Ave, Audrey Hepburn, llena eres de gracia

cubierta_la sonrisa de audrey_recorteLa sonrisa de Audrey Hepburn

Sonia Betancort

Vaso Roto Poesía

Por José de María Romero Barea

La iconografía de Audrey Hepburn como Holly Golightly se ha convertido en un producto tan comercial y predecible como un diamante envuelto en una caja de Tiffany. Y sin embargo, ¿cuántas heroínas del cine han sido verdaderamente libres de espíritu sin dejar de ser vulnerables? La belleza sureña Scarlett O’Hara, pariente cercana de la Golightly, habría tomado Nueva York por la fuerza. Décadas más tarde, Thelma y Louise se arrojarían a un futuro sin esperanza con el mismo abandono imprudente del personaje de Truman Capote. Entre una y otras, pocos personajes femeninos tan deslumbrantes como Holly.

Desde los créditos de inicio hasta la toma final, la protagonista del poemario de Sonia Betancort (Santa Cruz de Tenerife, 1977) La sonrisa de Audrey Hepburn (Vaso Roto, 2015) no es otra que la actriz británica (Bruselas, 1929 – Tolochenaz, 1993). El amor, como en su película Desayuno con diamantes (1961), es un hombre, aunque tan poco relevante como George Peppard (“el que se ama/ no cabe en ninguna idea del amor”). El resto de personajes son meros secundarios. En esto, como el film de Blake Edwards, el poemario es fiel al original de Capote, Breakfast at Tiffany’s (1958): un escritor sin nombre no tiene una historia hasta que conoce a Audrey Hepburn.

El poema “Fake Diamond” tiene marcas de champagne, del martini sucio de la novela original, de sus placeres y arrepentimientos: “El diamante puro es una falsificación de la sombra, el tráfico insospechado de la desigualdad”. Los versos de “Cigarrillos” arden desafiantes desde la página, eco de los interminables cigarrillos de Capote. “Elegancia espiritual” está empapado de sol (“el dolor de lo que se desvanece / se instala intermitentemente en el alma / y reaparece un día, sobre nuestra mano cóncava, / como un minúsculo hueco soleado”. El final no está lejos. Se acerca el aguacero.

La determinación de Audrey, al igual que la de Betancort, de poner buena cara (“la sonrisa es siempre una isla”) ante la adversidad las convierte en heroínas de otro tiempo. Desde la primera escena (Holly en el marco de la puerta, el antifaz a medio quitar, los tapones para los oídos con borlas y la camisa de hombre puesta) a la última (los zapatos de cocodrilo y las gafas de sol de la transformación final en su viaje a Sing Sing), la protagonista intenta vestirse. Lo mismo la poeta: “La oscuridad teje para mí / este vestido repleto de escaleras, / desciendo y me elevo sobre la ciudad / como una bruja inaudita”.

El poema “Lady Eterna” comienza: “Ave, Audrey Hepburn, llena eres de gracia”. Legendariamente bella y sofisticada, la Hepburn de Betancort no es un objeto sexual, ni siquiera una Gatsby femenina, sino alguien que se aferra a su libertad tan ferozmente como a su corazón, una mujer que paga el precio de encontrar el amor y la independencia. La novela de Capote, la película de Edwards, y ahora este poemario, tratan de la imposibilidad de escapar. Recomiendo su lectura en esos terribles días rojos, porque nada malo nos puede suceder en él.

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