‘El cielo protector’: de la hoja a la pantalla

GASPAR JOVER POLO.

En muchas ocasiones comparamos la película y el libro (generalmente se trata de una novela) del que procede la película, y la mayoría de las veces el libro es el que sale ganador en la comparación. Casi se ha convertido en un tópico rebajar la importancia de los productos cinematográficos comparándolos con los libros que los han precedido. En este caso en concreto, en el de El cielo protector, puede uno hacer la prueba yendo a Internet y comprobando que casi todas las reseñas que aparecen sobre este film hacen referencia a que, al parecer, el novelista, Bowles, no quedó contento con el resultado final de la obra de Bertolucci, el director de cine, y también podemos leer en la mayoría de esas críticas que el disgusto del novelista se debe a la gran diferencia en cuanto a calidad que separa a uno y otro producto artístico.

Es un tópico que tiene su razón de ser, es lógico que se comparen la versión cinematográfica y la literaria de la misma obra y que se señalen las diferencias en cuanto a calidad, en el caso de que las haya; pero me parece más urgente buscar las diferencias que separan el lenguaje literario del cinematográfico, incidir en cómo se articulan el discurso literario y el cinematográfico a partir de la base de que ambos productos, El cielo protector con imágenes y El cielo protector con letras, presentan alta calidad. 

La primera diferencia entre la obra cinematográfica y la literaria se encuentra naturalmente en la extensión, en que las novelas siempre permiten una mayor extensión en el desarrollo del tema y del argumento. En el libro de Bowles todo queda, tal vez, mejor explicado que en la película de Bertolucci, más explicado, aunque nunca demasiado explicado, y así, por ejemplo, el libro dedica varios párrafos a describir el carácter de Kit, de la protagonista femenina, algo que en la peli solo se puede deducir de la excelente interpretación de Debra Winger y de alguna alusión a lo largo de las discusiones que mantiene con su marido, con Port, papel que interpreta John Malkovich. Port y Kit discuten varias veces en la película, pero la razón por la que no se llevan bien aunque se quieran mucho apenas se explica, solo se puede deducir.

Una de esas explicaciones que sí están en la novela y que se explaya en describir el carácter un tanto neurótico de la protagonista femenina es el siguiente: “Había días en que apenas salía del sueño sentía el destino suspendido sobre su cabeza como una nube de lluvia. Eran días difíciles de vivir, no tanto por la sensación de desastre inminente del cual tenía entonces aguda conciencia, sino porque el buen funcionamiento de su sistema de presagios se alteraba totalmente (…). Dedicaba gran pare de su vida a establecer categorías de presagios”. Y tal vez algo parecido a lo que dice el siguiente párrafo de la novela ayudaría a los espectadores a entender mejor el espíritu aventurero que empuja al personaje masculino, a Port: “La noche transcurría lentamente, pero para Port el camino era más hipnótico que monótono (…). La idea de que a cada momento se internaba un poco más en el Sahara, de que dejaba atrás todas las cosas familiares, esta idea lo mantenía en un agradable estado de excitación”.

Es indudable que la novela introduce más detalles y ejemplos para abundar en lo que el escritor quiere comunicar. Una de los temas importantes para Bowles es dejar clara la enorme distancia cultural que existe entre los protagonistas, los sofisticados y aburguesados esposos que viajan por el norte de África, y la civilización árabe más genuina; la existencia de un muro impenetrable entre ambos mundos. La película también toca este tema pero, naturalmente, es un asunto bastante teórico o más teórico, ideológico, es decir, más apropiado tal vez para el género de la novela. En el libro, Kit y Port van de paseo en bicicleta para visitar una zona del desierto especialmente llamativa, un paisaje bello y solitario.

Es uno de los momentos de mayor felicidad para la pareja pero que se ve abruptamente interrumpido por la aparición de un habitante del desierto: “Al dar la vuelta a una roca se encontraron de manos a boca con un hombre profundamente concentrado en la tarea de afeitarse el pubis con un largo cuchillo puntiagudo: tenía el albornoz recogido hasta el cuello, de modo que de los hombros para abajo estaba totalmente desnudo. Alzó los ojos, los miró pasar con indiferencia. Inmediatamente volvió a agachar la cabeza para proseguir la cuidadosa operación”. Este ejemplo especialmente significativo y que marca de forma tajante la separación entre los dos mundos no aparece en la película, y puede que, en consecuencia, el contenido ideológico se pierda un poco en la versión cinematográfica. 

Debido a su mayor extensión, el libro supone, en el caso de que la visión de la película preceda a la lectura, el desarrollo imaginativo y brillante de lo que en la versión con imágenes solo aparece como emoción en el rostro de los actores; en la película el tema aparece implícito, sugerido solamente, y puede que por eso la novela resulte  más fácil de entender. Se trata de formas de expresión distintas porque, en la literatura, no existe la posibilidad de utilizar los recursos de la fotografía, de la banda sonora, de la interpretación actoral, y tiene que proporcionarnos por medio de la palabra, del texto escrito, lo que no se puede ver ni oír. 

Otra prueba de que cine y literatura tienen un código o forma de expresión muy diferente es que, en la segunda parte de El cielo protector película, a partir del momento en que la esposa se separa del marido y se queda sola en medio del desierto, Kit ya no dice una palabra. No conoce el idioma del pueblo árabe y los árabes de esa región remota no saben inglés ni francés. Kit sufre, come, hace el amor, se baña, pero no abre la boca para hablar, no necesita texto para explicar su estado de ánimo. La ausencia de diálogo en esta parte del film no impide que sigan fluyendo las emociones y la peripecia a lo largo y ancho de la pantalla. 

En el caso concreto de El cielo protector, creo que, aunque hayas leído antes la novela, la película no defrauda ni puede considerarse un producto inferior pues lo que  hace es atenerse con fidelidad a los recursos propios de su arte. Tal vez podría ayudar algo más de discusión entre Kit y Port para comprender el estado de ánimo en el que se encuentran cada uno por separado y como pareja, pero, acompañada muy eficazmente por la música de Sakamoto y por la impresionante fotografía de Storaro, Debra Winger sabe producir, sin utilizar el recurso de la palabra, una amplia gama de estados de ánimo, sabe plasmar en imágenes el sentimiento de frustración, sabe pasar de la desesperación a la ingenua alegría. Consigue hacerse entender por los espectadores y, sobre todo, contagiarles una emoción muy particular, la misma que nos quiere transmitir con su libro el novelista.

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