Cumbres borrascosas (2011) de Andrea Arnold

 

Por Alejandro Molina 

 

 

Esta enésima adaptación de la novela clásica de Emily Brontë huye deliberadamente del academicismo de las películas anteriores que sobre ella se han hecho y ofrece una propuesta radical, casi toda ella rodada cámara en mano (recurso que acaba por volverse cansino), con ausencia de banda sonora (salvo al final, con una excelente canción contemporánea que, ciertamente, descoloca un poco) y un lirismo exacerbado en sus imágenes, pura poesía visual que se deleita en el paisaje salvaje y tormentoso y conseguir así que el espectador sienta en sus carnes la pasión desenfrenada y rayante en la locura de sus protagonistas.

Dotada de una sensualidad perturbadora en sus imágenes, esta película consigue un fiel retrato de aquello que la Brontë quería mostrar: las más altas pasiones humanas también pueden ser las peores. Su apuesta por crear un cine sensorial es un acierto, pues gracias a una maravillosa fotografía (premiada en la última Mostra de Venecia) y un impecable y cuidadoso diseño de sonido,  el espectador también se verá sometido a la lluvia, al frío, y al viento que azota a sus protagonistas.

 

Sin embargo, conforme avanza el metraje (algo inflado dado su ritmo lento y en ocasiones tedioso) sentimos cómo nos alejamos de la trama y de los protagonistas, incapaces de soportar tanta pasión desatada que llega incluso hasta la necrofilia. Insoportable resulta también a los protagonistas, que para escapar de ella sólo les queda la locura o la muerte. Los jóvenes actores pueden tener algo que ver: esforzados y más que correctos, no consiguen las magnéticas actuaciones que estos papeles requieren (perdonable si pensamos que sus predecesores son inigualables: Laurence OlivierJuliette Binoche, Ralph Fiennes, por poner algunos). Su elección es una apuesta más por el verismo, suponemos, si tenemos en cuenta que el actor James Howson, que da vida al Heathcliff adulto, se presentó a las pruebas tras ver el anuncio en la oficina de desempleo, tras una infancia difícil y lastrada por pequeños delitos que le valían el desprecio y la marginación sociales. Como a su personaje, de quien se criticó la elección de un actor negro para encarnarlo, polémica que me resulta a todas luces estúpida teniendo en cuenta que en la novela se dice claramente que Heathcliff es gitano.

 

El peligro, pues, no es que nos dejemos llevar hasta el límite por la pasión (enajenación mental transitoria por excelencia) sino que ésta nos resulte indiferente.

 

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