Dos cartas a Ana (2011), de José Luis Guerín

 

Por Miguel Martín Maestro.

dos_cartas_a_anaA veces, en las pequeñas cosas, se encuentra el gen primigenio que da sentido, o explica, la totalidad de una obra. Dos pequeñas piezas, creadas con la excusa de pensar sobre cómo afrontar un encargo para el museo Esteban Vicente de Segovia, son la antesala de la videocreación La dama de Corinto, pero al tiempo encierran en sus poco más de 20 minutos, la mayor parte de la filosofía creadora del director barcelonés. El cine y la pintura, el origen del cine, fijar la sombra, el movimiento congelado en una imagen, nuestros orígenes clásicos, cómo crear una historia a partir de un cuadro para crear una película.

Al artista le surgen las dudas en estos monólogos, de palabras, pero también de imágenes. En su búsqueda de una idea para dar forma a una creación, se plantea cómo tuvo que ser la representación del amor la primera vez que alguien dibujó a la persona amada. Dibujar, crear una silueta, colocar al deseo en un muro, en un lienzo, en una pantalla, no deja de ser sino revolverse para evitar la pérdida. Del genérico intento de encontrar a la modelo, a la modelo en concreto, esa duda del artista sobre si el pintor del pasado tenía la modelo y ésta inspiraba la idea, o la idea surgía espontáneamente y es cuando el pintor buscaba a su modelo, un ensayo en imágenes para mostrarnos la relación permanente entre las artes, incluso antes de que las mismas existieran. De Zeuxis, el pintor de Plinio, cuya obra no existe pero permanece en la memoria de la humanidad por el reflejo escrito de quien las contempló y las comentó, a Rembrandt, modelo de sí mismo para crear identidades diferentes, a Velázquez. Artistas llamados a crear bajo contrato, obligados a recoger en sus cuadros algo querido por quien paga, pero liberados por la forma de manifestar lo solicitado, por la elección del modelo, del simbolismo, de los rostros y los cuerpos. Un artista maniatado en la elección del tema, pero libérrimo para decidir cómo plasmarlo.

El creador pierde omnipotencia cuando se le limita de esta manera, pero la recupera al expresarse donde la interferencia no puede llegar, el corsé del contrato pierde fuerza cuando empieza el proceso creativo. Pintura y cine, lienzo y pantalla. Imágenes que generan imágenes, el poder descriptivo de la palabra permitiendo influir en artistas quince siglos después con la mera imagen proyectada mentalmente de lo que otros vieron en aquellos cuadros, ideas que perduran por la inmortalidad del arte. Plinio habla en su Historia natural del origen de la pintura como un acto de rebeldía de una amante que no quería perder el recuerdo del amado ante su inminente partida, y mezcla la pintura con la naturaleza, los animales, las plantas, los volcanes, en esa concepción original del arte nada podía estar separado de su contexto, de la realidad natural que estaba obligado a vivir y a compartir. No cuesta nada apreciar, en ese baile de sombras, en esas siluetas compenetradas y, también, individualizadas, el origen de varias artes, un dos cartas a anaorigen que se sitúa en el amor entre dos personas como motor de creación. Al fijar la silueta en el muro, fijamos la sombra. A la perfección de la imagen completa le sigue la indefinición programada de un bosquejo, un diseño, un boceto a carboncillo que remeda la imposibilidad de mantener el original de manera permanente, la naturaleza, como el ser humano, no es perfecta, la obra de arte no lo puede ser tampoco.

Esta pared sobre la que proyectar la sombra representa el lienzo en blanco, el papel en blanco, el primer fotograma a rodar. El arte de la pintura naciendo del perfeccionamiento de un oficio que decidió dotar a sus obras de un componente de exquisitez mediante la representación del movimiento en las piezas de alfarería. La hija del alfarero Butades quiso usar la técnica del padre y terminó haciendo la primera pintura, una pintura que nació de una mujer pero que la historia no ha querido perdurar porque el lienzo no ha pervivido. Desaparecido el cuadro, sólo podemos recrearlo a través de la idea de esa imagen que ya no existe pero que, a partir de ahora, será la dama de Corinto creada por Guerín partiendo de los relatos de Plinio que recogían la leyenda de la hija del alfarero, más de 20 siglos trasladan la cerámica al dibujo, éste a la pintura, y de la pintura al cine, para mantener la perfección de un recuerdo evolucionado por efecto de las propias artes. Esas leyendas precisan de un contenido, pero también de un continente, el amor perdurable tuvo lugar en unos espacios que ahora no son los mismos de Plinio, ni de Zeuxis; el monte de Afrodita, el templo de Apolo, las ruinas de Corinto, son los restos de la historia. Corresponde a nuestra forma de representar la idea, completar esos escenarios, imaginar a la bailarina despidiéndose esa última noche del amado que pasó a ser una proyección en una pared. Cuando Guerín filma su sombra caminando por los espacios del pasado, y filma a su compañera, fija la sombra de un momento y lo hace perdurable, como lo hizo en su momento aquella dama de Corinto.

Las sombras, las imágenes, el recuerdo, van diluyéndose, pierden la perfección y se difuminan, incluso desaparecen. Inicialmente nos acercan, pero como nuestras pasiones o sentimientos, terminan alejándose. Decía Plinio que era un arte que se estaba muriendo, pero lo que Plinio no intuía era que se trataba de un arte que se recreaba una y otra vez, donde lo que se pierde se reconstruye de mil maneras distintas. El listado de las obras perdidas en la historia de la humanidad es inmenso, pero aún más inmenso es el listado de las que están por llegar.

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