Cioran

Aquí os dejamos algunos de los «desgarros» de Cioran:

Cuando se ha salido del círculo de errores y de ilusiones en el interior del cual se desarrollan los actos, tomar posición es casi imposible. Se necesita un mínimo de estupidez para todo, para afirmar e incluso para negar.

No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos qué forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el Tiempo.

Imposible asistir más de un cuarto de hora sin impaciencia a la desesperación de alguien.

Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos.

Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar.

No haber hecho nunca nada y morir sin embargo extenuado

Cuanto más se detesta a los hombres, más maduro se está para Dios, para un diálogo con nadie.

Mientras me exponía sus proyectos, le escuchaba sin poder olvidar que no le quedaban más que unos días de vida. Qué locura la suya de hablar de futuro, de su futuro. Pero, ya en la calle, ¿Cómo no pensar que a fin de cuentas la diferencia no es tan grande entre un mortal y un moribundo? Lo absurdo de hacer proyectos es sólo un poco más evidente en el segundo caso.

¡Interrogarse sobre el hombre durante tantos años! Imposible exagerar más el gusto por lo malsano.

El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad.

Mi escepticismo es inseparable del vértigo, nunca he comprendido que se pueda dudar por método.

Soy un filósofo aullador. Mis ideas -si ideas son- ladran: no explican nada, explotan.

El fondo de la desesperación es la duda sobre uno mismo.

Vivir es poder indignarse. El sabio es un hombre que ha dejado de indignarse. Por eso, no está por encima, sino al lado, de la vida.

Lo que temo no es la muerte, sino la vida. Por mucho que me remonte en la memoria, siempre me ha parecido insondable y aterradora. Mi incapacidad para insertarme en ella. Miedo, además, de los hombres, como si perteneciera a otra especie. Siempre el sentimiento de que en ningún punto coincidían mis intereses con los suyos.

La palabra que más se me viene a la cabeza, tanto si estoy fuera como si estoy en casa, es engaño. Por sí sola resume toda mi filosofía.

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