérald proviene del alemán, ger, «lanza», y wald, «jefe», ger-wald, el que gobierna con su lanza. Mientras que Gérard fue importado de Inglaterra en el siglo XI por los normandos. Fue mucho más tarde cuando fueron asociados. Es divertido, ¿verdad?

Ella alzó los hombros y el teniente Monot concluyó rápidamente:

-En fin, digo esto…

-Pues no lo diga. Usted es policía, no conferenciante. Y espere, le detallaré otros puntos divertidos. 

Leyó en voz alta: 

-Aquel viernes 18 de enero, hacia las 11.00, yo regresaba con mi pareja de una entrega de dípticos en la calle Turbigo. ¡Ah! ¿Ahora le llaman pareja? ¿Es gay, su Gérald?

Le dirigió una breve mirada escrutadora, era cuestión de situarle. Pero el teniente le devolvió exactamente la misma mirada. 

-La pareja es la camioneta Peugeot, ya sabe…

-Ah sí, naturalmente…Tomaba el Pont Neuf casi desierto, tan intenso era frío, para alcanzar la orilla izquierda cuando, delante de mí, en la acera, me fue llamada la atención por dos individuos de sospechoso comportamiento. ¿Hablaba realmente así, su Gérald Tanintensoeraelfrío? Ya se lo he dicho, hay que tomar declaración, no reescribirla. Es un trabajo de mecanografía, no literario. ¿Comprende, Monot?

 

(…) 

 

 

 

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