American Horror Story: Asylum

 

La evolución sociocultural de lo monstruoso.

Por Víctor Mora

 

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La primera temporada de American Horror Story dejó el listón muy alto. Los fans del terror nos quedamos atónitos con la nueva estética narrativa que presentaban Murphy y Falchuck, y con la revisión de monstruos y fantasmas conocidos, revestidos con nuevas máscaras. Su casa del terror azotó nuestras pesadillas, de modo que una nueva temporada no podía menos que generar expectación.

Parece que ha tenido una recepción desigual y que no todo el mundo está satisfecho. Es lo que ocurre cuando por parte del espectador se generan grandes expectativas y por parte de los creadores se da una respuesta tan arriesgada como incomparable, aunque ya nos lo habían avisado: lo común es el género, el terror; pero el escenario, el tiempo y el espacio, cambian radicalmente.

Recuperan a algunos actores y actrices de la primera temporada para representar roles totalmente diferentes, y Jessica Lange nos regala la interpretación de su vida encarnando a la sádica Hermana Jude, que vivirá una reconversión a lo largo de la temporada. Aunque la atención también se presta inevitablemente a los trabajos de Lily Rabe y Sarah Paulson, sobre los que ahora volveremos.

evan-peter-ahs-asylum-largeAnte el reto de presentar nuevas formas de terror, Murphy y Falchuk han retrocedido en el tiempo para hablar de lo monstruoso. El escenario es la Institución Mental Briarcliff, conducida por monjas, en la que trabaja un médico: el Doctor Arden. Nos vamos entonces hasta 1964, pero, ¿por qué? ¿Quizá por que ese es el año de la autopsia a un alien y el cenit de los misterios del Área 51? Puede ser, ya que la trama gira en torno a un caso de abducción y de inseminaciones extraterrestres en humanos.

Pero otra razón, la más interesante a mi juicio, es la construcción moral de la figura del monstruo desde nuestros estándares. Sarah Paulson interpreta a una ambiciosa periodista que quiere hacerse con el pulitzer sacando a la luz los trapos sucios de Briarcliff; los malos tratos, las torturas y las vejaciones a los que las monjas someten a los pacientes. Hasta aquí todo está en orden, pero Lana Winters, el personaje de Paulson, es lesbiana, y no es lesbiana hoy, es lesbiana en 1964, es decir, es un sujeto susceptible de ser ingresado por su desviación mental, aislado de la sociedad y tratado con electroshocks. Este es un ejemplo de cómo en Asylum se nos invita a pasear por los tétricos pasillos de una institución Mental que encierra lo que hemos sido en décadas pasadas, es el propio terror de nuestra historia.

Destaco el papel de la siempre magistral Chloë Sevigny (de la que ya hemos hablado en Hit&Miss) que da vida a una ninfómana también recluida. Su cuerpo será un objeto para el Doctor Arden y mutará en una de las salas de experimentación médica hasta convertirse en una figura deforme y terrorífica. Esta trama está encuadrada dentro de los experimentos realizados por los médicos nazis, y hasta una supuesta Anna Frank tratará de enfrentarse a ellos con un sorprendente resultado. También hay lugar para lo paranormal, con posesiones infernales y, como hemos visto, extraterrestres, si es que los aliens pueden encuadrarse en el mismo saco. Pero así como en la primera temporada era la figura de lo informe, el asesino envuelto en traje de goma negra, quien conducía la trama, en este caso es la figura de Bloody Face, un sanguinario asesino en serie que despelleja a sus víctimas antes de guardar como recuerdo alguna parte de su cuerpo. El asesino de mujeres, sufridor de un delirante complejo de Edipo, será la figura que una al final todas las tramas.

El Ángel de la Muerte, el psicópata, los experimentos nazis, abducciones y posesiones infernales: como dije antes es una propuesta sólida pero muy arriesgada. Nos lleva por el tiempo y el espacio y nos retuerce en el sofá, navegando entre el terror y el policiaco con la maestría de quien consume y adora los géneros. El único desacuerdo que propongo a título personal es, igual que en la primera, el afán “buenrollista” con el que quieren acabar la trama.

El último capítulo, como el último de la otra temporada, lo tiñe todo de un aroma de positivismo abominable que rompe casi del todo con el tono general de la serie. Sin embargo mi opinión general, aunque no es relevante, es muy positiva. Recomiendo Asylum encarecidamente, porque me sigue pareciendo la propuesta norteamericana más interesante, y porque desde el terror entretenido nos invita a la reflexión de las diversas formas de lo monstruoso a lo largo de nuestra historia reciente.

 

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